Cuenta la mitología griega que hubo un tiempo en que los hombres vivían en la oscuridad, pues la luz era reservada para los dioses. Pero Prometeo, que era bondadoso, robó el fuego para dárselo a los hombres y hacerlos salir de la penumbra.
Ante tal hecho, Zeus, rey de los dioses y gobernante de Olimpo, decidió castigar a la humanidad por haber recibido el fuego, y como parte de su venganza, creó a Pandora. Ella fue la primera mujer mortal, a quien los dioses llenaron de distintas cualidades: Afrodita le dio belleza, Apolo le enseñó a cantar, Hermes le dio astucia y persuasión, y Atenea le otorgó habilidades para el tejido y la artesanía. Pero había una característica que predominaba en Pandora: su curiosidad.
Una vez terminada esta creación, Zeus le dio a Pandora una caja sellada con la orden de no abrirla por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia. La caja estaba llena de todo tipo de males, como la enfermedad, la vejez, el dolor, la guerra, la desesperación, el miedo y la muerte. Y como era de esperarse, la curiosidad de Pandora fue tan grande que no pudo evitar abrir la caja, y al hacerlo, todos los males escaparon y se esparcieron por el mundo. Pero, cuando Pandora la cerró rápidamente, quedó atrapada en el interior de la caja un solo espíritu: la esperanza.
Con el mito de Pandora se han hecho grandes y diversas reflexiones: sobre la “desobediencia”, sobre la curiosidad, sobre la esperanza en medio de los males, etc. Pero hoy no juzgaremos a Pandora por no haber seguido la instrucción del dios Zeus, hoy la llevaremos al contexto terapéutico.
Es en terapia en donde parece que igual que Pandora, el paciente abre una caja y se enfrenta a una situación de vulnerabilidad ante lo que puede descubrir. Pero es en ese desvelar lo oculto, en donde el proceso de sanación emerge.
Y es también en terapia en donde se asoma la esperanza, así, muchas veces en el fondo, escondida entre todos los males desatados. Porque, ¿qué es lo que mueve al paciente a iniciar un proceso terapéutico sino la esperanza -por pequeña que sea- de querer estar mejor?
En terapia, la esperanza no es solo una idea abstracta. Es algo tangible, una chispa en el fondo de la caja que se cultiva a través de cada sesión, a través de cada conversación, de cada darse cuenta, de cada lágrima, cada risa y de cada reflexión que, aunque dolorosa, nos acerca un paso más hacia nuestra propia verdad.
Abrir la caja de Pandora es sólo el inicio, y no basta sólo con abrirla y descubrir lo que hay dentro, el desafío terapéutico consiste en qué hacemos y cómo sanamos esos “males” internos.
No se trata solo de abrir, sino de sanar, de abordar con cuidado y con respeto cada “mal” que sale de la caja, poder mirarlo de frente y comprenderlo para llegar a una sana integración, aprender a convivir con las sombras sin dejarnos consumir por ellas, y siendo conscientes de que la esperanza, no se presenta como una respuesta inmediata, sino como un susurro persistente que nos impulsa a seguir adelante.
A medida que avanzamos en terapia, la esperanza va tomando forma, se convierte en reflexiones más poderosas, en acciones concretas, en vulnerabilidad aceptada, en una voz interna que nos dice: “aún hay algo más por descubrir, algo más por sanar, algo más por hacer”. Es en el viaje hacia la verdad personal donde la esperanza se transforma en una fuerza sanadora que, aunque en un principio es pequeña y parece opacada al fondo de la caja, va creciendo en ese encuentro terapéutico y fortaleciéndose con cada paso dado.
Al final, Pandora, no solo abriste la caja sino también abriste la posibilidad de sanar. Sin tu curiosidad, tu “rebeldía”, tu humanidad, la esperanza jamás habría llegado aquí.