El 30 de septiembre de 2025, Aryatara Shakya, una niña de solo dos años, fue proclamada nueva Kumari de Nepal, la “diosa viviente” venerada por hindúes y budistas. Esta tradición, que ha perdurado durante siglos, implica que una niña prepubescente sea considerada la encarnación de la diosa Taleju, viviendo en un templo-palacio en Katmandú y apareciendo públicamente solo en festivales religiosos. Sin embargo, lo que ocurre cuando una Kumari deja de serlo es menos conocido y plantea interrogantes sobre la niñez, la identidad y la adaptación social.
La salida de una Kumari de su rol divino ocurre generalmente con la llegada de la pubertad, momento en el que se considera que la diosa abandona su cuerpo. Esta transición puede ser abrupta y desconcertante para la niña, que pasa de ser objeto de veneración a una niña común. Muchas Kumaris han vivido en aislamiento durante su reinado, con pocas interacciones sociales, educación limitada y restricciones estrictas sobre su vida diaria.
Uno de los mayores obstáculos para las ex-Kumaris es el estigma social. En la cultura nepalí, existe la creencia de que casarse con una ex-Kumari puede traer mala suerte, lo que a menudo resulta en que estas mujeres permanezcan solteras. Además, la vida en aislamiento puede afectar su desarrollo social y emocional, dificultando su adaptación a la vida fuera del templo-palacio y generando ansiedad o problemas de autoestima.
En años recientes, ha habido esfuerzos para proporcionar apoyo a las ex-Kumaris. El gobierno de Nepal ha implementado programas para garantizar su educación y bienestar, incluyendo pensiones mensuales y acceso a educación privada y medios de comunicación. Sin embargo, la reintegración completa sigue siendo un proceso complejo, y muchas ex-Kumaris requieren acompañamiento psicológico y social para adaptarse plenamente a la vida cotidiana.
Además, la transición de una Kumari a una niña común plantea preguntas sobre el equilibrio entre la preservación cultural y los derechos de la infancia. Para muchos nepaleses, la Kumari es un símbolo de devoción y cultura, pero es esencial considerar cómo esta tradición impacta la infancia, la autonomía y la salud emocional de las niñas. La experiencia demuestra que las niñas cumplen un rol sagrado, pero también cargan con un peso simbólico y social que no siempre desaparece al finalizar su reinado.
La historia de las Kumaris es un recordatorio de que la tradición y la cultura deben coexistir con los derechos humanos. La transición de una Kumari a una niña común evidencia la necesidad de garantizar que todas las niñas, independientemente de su estatus cultural o religioso, puedan vivir una infancia plena, con educación, libertad y oportunidades, más allá de la veneración que les otorgue la sociedad.