Hace unos días, tras el fallecimiento del papa Francisco, me encontraba en clase como cada día, rodeada de un grupo de 25 niños de segundo de Primaria. Estábamos trabajando por equipos un par de ejercicios cuando escuché a varios de ellos (o, para ser más concreta, de ellas) hablando sobre esta noticia, que durante esa semana se convirtió casi en lo único de lo que se hablaba en cualquier telediario o programa de televisión.
La conversación no hubiera tenido nada de especial si una de esas niñas no me hubiera formulado en alto la siguiente pregunta:
“ Profe, ¿Por qué siempre son papas los hombres y no las mujeres?”.
Sudor frío recorriendo mi cuerpo y mis labios sellados, como si una fuerza invisible me impidiera abrirlos y articular palabra. El caso es que no pude ni supe contestar a la no tan inocente pregunta de esa niña de siete años, que esperaba una respuesta de la adulta que cree que debería saberlo todo: su maestra.
Ese día, después de una jornada en la que mi mente rumiaba una y otra vez lo sucedido en clase, llegué a casa y me dispuse a investigar sobre los papas a lo largo de la historia. No tardé mucho en dar con algo muy interesante, a pesar de que la Iglesia Católica haya negado que sea un hecho histórico, relegándolo a una simple leyenda.
Ésta nos cuenta que en el siglo IX existió una mujer que, vestida de hombre, consiguió recibir una educación universitaria, viajó hasta Roma después y allí logró ascender por la jerarquía de la Iglesia hasta el punto de engañar a todo el mundo y ser elegida papa. La leyenda sitúa este acontecimiento entre el año 855 y el 857 cuando, tras la muerte del papa León IV, esta mujer se hizo elegir su sucesora, con el nombre de Benedicto III o el de Juan VIII (contamos con varias versiones, pero por supuesto, no existen pruebas que demuestren su autenticidad, como ya he mencionado anteriormente)
La falsa papisa, que dicen que mantenía una relación con el embajador Lamberto de Sajonia, quedó embarazada dos años después de ocupar el cargo, viéndose obligada a disimular su estado. Acorde nos dicta la leyenda fue durante una procesión y rodeada de una gran multitud cuando empezó a sufrir contracciones de parto y la verdad que había estado ocultando durante todo ese tiempo salió a la luz, con el consiguiente escándalo que ello supuso.
A excepción de su trágico final, pues la papisa Juana (así se ha dado a conocer) acabaría (siempre según la leyenda) su falso papado lapidada o ejecutada, me encantaría creer que existió una vez, muchos siglos atrás, una mujer capaz de burlar a todos y que consiguió algo tan insólito como el hecho de ser nombrada papisa. A pesar de todo, la Iglesia Católica sacó partido de esta leyenda, adoptándola como moraleja para mantener a las mujeres dentro de sus roles tradicionales. Porque, ¿acaso no es ése el mejor lugar en el que una mujer puede pasar sus días, al cuidado de su hogar, esposo e hijos? Por desgracia, en pleno siglo XXI, todavía hay ciertos sectores de la sociedad que siguen opinando de esta manera y yo, como docente, siento que tengo un arduo trabajo que llevar a cabo para ayudar a las nuevas generaciones a luchar contra esta arcaica forma de pensar que tanto nos limita y nos hiere a nosotras, las mujeres.
Mi investigación no concluye con la teoría de la papisa Juana, pues me doy de bruces con un hecho que ya no es una mera fantasía: el caso de Olimpia Maidalchini (también conocida como Donna Olimpia), a la que apodaron de forma despectiva “la Papisa”, en la ciudad de Roma.
La historia de esta mujer me resulta fascinante, pues en pleno siglo XVII y siendo una niña consigue burlar el destino que sus padres tenían previsto para ella, que no era otro que ingresarla en un convento para ahorrarse así su dote de casamiento y que fuera a parar a su hermano varón. La joven no estaba dispuesta a renunciar a una vida fuera de las paredes del convento y acusó de agresión sexual al sacerdote que su padre le encomendó. Finalmente, tras la ausencia de pruebas, el sacerdote fue absuelto, pero se negaron a que la joven ingresara en el convento, ganando así su primera batalla.
Fue años después cuando, a raíz de su matrimonio con Pamphilio Pamphili, se convirtió en cuñada del futuro papa Inocencio X. De hecho, ejerció una gran influencia en el cónclave donde éste fue elegido papa, hasta el punto de que, tras su elección, el cardenal Alessandro Bichi gritó con furia al resto de cardenales que acababan de elegir a una “Papisa”.
Se rumoreaba que Donna Olimpia y el papa fueron amantes, pero este hecho jamás ha podido probarse, como nunca se demostró que, durante los días previos y posteriores a la muerte de Inocencio X, ésta se apropiase de bienes muy valiosos que se llevaría con ella tras su marcha de Roma, cuando el nuevo papa Alejandro VII la obligó a abandonar la ciudad.
Lo que sí es un hecho más que demostrado es que el cuerpo de Inocencio X fue sepultado varios días después de su muerte sin ningún tipo de lujo y en un estado lamentable, tras declarar ella que carecía de recursos para costearle un entierro digno. Donna Olimpia, “la Papisa”, falleció a causa de la peste en el año 1657, antes de que el actual papa pudiera concluir sus investigaciones, al pensar que fue ella quien se llevó todas las riquezas de las que disponía su cuñado y supuesto amante.
Una vez más, el Vaticano se ha encargado de eliminar de su historia un hecho incómodo como lo es el de esta mujer que, sin ser papisa, ejerció una notable influencia en la política papal y resultó una figura muy incómoda para la Iglesia. La historia a veces, al igual que una moneda, tiene dos caras, y la realidad es que Donna Olimpia fue mucho más que la ambiciosa y maquiavélica dama que se nos ha querido mostrar a lo largo de la historia.
Si alguna vez visitáis la famosa Piazza Navona en Roma, resulta interesante saber que ella fue la que impulsó las mejoras del Palacio Pamphili (actual embajada de Brasil) y fue la promotora de la Fuente de los Cuatro Ríos (obra de Bernini), ambos monumentos situados en la misma plaza. Fue además una importante mecenas y, cuando el papa le dio el título de princesa de San Martino al Cimino, construyó un gran número de casas que les fueron entregadas a niñas sin recursos. Este gesto evitó que muchas de ellas se vieran obligadas a ingresar en un convento, como quisieron hacer con ella, o a ejercer la prostitución. De hecho, permitió a las prostitutas usar su escudo en carruajes y puertas, ofreciéndoles su protección.
Sigo sin poder dar una respuesta a la niña que me preguntó por qué a lo largo de la historia no ha habido nunca una papisa, aunque si alguna vez surge de nuevo esta cuestión en el aula, podré contarles la leyenda de la Papisa Juana o la historia de “la Papisa” Donna Olimpia. Nos han intentado silenciar a lo largo de la historia, pero nuestra obligación, como mujeres (y en mi caso además, como docente) es dar voz a todas ellas, que sin duda merecen un lugar destacado en la historia.
¿Tendremos Papisa algún día? Dudo mucho que lo vean mis ojos, pero… ¡Quién sabe!