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Este verano no deberías viajar

De niña el verano era un hiato atemporal en el que los días se alargaban como el chicle Boomer. Ver dibujos animados, jugar a las cartas, comer helado, chapotear en la piscina. Ahora el verano es una elipsis, una continuación de la primavera y un preludio del otoño. Videollamadas, agendas, entregas, publicaciones, cafés… pero con hielo.
Entro en mis redes sociales y veo a personas en lugares a los que no me puedo permitir ir.Navegando en yates, leyendo en camas balinesas, probando platos de todos los colores, recorriendo el mundo. Mi mundo, en cambio, es un piso sin aire acondicionado en el que se me derriten las ideas junto a un ventilador que compré en un bazar hace seis años.
En unas semanas me voy a un modesto hotelito en la costa del mediterráneo. Tengo muchas ganas, nunca me he bañado en ese mar. A pesar de llevar más de treinta años en este mundo, he pisado pocos lugares. Hoy día te venden que para encontrarte a ti mismo debes haber visitado al menos doce países y tres continentes, pero yo solo puedo permitirme un pasaje lowcost a casa de mi madre, así que supongo que seguiré perdida.
En una sociedad que genera nuevas microtrends a cada hora, la gratificación nunca llega.
Necesidades pasajeras como las cubiteras con hielos de sabores o las gafas estilo office siren se coronan como la solución a tu vacío existencial. Pero todos estos productos fallan porque están diseñados para ello: si realmente fuesen una solución, entonces se acabaría tu problema y ya no necesitarías volver a comprar ninguna porquería nunca más.
La fijación de los últimos años con viajar tanto como puedas se basa en esta misma idea. No podrás comprarte una casa, pero puedes recorrer Japón para escapar durante dos semanas de tu realidad. Come Reza Ama hoy día se llamaría “Come Compra Paga”. Fantasías creadas a medida para millennials blancos con suficiente poder adquisitivo e
insuficiente autocontrol. El botón de “vuelo directo” a medio meñique de distancia, ahí, quemándote el borde de la uña. El calentamiento global importa menos a diez mil metros de altura, que se quemen todos los motores de avión que haga falta, la vida es corta y tú tienes demasiados sitios que tachar de tu lista.
Rutas de viaje trazadas con recomendaciones de TikTok y neceseres con botecitos a juego para tu skincare facial. La experiencia del viaje no empieza cuando llegas a tu destino, empieza cuando miras qué bikini comprar en el Shein. La acotación temporal del viaje nos permite soltar sin culpa la correa consumista, al fin y al cabo es una ocasión especial, solo por esta vez, solo para este lugar. Cuatro vestidos ibicencos y dos pares de sandalias después, estás estrenando una bolsa de la playa casi igual que la del año pasado; oye, pero esta tiene un Labubu.
Desde fuera observo la performance vacacional, por un lado con ojo crítico y por otro con cierta envidia. ¿Si yo tuviera el mismo dinero me comportaría igual? Quiero pensar que no, pero tampoco soy tan ingenua como para engañarme. Yo también soy víctima del escapismo turístico aspiracional. Cuando me preguntan, reconozco con la boca pequeña que he viajado poco, casi justificándome, con miedo a que mi estancamiento geográfico sea señal de ignorancia.
“Viajar te abre la mente, te da otra perspectiva”. Bueno, en mi caso me la ha dado
quedarme donde estoy, volver siempre a los mismos parajes.
Quiero pensar que el viaje es mero estatus y que la narrativa del autodescubrimiento es una campaña de marketing de la industria turística para mantenerse deseable y justificar la gentrificación. ¿Qué hay más atractivo en un mundo tan vacuo que la promesa de profundizar, de encontrar verdades que en otro lado te son inalcanzables? ¿Cómo vas a ser consciente de tu pequeñez si no has visto las Pirámides? ¿Acaso has amado si no has besado junto a la Torre Eiffel? Colecciona ciudades igual que pintauñas, aunque se acumulen en el cajón del baño y se sequen con los años, aunque solo vayas a las tourist traps y vuelvas con una maleta llena de souvenirs del aeropuerto. Piensa en lo bien que quedarán esas fotos en tu Instagram.
De niña me daba igual a dónde fuéramos por vacaciones, bien podía estar en el fin del mundo como en la piscina municipal, porque lo importante era estar juntos: en familia, entre amigos, con los vecinos. Los lugares no son nada, tan solo paredes, aceras, pasos de peatones y semáforos en rojo. Lo que hace al viaje memorable son sus experiencias y las personas con las que las compartimos. Hay frases de Mr. Wonderful que contienen cierta sabiduría. Antaño el verano era suficiente con un polo de fresa derretido y los hombros pelados al sol, cazando saltamontes junto a mi hermana y enterrando los pies en la arena.
Antes era suficiente con quedarme en casa mirando el techo, sin cole, ni bullies, ni comida del comedor. Así que ¿por qué ya no? ¿Por qué ya no sería suficiente pasar mis vacaciones en casa mirando el techo, sin trabajo, sin jefes, sin tuppers? ¿Acaso no fantaseo el resto del año con tener un momento para no hacer nada?
Nada. Quedarte en casa es elegir no hacer nada y cómo vas a querer eso con todo lo que hay hoy día por hacer. La vida se te va mientras te quedas quieta. Arriba ese culo. Si no paras no te das tiempo a pensar. Si no piensas no aparece el vacío. Así que viaja. Viajar es lo contrario a parar. Viajar es moverse. Viajar es ver, comer, salir, bailar, beber, fotografiar, gastar, mimarte, soltar, excederte, presumir, merecer, endeudarte, fardar y, en última instancia, vivir.
¿Si no viajas es que no vives?
¿Para qué vives si no viajas?
Me pregunto qué aerolínea me metió este eslogan en la cabeza.

Alessandra Alari

Escritora de desvaríos, Directora de Arte y eterna autodidacta. Sobrepiensa tanto que necesita donar sus reflexiones de segunda mano para hacer hueco mental. Llévate las que quieras, son gratis.

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