Hace unos días, en el transcurso de una cena, una conocida se refirió a mi escritura como el hobby al que me dedico en mis horas no laborales. La frase me supuso disgusto, un malestar. Fue una mención a la ligera y luego la conversación cambió de rumbo. No dije nada, pero me quedé pensando en que esa no era la primera vez que escuchaba tal opinión, ni era la primera vez que me causaba incomodidad. Yo misma (mea culpa) recuerdo que hace un tiempo tuve tal desatino y de inmediato sentí que me traicionaba, que escupía al cielo, que me enredaba con mi propia cola.
La escritura no es mi hobby; quizá lo sea para algunos (y está bien), pero para mí no lo es. No es una actividad que hago en ratos de ocio o como pasatiempo. Al contrario, tengo que agendar mis actividades diarias para que no interrumpan con mi escritura. No importa si es día o noche, si estoy en un tren, en un avión o en un sillón de mi casa; la escritura es ahora mi estilo de vida.
Desde muy chica he sentido la necesidad de escribir para expresarme; nunca me ha ido bien conversar, siento que las ideas se acumulan y se enredan, y eso solo provoca dos cosas: que las palabras salgan sin significado ni orden (mezclándolo todo) o bien, que tanto caos forme un muro que no me permita hablar. Por eso escribo, para darle claridad a mis pensamientos.
Por mucho tiempo sentí que la escritura era una rareza que me perseguía. No tengo claro el recuerdo, pero en mi memoria hay una carcajada burlona tras revelar mi gusto por la escritura. Por eso exteriorizar mi pasión (que ahora sé es una necesidad) no era una opción. Escribir se convirtió en mi secreto, mi tesoro guardado en un baúl en el fondo del clóset. Esperaba que todos se fueran a dormir para ponerme a escribir y una vez que alcanzaba el desahogo sobre el papel, lo escondía. En esa época pensaba que eso, escribir a escondidas, podría ser mi hobby.
La escritura es una necesidad cuando tengo preguntas vitales. Cuando tengo sentimientos confusos, escribo. Cuando siento frustración, escribo; en momentos de felicidad, escribo. La escritura es un estilo de vida y también un lugar; un territorio que pone sus propias reglas y en el que me desplazo, ahí vivo.