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Encontrar el alma perdida: El ánimus vegetal

Encontrar el alma perdida,

un alma aterrada.

pero no aterrada de miedo, 

sino llena de tierra.                 

turbia y húmeda. 

con latencia tibia como miel de romero. 

es dulce y persistente.

el alma perdida es vegetal:.

magia y ritual,

un eco profundo, de otros saberes.    

barro y coral.                

también corazón.   

late y late. 

subterránea.     

sigue latiendo.

Aún recuerdo la primera planta de la que fui consciente. Recuerdo el olor y el tacto de la hierbabuena en el té que mi madre me preparaba cuando era pequeña. Desde entonces, el sabor y el olor de aquel té es uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia.

Todos nosotros, a lo largo de nuestra humana y carnal vida hemos estado en contacto con el reino vegetal. Desde los geranios en las casas de las abuelas, el laurel seco en la cocina, un té de hierbabuena, o una margarita campestre con su debido: me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…

Conscientes o no, compartimos un mundo y una vida con aquello que llamamos “plantas”, y no sólo hemos compartido, sino que, como seres humanos, estamos constituidos por el mundo vegetal. 

Precisamente de esto habla Júlia Carreras Tort, investigadora y especialista en etnobotánica. 

Tuve la oportunidad de escuchar a Júlia en la Universidad Popular del centro Dos de Mayo el pasado miércoles 1 de marzo, cuando compartió una charla titulada “Reencontrando el Ánimus Vegetal: relaciones entre plantas, territorios e individuos.”

Reencontrar el ánimus vegetal fue una oportunidad de buscar, observar y conocer las almas vegetales y la silenciosa pero latente historia de las plantas que además, queda enhebrada a la historia del ser humano, constituyendo sus raíces.

¿Por qué debería de reencontrarse una vida que siempre fue? 

Los humanos hemos olvidado cuán vital y esencial es el mundo vegetal en nuestra propia vida. Actualmente, nos manejamos en otros términos: utilizamos cemento, electricidad y plástico, frente a los arcaicos caminos terrosos, orgánicos y sombreados por cuerpos naturales que reinaban en un pasado. La alienación del ser humano no es nada nuevo, pero si hay un aspecto que no queda contemplado en el día de hoy, es que junto al olvido del reino vegetal, se difumina también, un legado mágico, ritualista y cultural que la etnobotánica se esfuerza por conservar.

Para entender esta idea, quizás es más fácil comenzar explicando en qué momento los seres humanos establecieron un punto y aparte en su contacto con el mundo vegetal. Fue ya la idea aristotélica de que, las plantas sólo tienen un alma vegetativa, una sentencia que duraría milenios. Según esta idea, el ser vegetal sencillamente existe – sin apenas vida- y queda supeditada al alma humana – mucho más capaz, según Aristóteles -.

Los seres humanos, a diferencia de las plantas, existen, pero también viven, sienten y razonan. Puede que esta idea sea el germen de los conceptos humano y vegetal como agentes mutuamente excluyentes.

Quizás Aristóteles no fuese el culpable único de nuestra lejanía hacia el ánimus vegetal. La gran mayoría humana hemos aceptado el dictamen de que las plantas no igualan el alma humana puesto que no se mueven y no sienten. 

Es curioso pensar que hay variedades de plantas que han sido documentadas llevando a cabo movimientos físicos y cambios espaciales mucho más racionales de lo que podríamos pensar. La revista BBC creó el documental “The Green Planet” donde pudo proyectar cómo el grano de la avena salvaje, al caer de la planta a la tierra, iba moviéndose por sí solo en busca del lugar óptimo donde crecer. Este fenómeno es inexplicable desde el punto de vista científico. Es algo más mágico. ¿Qué es la magia sino ciencia que aún no ha podido ser explicada?

Las plantas tienen movimiento. Buscan luz o la esquivan, se enredan, se enhebran; se expresan. ¿Qué tipo de inteligencia tienen para poder llevar a cabo estos gestos?.

Aún así, el reino vegetal ha tenido poca libertad para moverse y en términos generales, para ser. A los seres humanos – egoístas racionales – nos cuesta creer que el espíritu vegetal pueda tener vida más allá de la potencia utilitaria que encontramos en ella, y es quizás este problema el que plantea la etnobotánica: las raíces de la vida (humana) han estado siempre bajo tierra, esto es, impregnadas de una esencia vegetal. Este dato no es algo trivial, ni una simple curiosidad. El hecho de que estemos intrínsecamente conectados al reino vegetal conlleva pensar en nuestra cultura desde un origen vegetal también: antropológicamente, a lo largo de los milenios del desarrollo del ser humano, hemos llevado a cabo rituales que ponían de manifiesto esta profunda conexión con el entorno. A diferencia del  contexto utilitario – y por desgracia único – que establecemos actualmente con el ámbito vegetal, estos rituales ancestrales traspasan las barreras de lo rentable. Los rituales son cohesiones de lo cultural con lo social, y además son explicativos y resolutivos de los procesos que ocurren incontrolablemente a nuestro alrededor. En términos generales, el ritual es la forma de contacto con el entorno, que enraíza la esencia humana con su exterior. El contenido mágico que atraviesa nuestra relación con el mundo vegetal ha sido de suma importancia a lo largo de los siglos. De hecho, tanto en las poblaciones indígenas como en distintas sociedades a lo largo de la historia la comunicación con el entorno vegetal ha sido absolutamente un patrón clave en la forma de honrar la vida. No me refiero a una comunicación subliminal, si no al intercambio de información de forma literal entre planta y humano. De nuevo, hay algo mágico en este contacto. El tabaco, la ayahuasca y la oliva – por nombrar solo algunos cuerpos vegetales – no son sólo reino vegetal: son parte de una herencia personal. Es precisamente esto lo que plantea la etnobotánica. El reino vegetal, es una entidad viva, que abarca saberes más allá de lo observable y medible y que están latentes en la cultura. Según la bióloga Monserrat Gispert, la etnobotánica es la disciplina que afirma que las plantas son cultura. La cultura no es tangible. La sabiduría que nos expresan las plantas, tampoco, y sin embargo, está presente en los actos que llevamos a cabo en relación con ellas. 

Las plantas pueden ser pensadas y reconocidas en este espectro cultural y personal, y sin embargo hay un discurso que limitan al reino vegetal relegándolo a algo útil para el hombre. Ese alma vegetativa que Aristoteles describió, sigue estando supeditada al ser humano. La sociedad productivista y capitalista hace que menospreciemos los aspectos menos prácticos o económicamente menos viables de la etnobotánica, sin embargo, reencontrarnos con el ánimus vegetal va más allá de destilar la utilidad de las plantas. Es una forma de conexión con nuestras propias raíces, sean vegetales, culturales o espirituales. Han existido figuras a lo largo de la historia que han conceptualizado la fuerza natural del mundo vegetal. Hildegard von Bingen, abadesa benedictina, escritora, filósofa, naturalista, médica y mística de la edad media hablaba del reino vegetal como una fuerza que permite crecer y menguar, que cura y conecta las formas de vida, que lleva consigo la esencia  del vigor natural. Ella pensaba que había algo divino en la naturaleza, y creó así el concepto de viriditas, un concepto que contempla la vegetación como espíritu del verdor, como vitalidad y fertilidad intrínseca. 

Wade Davis describe de la siguiente manera la sensibilidad hacia el mundo vegetal: La sensibilidad por la naturaleza no es un atributo innato de los pueblos indígenas. Es una consecuencia adaptativa que ha dado lugar al desarrollo de habilidades perceptivas altamente especializadas. Pero esta surge de una visión integral de la naturaleza y el universo en la cual el hombre y la mujer son percibidos como elementos indisociables de la naturaleza.”

En la charla de Júlia, no pude evitar recordarme en los largos paseos que hacía en mi pueblo cuando era pequeña. Solía salir a caminar al monte, allí donde no hubiese nadie, aunque siempre estaba acompañada – la vegetación estaba allí – . Recuerdo los almendros que flanqueaban el camino, el olor a tomillo en invierno, y las zarzas marcando los límites del terreno, como si dijeran “por aquí, no pases”. Era un lugar preciado porque era un lugar seguro. Recuerdo la relación de extrema tolerancia entre el entorno natural y yo: las plantas no me juzgaban, y yo a ellas tampoco. Respetábamos nuestra naturaleza mutuamente. Allí nunca me sentía sola porque estaba rodeada de vida. Creo que en esos momentos la sensibilidad comenzó a germinar en mí. Ese acompañamiento vegetal es parte de mis raíces y de mi ánimus vegetal. Estoy segura de que todos podemos reencontrar ese alma perdida si tratamos de recordar.

Júlia Carreras también propone el acto de recordar para reconectar con el ánimus vegetal: ¿Cuál fue la primera planta de la que fuiste consciente? ¿qué saben tus abuelos acerca de las plantas de tu entorno? Recuperar la memoria oral vegetal también es una forma de volver al origen.

Hace algo más de 3 años que leí por primera vez acerca de la vida de las plantas. Se trataba de un libro de Emanuele Coccia, titulado La vida de las plantas: una metafísica de la mixtura. Ya en un comienzo, su libro introduce al lector al actual escenario vegetal cotidiano de esta manera: “Son el ornamento cósmico, el accidente inesencial y colorido que reina en los márgenes del campo cognitivo. Las metrópolis contemporáneas las consideran bibelots superfluos de la decoración urbana. Fuera de los muros de la ciudad, son los huéspedes- las malas hierbas- o los objetos de producción en masa. Las plantas son la herida siempre abierta del esnobismo metafísico que define nuestra cultura.”

No creo que pueda definirse mejor en qué lugar queda la dinastía vegetal en el mundo actual.

El reino vegetal no debe honrarse como acto beneficiario del ser humano, no se trata de entrar en contacto con las plantas como fuente que nos brinda algo, si no de recuperar una memoria que trasciende lo utilitario y que tiene que ver con lo vegetal, pero inevitablemente con el humano, la magia y la cultura. Tiene que ver con encontrar un alma perdida que siempre fue y ha sido. Un alma con raíces enterradas: No está muerta, sólo está bajo tierra.

Victoria Ferro

Psicóloga en ciernes, amante del arte y persona sensible.

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