A veces me pregunto qué hago en Madrid. El lugar que rompió todas mis creencias limitantes y me hizo empezar a materializar mis sueños. La ciudad que me hizo romper el apego a la vida futura que me había creído querer. En el barrio donde crecí, cerca del mar y sobre todo, a nada y cómodamente cerca de mi familia, como había visto mi rebelde al paso de los años que tenía que ser, que estaba bien. Apegada a ello, pero con un pie a una vida paralela, aventurera, a ratos secreta y llena de Dulces introducciones al caos – como ya dijo Extremoduro en esa canción tan nuestra – a la isla de Palma. Siempre encontré la manera de sentirme viva y a corazón salvaje.
Rompí con todo, lo guardé en un trastero – por si volvía – y me permití vivir el (des)amor. De Barcelona, de la mujer que creí salvavidas y del hombre que por haber escuchado su voz me hice mayor.
“Caminar, caminar y caminar hacia delante”
Papá me hizo cartas en momentos puntuales de mi crecimiento, donde visionariamente hacía hincapié a esa mujer de mundo de la que honestamente me siento. Pisé Madrid un marzo que lo cambió todo, y comprendí que nunca podría abandonar mi profesión de actriz porque siempre me hizo sentir del mundo, viva, niña, mujer, animal.
A veces pienso en los días esperados que aún no llegaron y se asoma una partícula de frustración, al igual que el ego sale al ring, pero miro atrás, veo el aprendizaje y la capacidad de sostener, al igual que liberar, la lágrima y la sonrisa, y solo veo una cosa: caminar, caminar y caminar hacia delante.
Madrid me hace sentir del mundo, y aunque echo de menos el olor a mar con toda la fuerza voraz que poseen mis pulmones, Madrid me hace sentir del mundo.
En la aceptación de ese amor a Madrid, a las oportunidades y a mis calles favoritas de La Latina, volví a enamorarme de Barcelona este verano. Comprendí que mi corazón completo estaba en las dos ciudades y que cuánto me quedaba por devorar.
“El mundo podrá cambiar si movemos el cambio en nosotros”
“No odies” me susurra a veces mi ser de alma espejo. Y en esos microsegundos de su mirada en mi mirada siendo de mar y roca, supe que durante un tiempo odié Madrid. Los lugares los hacen las personas, ¿no? Y en La Plaza de la Luna fue donde me falló. Así que odié con todas mis fuerzas Madrid, porque odiar también es humano, hasta que digerí que el odio nos lleva a la destrucción y no al amor. Que si el cambio empieza por uno, no quería destruir, quería amar. Y fue elección.
Hoy, que todo es incertidumbre, para todos y en mi caso, para los que trabajamos en el camino del arte. Solo me centro en estar bien, en estar conmigo, respetarme y hacer todas aquellas cosas que hacen crecer mi paz. Porque si todo eso no se mueve desde mí, no se lo puedo pedir, reclamar o exigir a ningún otro ser. El cambio está en nosotros, empieza por abajo, y de ahí, podremos ir hacia arriba. El mundo podrá cambiar si movemos el cambio en nosotros, como dice mi amigo faro en los desayunos que más echo de menos en Madrid.
Vuelvo a casa. No sé si digo que me quedo en Barcelona, que llego a Madrid, que por un tiempo mi destino está en otra ciudad o que me recuesto en el pecho más casa que conocí. Vuelvo a casa y tal vez, simplemente, sigo descubriendo mis alas y raíces, estando con la casa que llevo en el alma y en la mochila de aprendizaje, historia y mucho futuro apasionante.