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Emigra el cuerpo, no el corazón

Cruzar el océano, que la distancia sea concreta, que acá sea verano y allá invierno, que las horas de diferencia sean muchas más de las que parecen. Ríos de incertidumbre que recorren la piel.

A veces me siento un poco más o un poco menos, que mi yo de ayer. Me escondo en mis temores y bailo con mis alegrías. Me voy, vengo, vuelvo. 

Más de una vez me contradigo, me frustro, me da una nostalgia que es parte de esta nueva vida que elegí. Extraño las comidas, o más bien las manos de aquellos que las hacían, y la mesa con quien se compartía.

Me falta, me pongo, me saco, me hundo, me tomo un mate, nado como puedo, danzo como me sale, juego en mi demencia, me suelto el pelo porque me duele la cabeza de tanta tirantez absurda. Desecho dichos, historias, algunos relatos como si eso pudiera darme confianza, una palmada o algo.

Lo decido, lo niego, lo elijo y me arrepiento. Lo quiero, lo disfruto y lo anhelo.  Me excuso, me escondo, escucho música y salgo a caminar sin rumbo.

Prosigo, avanzo, retrocedo en la bruma de mi voluntarioso sentido del humor, en un lugar eternamente desconocido. 

Cada día es distinto, es como aprender a caminar, a decir las primeras palabras o andar en bici sin rueditas. 

Doy abrazos, consejos y besos virtuales. Veo pasar el tiempo en los otros y en mí, lo cotidiano se desvanece como un chocolate entre manos cálidas.

Emociones ambiguas, allí entre tanto caos. Quizás tengo esa parte de bicho de ciudad, que se escabulle gustosamente en el cemento ardido de cualquier calle ancha de Madrid, en el mes de Agosto. Quizás me muevo con  la ráfaga que acompaña al metro, quizás mi cuerpo  se mimetiza con el ritmo de esta ciudad. Quizás  me mueva, con esa intensidad con la que arranca Septiembre, quizás tenga insomnio como Gran Vía, quizás mi vida vaya muy bien para una obra en cartelera de cualquier teatro de por acá, y quizás cuando todo parezca demasiado, me tire a leer en algún parque, para calmar la vorágine de los pasos largos y los semáforos.

Sonrío como siempre y lloro como nunca. Extraño, lanzo, amo, grito y me compadezco, pero sobre todo me dejo ser ese mar revuelto, porque sí.

Naiara Verdun

Bailarina que escribe. Argentina, pero viajera empedernida.

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