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Ellos también lloran

Vivir es una experiencia jurásica, anacrónica, extemporánea. Es el reto impositivo de existir en un planeta irremediablemente conectado a través de pantallas donde transcurre literalmente todo, mientras que detrás de ellas, yace la realidad humana, con sus miserias a la vista, secuestrada por contraseñas, aplicaciones y códigos QR que dirigen el funcionamiento rutinario, aislado, retraído, ensimismado y con mucha prisa, con demasiada urgencia, porque de repente, 24 horas dejaron de ser suficientes. 

La brecha entre digitalización y humanidad es cada vez más extensa, ahogándose en la incapacidad de implementar recursos para expandir la ampliación de la conciencia en cualquier materia, pero sobre todo en términos de Salud Mental, asunto que expongo con potestad, solidez y propiedad tras casi 20 años batallando en solitario para dar visibilidad a las heridas etéreas, a las fisuras inapreciables, a los hematomas emocionales y a toda afección relacionada con el funcionamiento del órgano más importante del cuerpo humano, el cerebro, con el propósito de abordarlo con seriedad y diligencia en la prevención y curación de enfermedades gravísimas que no se perciben físicamente, lo que implica, que sean aún más graves. 

Si bien es cierto que el avance ha sido perceptible en relación a los últimos 15 años aproximadamente, el progreso se desarrolla con una parsimonia desesperante, tanto clínica como social. El estigma sobre la Salud Mental en general, y el suicidio en particular, continúa presente a modo de una evacuación emocional masiva, donde el desconocimiento y la ignorancia se dan la mano para lanzarse al vacío.

Científicamente, el sesgo no pesa ni en diagonal ni en contra, pesa en picado. Los pacientes afectados por enfermedades cardiacas son intervenidos en una habitación llamada quirófano, donde les despojan de un corazón disfuncional para colocarles uno nuevo, sano, con etiqueta brand new, y el paciente, vive. La perplejidad que genera el avance apoteósico en la medicina, me empuja a cuestionarme por qué no se ha desarrollado un progreso clínico en la prevención sobre las muertes por suicidio y por qué, como sociedad, tampoco nos lo cuestionamos. 

Después del 23 de junio de 2024 me resulta inadmisible restar importancia a las primeras señales de alarma que muestran las personas que carecen de antecedentes depresivos en su historial clínico, sin haber estado expuestos a enfermedades psiquiátricas previas. Partiendo de esta base, es urgente conjugar el verbo Escucharen indicativo, en presente, porque en algún momento de vuestras vidas tendréis delante a una de esas personas, con altas probabilidades de que sea un familiar, carente de habilidades comunicativas con temor a la hora de expresar que está al borde del colapso y vosotros, tendréis el compromiso moral de escuchar sin juzgar.

El psiquiatra Dr. Alok Kanojia, profesor de psiquiatría en la facultad de medicina de Harvard, demuestra estadísticamente que el 55% de los hombres que se suicidan carecen de historiales médicos que evidencian enfermedades mentales. Según una de las teorías de Kanojia, el factor desencadenante implicado en que un hombre decida quitarse la vida está correlacionado con la intención de conectar afectivamente con sus iguales en momentos críticos, fracasando, al sentirse rechazados por los mismos. Kanojia sostiene que a día de hoy, en 2024, en términos socioculturales, el hombre continúa anclado a la falta de permisividad social en el momento de mostrar sus emociones. En este sentido, no ha existido una evolución contundente. De una forma u otra, al hombre ni siquiera se le permite llorar abiertamente fuera de situaciones extremadamente colosales porque todas sus acciones y decisiones están sujetas a un juicio público, tanto en su vida personal, como profesional.

Generalmente, al otro lado del hombre que de forma tímida plantea la intención de comunicar su frustración emocional, hay un interlocutor vacío de inteligencia, empatía, cordialidad y lleno de ignorancia. Por consiguiente, el apoyo suele llegar demasiado tarde, cuando la contraparte afectada ha muerto. La sociedad continúa anclada en hacer oídos sordos a los aullidos desesperados que emergen de la angustia relacionada con las afecciones de la salud mental masculina. 

Lamentablemente, son muy pocos los que tienen la disposición de sostener al otro cuando el afectado se encuentra al borde del precipicio. Estamos educados, programados y adoctrinados para creer que somos invencibles e inmortales. De la misma forma, por algún motivo irracional, asumimos que estamos predestinados a vivir 80 años como mínimo, sin tener en cuenta el hecho más contundente, y es que desde que nacemos estamos expuestos a la muerte, que ademas, es parte esencial de la vida. Como seres humanos somos frágiles y vulnerables, no tenemos control sobre nada, cuanto antes integremos este hecho como una realidad irrebatible, aprenderemos a vivir de una forma más presente, más consciente y por consiguiente, más sana.

A nivel mundial, en términos suicidas, el género masculino se lleva la peor parte. Los hombres no suelen contar una red de apoyo entre sus iguales dentro de un espacio seguro donde pueden renunciar a esa masculinidad vulgarmente malentendida. El podcast conducido por Juan Pablo Raba “Los Hombres Si Lloran”, debería convertirse en un ejercicio recurrente, sobre todo, en la brecha generacional que se encuentra en el proceso de adaptación conocida como “La Crisis de la Mediana Edad” y que en reiterados casos está acabando con las vidas de muchos hombres, padres, hijos adultos, hermanos y maridos, que nos abandonan en el plano terrenal porque no supieron, no pudieron comunicar su desconsuelo, confundiendo erróneamente apertura social y vulnerabilidad, con debilidad integral.

En Estados Unidos, en 2022, murieron 49.000 personas por suicidio, lo que equivale a 1 muerte cada 11 minutos (Data: CDC Wonder). Los últimos datos publicados indican que a lo largo de 2022 se registraron 4.228 suicidios en España, lo que supone una media de 12 personas por día. (Data: Observatorio del Suicidio en España). Anualmente, 800.000 personas mueren por suicido, lo que me conduce a pensar que estamos ante el resultado de un conglomerado de ignorancia social y negligencia médica donde la frase Salud Mental está excesivamente trillada de forma verbal, sin profundizar en ella.

¿Cómo se puede plantear un avance clínicamente serio cuando en un hospital de Madrid, en el mes de octubre del año 2024, correspondiente al siglo XXI, te preguntan en el cubículo de recepción, si prefieres que recorten el ángulo del folio (del justificante médico) que en Times New Roman, especifica que has asistido a una unidad psiquiátrica como superviviente (familiar) de un suicidio? Estamos a años luz en relación a otras sociedades. Hay demasiado camino por delante y mucha ignorancia por barrer.

Según Thomas Joiner, psicólogo experto en Suicidios y Profesor de la Facultad de Psicología en Florida State University, la soledad, el aislamiento y el sentido de no-pertenencia en los hombres, dentro de una sociedad que los exime de contenciones de apoyo como el femenino, donde la mujer puede comunicar abiertamente una idea suicida, es uno de los factores que impulsan al hombre a quitarse la vida. 

Entre otros motivos, La intención de este artículo, casi en primera persona, es una llamada urgente para despertar la conciencia social de cara a comprender que muchas veces la vida de otros depende de nosotros, de nuestro nivel de empatía, humanidad y generosidad. No se puede continuar tildando de “débil” o “egocéntrico” al que en un momento desafortunado se plantea la muerte como única salida a sus problemas, traumas, frustraciones o enfermedades no diagnosticadas por falta de comprensión, por esa ignorancia recurrente donde culturalmente la convicción se arraiga en frases como “los hombres no colapsan”, “los hombres no lloran” y “el suicidio, en general, es una gesto de debilidad”, cuando en incontables ocasiones la autolesión se ejecuta como un gesto de generosidad hacia la familia, la comunidad laboral y los amigos, por la errónea y lamentable creencia de considerarse una carga para sus seres queridos.

Los que nos quedamos en este plano después de un suicidio, nunca obtendremos todas, o ninguna respuesta. Y tampoco debemos perseguirlas de forma obsesiva porque existe una infinidad de conductas que nunca podremos racionalizar. 

Desafortunadamente el suicidio llega de forma violenta e inesperada, ocurre, y la única salida es aceptarlo, integrarlo a nuestra conciencia y aprender a vivir con la incertidumbre que genera el dolor. El compromiso obligatorio radica en despojarse de las conductas aprendidas, disparatadas e irracionales, donde automáticamente damos por hecho que el hombre tiene la obligación de estar bien siempre, condenándolo si “incurre en el atrevimiento” de mostrarse vulnerable en la arena de sus emociones. Se trata de un cambio conductual urgente, sobre todo dentro de núcleos familiares donde tenemos hijos varones que aún siendo educados en espacios comunicativamente abiertos y permisivos, no se atreven a mostrar sus miedos, dudas, temores e inseguridades. 

Los supervivientes de muertes inesperadas, sobre todo por suicidio, no volvemos a ser los mismos. Durante el duelo transitamos dentro de un laberinto forjado de espinas donde procesamos la aceptación, obteniendo un nivel superior de conciencia, de forma que cuando salimos de él, con golpes, desgarros y heridas, la sanación es lenta pero impostergable, porque al final, las lesiones siempre se transforman en cicatrices. 

Una vez que atraviesas el umbral de dolor donde incluso podemos sentirnos abandonados por la persona que decidió marcharse para siempre, no hay vuelta atrás. Nunca seremos los mismos. Evolucionaremos hacia versiones más elevadas a nivel de conciencia, menos superficiales, dejando atrás problemas que en realidad nunca lo fueron, centrándonos en vivir de forma coherente, siendo serios y sólidos en sociedades cada vez más aisladas, egoístas y ancladas en la satisfacción inmediata de lo material.

Este artículo va dedicado a todos los hombres que sufren, lloran a escondidas y eventualmente fracasan, como cualquier ser humano, sintiendo que no se les permite un mínimo margen para errar, equivocarse, decaer. 

Va dedicado a las mujeres, madres, hijas, hermanas, tías de niños, adolescentes, adultos, que desde nuestra femineidad nunca nos enseñaron a proporcionar espacios seguros para atender a esa apertura masculina tan necesaria de cara a abrirse en contextos vulnerablemente humanos sin tener que renunciar a ser los hombres proveedores que han formado parte de nuestra educación: Padres, tíos, abuelos, profesores, psicólogos. Hombres a quienes debemos máximo respeto y comprensión sin dar por hecho que son de hierro, insensibles, infalibles, inequívocos. Es hora de cambiar esa posición utilizando como base los datos estadísticos que están al alcance de todos, el sentido común y lo más importante, el amor.

Que este artículo sirva como cimiento para liderar un movimiento a favor de la salud mental masculina y por consiguiente, la  desaceleración de la muerte por suicidio.

Marie-Claire

CEO de su empresa y de su vida. Apasionada de la lectura y la escritura.

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