¿Y cómo hago para que esto ya no me duela tanto? Me pregunta una mujer que me permite acompañarla en su proceso. ¿Qué “se debe” hacer? ¿Qué pasos sigo?
La observo, y en sus ojos cristalinos me deja entrever a una niña apresurada por la respuesta, esperando una receta fácil de cocina, algo que no implique demasiado… demasiado tiempo, demasiada emoción, demasiado nada. A ella le viene mejor algo más práctico y sencillo, como los pastelillos que hacen en microondas, esperando que tengan el sabor de uno de verdad.
Pero trabajar el dolor es un proceso tan personal, que no podemos reducirlo a un manual de superación… ¿qué duele? ¿por qué duele? ¿con qué te conecta ese dolor? ¿qué está debajo de ello? ¿quién eres cuando conectas con ese dolor? ¿en qué parte de tu cuerpo lo sientes?
Tus respuestas serán únicas, y nadie más, aunque tenga una situación o una pérdida similar, vivirá lo que tú estás viviendo.
El ser humano y sus relaciones interpersonales son únicas e irrepetibles, aún cuando volvamos a implicarnos en una situación que antes hayamos pasado, jamás volveremos a vivirla igual, dice el dicho “nadie se baña dos veces en el mismo río”, tú no serás el mismo, el agua tampoco.
Sanar no es un proceso rápido, light, descafeinado, ni desechable.
El trabajo de sanar es artesanal, es necesario rendirse y ser paciente, volverse observador amoroso de los propios pensamientos, sentimientos y actitudes.
Es bordado delicado, en donde cada puntada es parte importante del diseño final.
Boceto a lápiz de inicio, en donde los detalles aún son difusos, en donde los contornos pueden perderse.
Platillo preparado a mano, con la conciencia de cada ingrediente y cocinado a fuego lento.
Sanar así, con los sentidos bien despiertos, con las ventanas abiertas, siendo el artesano de nuestro propio corazón.