fbpx

El lugar donde dejé a mi novio

novio

He vuelto al lugar exacto donde dejé a mi último novio. En la piedra fría y gris en la que senté mi culo y acomodé mi espalda, han crecido malas hierbas. Y entre ellas, una flor moribunda que podría tener mis ojos, mi nombre, mi olor. Siento mi culo en el mismo punto en el que hace dos meses descolgué el teléfono para decir:

Mira, que no. A ver si piensas que la vida es como las películas. Que vas paseando por la calle y, de repente, una mirada atraviesa tu cuenca y te invita a una copa en el bar más caro del barrio. No, tampoco llega Dios y te manda un WhatsApp para decirte, sí, es esta la mujer, la Eva que te sacará del paraíso de la soltería, la que apartará de la cesta tu manzana podrida y hará pasteles con el último modelo de  thermomix que le regalará su suegra como regalo de bodas, de la que nacerán tus diez hijos con los que ir a misa cada domingo y la que coserá en cada mascarilla de tela estampada de animalitos una rojigualda del tamaño de la almorrana que nunca cesará de doler tras haber parido  nueve machos y una hembra.

Me hubiera gustado decirle todo eso, pero únicamente dije:

Mira, que somos muy diferentes. Espero que encuentres lo que buscas. Adiós

He vuelto al lugar exacto donde dejé a mi último novio antes de convertirse en lo que fue. Un suspiro. Una mancha en mi expediente. Una sombra. Un nombre que no debe ser nombrado ante oídos anarquistas, nacionalistas izquierdanos y  artistas a los que llamo amigos. He vuelto y he sentado mi culo, más huesudo que aquella vez, de no comer más que brotes verdes, pechuga a la plancha y nada de pan que no sea integral y únicamente en el desayuno. A la izquierda, el bar que intuí como mensaje divino poquito a poco. Vacío. Absolutamente vacío. Como mi corazón y mi cuenta bancaria. A la derecha, un hombre vestido de cura o un cura que no está vestido de cura porque lo es graba un sketch de televisión o una miniserie o una película de cine para adultos en la que los calvos con sotana y alzacuellos son los protagonistas de la historia. Como lo era el Padre Manolo, después conocido como Señor Berenguer en aquella famosa película de Almódovar. En una de las escenas, Zahara está junto a su amiga Paca en la escalera de la iglesia antes de robar la sacristía, polvoreándose la nariz como cuando te alimentas únicamente de Miguelitos de la Roda, preferiblemente de crema o chocolate blanco. 

Tú ya sabes que yo creo en la pareja. Dos amigas. Dos polvos. Dos rayas. Dos bares. Dos terrones de azúcar en el café. Dos bancos. Dos palmaditas en la espalda. Dos bicicletas. Dos armarios. Dos manos. Dos paños de la cocina. Dos padres. Dos cucarachas. Dos cepillos de dientes. Dos niños. Dos balcones iluminados por las lucecitas de navidad. 

Al fondo del jardín, un perro, solo, juega en compañía de su frisbee. Nadie sabrá si por soledad o puro egoísmo. Una madre enseña a su hijo a contar a partir del número tres, mientras manda al pequeño con gorrito de navidad y cascabel a callar para no desconcentrarse.  Tres, cuatro, cinco, seis, siete. El uno y el dos no existen porque después de sus hijos, no existen ni ellos mismos. Una joven pasea con garbo y con tacones y el tintineo de sus agujas hace que me mire los pies. Yo voy en zapatillas de deporte. Una pareja de unos cincuenta años habla por teléfono con alguien cuya historia desconozco. “En nada estamos ahí”. Alguien tiene a alguien que le espera o a alguien a quien esperar. Yo voy en zapatillas de deporte. “En una hora más o menos” ¿Una hora es mucho o poco tiempo? Unos pájaros huyen del nido porque cualquier lugar es más seguro y calentito que aquel que llamamos hogar. Yo voy en zapatillas de deporte y confundo una estrella con un avión. Ahora corroboro que no veo bien de lejos. “No puedo vivir sin música” le dice un señor gordo a otro señor gordo que solo mira su barriga. ¿Sin qué no puedo vivir yo? 

Me siento en la piedra fría y gris y recuerdo aquel diálogo de la película sobre el recorte del periódico. Una mujer abraza a los cocodrilos hambrientos mientras se la comen. Qué imagen tan potente. Aquí hay una historia. La recorto y la guardo. Yo soy esa mujer. Esa mujer que abraza su hambre de hombres para no sentirse sola en este mundo. El cristo del arco me observa desde arriba con toda la compasión que le nace. ¿Hice bien, Padre? ¿Hice bien en dejar a mi último novio?

Sara Olivas

Periodista y Gestora cultural. Muy teatrera e intensa y, cómo no, poeta.

Comentarios

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Responsable de los datos: Square Green Capital
Finalidad: Gestión de comentarios
Legitimación: Tu consentimiento expreso
Destinatario: servidores de Siteground
Derechos: Tienes derecho al acceso, rectificación, supresión, limitación, portabilidad y olvido de sus datos.