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El día que me rompieron en pedazos

Andaba yo reparada por la vida, ese estado al que tanto me costó llegar, reparada porque ya sabia lo que era estar rota. Algo pasa y tu vida cambia en cuestión de segundos, algo que hace que quieras gritar, pero no te salga la voz, quieres salir corriendo, pero tienes una tonelada de dolor en los hombros que no te deja huir y una presión en el pecho que te impide respirar. Todo sigue su curso habitual, mientras tú deseas con todas tus fuerzas, aunque tuvieras que vender tu alma al mismísimo diablo, que el tiempo retrocediera solo un segundo, ese último segundo de tu vida en el que estabas completa, donde no te dolía el alma, donde no estabas rota.

Yo sabía que lo amaba, pero lo que aún no sabía era que lo podía amar más, no hay nada como el miedo a perder alguien a quien quieres para darte cuenta de que ese amor que sientes puede multiplicarse por infinito y así es como lo quiero yo, lo amo infinito, lo amo hasta donde los ojos alcanzan ver al final del universo, lo amo con toda mi alma. 

Estaba yo en una tarde de verano, tranquila, en mi zona de confort, siempre protegida, aunque fuerte, llena de cicatrices que habían intentado hundirme y no lo habían conseguido. Marcas que me habían hecho vaciar y llenar de nuevo el tren de las personas de mi vida, tener 100 libros más leídos y arrugar más pañuelos mojados en lágrimas de los que podía contar, porque lo que tienen de bueno las lágrimas es que no se acaban, como el amor, son infinitas. Todas esas cicatrices me habían hecho ser como soy, me recordaban que estaba dispuesta a disfrutar de cada día y cada momento porque nunca sabemos cuál va a ser el último. De repente, allí mismo, en el pasillo de un hospital, llegó una ola y me azotó, fuerte, muy fuerte, noté que entraba en una especie de lavadora, de esas olas que no te dejan sacar la cabeza para coger aire y te alejan de la orilla, y lo sentí de nuevo, noté como mi alma se rompía, quería gritar, llorar, llorar mucho, llorar a mares, pero no podía, tenía que ser fuerte por mi niño y por él. Después de recoger mis pedazos sin saber aun cuando ni como me iba a recomponer, salí de allí diferente, rota, perdida, agitada por dentro, desorientada, llena de rabia, no era justo, no es justo. Y lloré, lloré tanto que me dolieron los ojos, lloré tanto que se me nubló la vista, lloré tanto que no era capaz de respirar, lloré tanto… 

Todo pasa por algo, todo es parte de un plan perfecto, lo creo firmemente, pero…¿Qué tenemos que aprender de esto?, aún no lo sé, pero me ha servido para ubicarme, para recordar que tenemos que elegir lo que suma, no quiero nada que reste, llenar los días de vida, de recuerdos, relativizar, importancia a lo importante. Tengo claro que en este largo camino que nos ha tocado andar lo haremos juntos porque somos eso, una familia, diferente, pero única e IM-PERFECTA, una unión que solo nosotros entendemos porque nos hemos elegido vida tras vida, porque estamos predestinados a estar juntos, a elegirnos. 

Convencida de que saldremos de esta, como el ave fénix resurgió de sus cenizas, más fuertes, diferentes y con una mochila un poquito más cargada, pero también con ilusión. Buscaré fuerzas para recomponernos, para repararnos. Seré diferente, tendré una cicatriz nueva, que luciré orgullosa, porque siempre que nos hacemos una herida queda la marca, la que se encarga de recordarnos que somos frágiles, pero que se puede salir de todo, con tiempo, fuerza, constancia y trabajo. Aquí estoy para ti, mi amor, porque esto no acaba aquí, porque nos quedan muchos sitios por conocer, batallas por luchar, tenemos que enseñarle la vida a nuestro pequeño que tanto nos agita y sobre todo nos quedan nuevas heridas por curar, baches que saltar e historias que vivir.

Nayra Moreno Pérez

Aprendiz de la vida, apasionada de los viajes. Escribe para sanar. Resilente.

2 Comentarios
  1. Precioso. Una declaración de amor del de verdad en toda regla pero también una declaración de amor a la vida. La vida nos da guantazos para que valoremos todo lo bueno que tenemos y todo lo bueno que está por venir. ¡Enhorabuena!

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