Según Frida, tenemos que aprender a usar el pasado como una lección, y no como una carga que no te permite avanzar. Lección que en nuestra niñez nos cuesta entender. Con los sentimientos a flor de piel, el mundo por conocer y experiencias que aun van a tardar en florecer. Pero no por ello, quiere decir que las que hemos vivido en ese momento, sean menos importantes. Le damos importancia a esas situaciones y sensaciones, en su justa medida. Usando nuestro diario íntimo como nuestra mejor amiga. No encontrando otra mejor manera, que expresando nuestro tormento de emociones y pensamientos de confusiones, que expresándolo con la palabra escrita. Un paliativo de arte, expresado con claridad y precisión a lo que una siente. Con una devoción, a esos sentimientos, frente a la vida adulta que aun en ese entonces carece de entendimiento y se trasforma en un dolor, combinado con la inocencia, el cual se llama adolescencia. La carencia de amor, hacia el amor de la madurez, de la valencia de nuestras palabras, de la realidad que estamos viviendo en ese momento. Que aunque creemos entenderlo todo, por como lo sentimos y lo vivimos, aún nos falta tiempo para entenderlo, o por lo menos es lo que nos hace creer el resto. Carencia, como una sed que se lo bebe todo, una sed de yonqui que no mira la calidad del producto que le suministran y se inyecta su dosis letal con la certeza de estar haciendo el bien. Que lo que le recomiedan hacer los demás, no puede venir del mal.
Hasta que la propia escritora de su propia vida, mucho tiempo después, en su punto máximo de madures, le llega a dar otro tipo de tratamiento a sus palabras, el cual termina siendo políticamente correcto y de mayor entendimiento. Dejando por sellado, a tracción a sangre, el propio consentimiento de su vida y su legado. Dejando a los lectores con una sed, para comerse su manuscrito de un bocado. Mientras se hace justicia por mano propia, de forma escrita, atrapando al cazador en un libro, como coto privado. Rindiéndole homenaje al lenguaje y lo literario, donde cualquiera (como Vanessa Springora), se puede sentir empoderado.