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El bot: Hay quien le confiesa a ChatGPT que se siente sola

Hay quien, en una madrugada insomne, le confiesa a ChatGPT que se siente sola. Que no sabe si dejar a su pareja. Que se siente mala madre. Que el trabajo le pesa. Y El bot, tan rápido y educado como siempre, le devuelve un párrafo impecable, con una lista de pasos a seguir, ejercicios de respiración y frases motivacionales que podrían encajar en cualquier libro de autoayuda al uso. 

Durante unos segundos, parece que sí, que ahí hay algo de consuelo.

Porque claro, El bot es amable. Siempre condescendiente. Con esa voz neutra de terapeuta de serie americana. Te llama “valiente” por haber compartido tus sentimientos y te recuerda que “no estás sola en esto”. Por momentos, sientes un alivio breve, como cuando miras tu taza de Mr. Wonderful o miras el reloj a las 11.11 y recuerdas los mensajes de optimismo de La Vecina Rubia. 

El bot te ofrece soluciones limpias, consejos ordenados, respuestas claras que te hacen sentir que algo se mueve, aunque no toques nada. Te genera la ilusión de que alguien te entiende, sin el riesgo de incomodar y sin el compromiso de un encuentro real. El bot no espera, siquiera, que seas simpática con él.

Pero hay un detalle que no podemos olvidar: a El bot no le importas un carajo. Es una realidad. Le da exactamente igual si llegas bien a casa después de un día de fiesta.

Lo que sucede cuando usas a El bot como terapeuta es, que pasado el efecto placebo que te produce la falsa sensación de sentirte comprendida, se rompe el hechizo y ¡mierda! el vacío sigue ahí. Porque, ni el consejo más bienintencionado escrito en una taza, ni el mejor libro de autoayuda para aprender a gestionar tus emociones, ni el “estoy aquí para ti” que te regala con dulzura el algoritmo, pueden ofrecerte lo que una persona de carne y hueso. 

Otro ser humano te mira, te ve, y decide quedarse contigo en ese lugar incómodo.

Las relaciones humanas no te ofrecen soluciones rápidas a tus dramas cotidianos. No tienen respuestas perfectas e incluso, a veces, la cagan; pero tienen algo infinitamente más valioso: la capacidad de quedarse contigo incluso cuando no saben qué decir. Y eso, por mucho que avance la tecnología, sigue siendo insustituible. Las personas te sostienen en tus días grises, te secan las lágrimas, te limpian los mocos y te hacen hueco en el sofá de su casa. Una persona que te quiere, se emociona con tus historias, se alegra con tus logros, se preocupa por cómo duermes y te lleva un tupper a casa cuando sabe que no tienes fuerzas ni para hacerte la comida. 

Nos dirigimos a una realidad diseñada para prescindir de lo humano: autoservicio en el supermercado, atención al cliente con bots, diagnósticos médicos por app. No hay vuelta atrás. En esta realidad, El bot nos ofrece respuesta instantánea y sin esfuerzo: promete escucharte, un hilo de conversación que nunca se cansa de responder. Es tentador, claro, rápido, disponible a cualquier hora, sin exigir nada a cambio.

Y, sin embargo, seguimos necesitando lo que ninguna máquina puede darnos: el calor de una presencia, la certeza de que alguien se queda contigo cuando todo se derrumba. Lo humano no es sustituible. La conversación con tu psicóloga, con tu amiga, con tu madre, es insustituible. El sostén que nos damos los unos a los otros no cabe en ningún código.

Quizá el reto no sea elegir entre el mundo digital y el humano, sino aprender a no confundirlos. Usar la tecnología para informarnos, para inspirarnos, e incluso para orientarnos; pero no para aislarnos. Porque hay heridas que solo se curan en compañía.

Y tal vez ahí esté la clave: en cuidar los vínculos, en no dejar que la velocidad del desarrollo tecnológico nos haga olvidar que necesitamos a otros. Que necesitamos miradas, voces, manos. Porque, por mucho que avance la inteligencia artificial, el consuelo, el de verdad, seguirá siendo humano.

María Huertas Vieco

Psicóloga, docente y emprendedora. Cofundadora de Espacio Psinergia. Apasionada de la etapa perinatal y el acompañamiento a mujeres.

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