Tengo la teoría de que en la treintena nos definimos como adultos. Me explico: en la veintena salimos de la universidad, empezamos nuestros primeros trabajos, ganamos dinero – muchos de nosotros – por primera vez de forma seria, y lo invertimos en descubrir el mundo y en hacer lo que teníamos en mente cada uno. En resumen, somos jóvenes y vivimos en una especie de “rueda de hámster”. Y a lo largo de los treinta, pasamos a ser adultos y muchos de nosotros nos planteamos asuntos existenciales, que pueden determinar nuestra vida de una manera u otra ¿Me gusta mi trabajo? ¿Quiero tener familia? ¿A qué quiero dedicar mi tiempo libre? ¿Será la hora de cuidarme más? ¿Debería hacer deporte? ¿Necesito un año sabático?
En todo caso, y sin ánimo de aconsejar a nadie, me gustaría describir el decálogo que en estos cinco años de mi treintena he ido desarrollando a través de mi propio autoconocimiento y aprendizaje (de ese que en el colegio no enseñan):
- Trátate bien, háblate bien. Ámate con la misma intensidad con la que te juzgas. Nunca te digas cosas que no dirías a tus compañeros de trabajo, a tus amigos, o a tus seres queridos. Tú has de ser tu ser más querido. No es egoísmo, es necesidad. Si no nos amamos a nosotros mismos, va a ser realmente complicado dar amor verdadero a los demás. Nos han inculcado desde pequeños conceptos como “culpa”, “pecado” y, en definitiva, “sentirnos culpables” por cosas que, en muchas ocasiones, no dependen de nosotros. Y si lo hacen, ¿por qué castigarnos? ¿acaso no hay derecho a equivocarse? Las palabras crean pensamientos, los pensamientos derivan en emociones y éstas, en estados de ánimo. Observa las palabras que te dices a ti misma; suavízalas, háblate con amor, como le hablaras al ser más querido, no a tu peor enemigo.
- Dedica tiempo a estar contigo misma, en calma. La calma, un concepto que en la veintena era desconocido para mí. Y ahora, en mi treintena, es mi gasolina. En este mundo frenético, en el que lo cool es hacer cuántas más cosas a lo largo del día mejor, viajar cada fin de semana a un lugar diferente, quedar con tres grupos de amigos en un misma jornada y llevar a los niños a todas las extraescolares posibles, la calma está infravalorada. Me ha costado años darme cuenta de que a mi mente y a mi cuerpo lo que le sienta bien es parar. Decir que no. No a algunos planes, a algunos viajes, a algunas visitas. No a seguir en la rueda de la hiperactividad que nos anula el espacio para pensar y conectar con nosotras mismas. Un día leí algo que me grabé a fuego: “No digo que no porque estoy demasiado ocupada, digo que no porque no quiero estar demasiado ocupada”.
- Encuentra el equilibrio entre la vida laboral y personal. Este equilibrio no es el mismo para todas; pero sea cual sea el tuyo, encuéntralo. Tener equilibrio no es tener dinero para externalizar todas las tareas que no nos da tiempo a hacer. Tener equilibrio es estar feliz con el tiempo que nos queda después de trabajar, para dedicarlo a lo que cada una desea. Sal de esa horrible sensación de no llegar a nada, de estar secuestrada por el trabajo. A veces no es tan fácil. Pero otras veces, depende de nosotras mismas: estar dispuestas a cobrar menos por tener más tiempo libre o a perder status o reconocimiento laboral es una decisión difícil pero madura. Al fin y al cabo ¿es ese status laboral el que nos aporta felicidad?
- Hazlo. La acción más pequeña vale más que la intención más grande. Hay personas “thinkers”, de ideas, y hay personas “DOers”, de acciones. Y también hay personas “hayquers”: “hay que hacer esto”, “hay que hacer lo otro”; pero a la hora de la verdad, no lo hacen. Esto genera una extraña sensación de no avanzar, de no salir de la zona de confort, el típico “es que al final nunca hago nada”. ¡Pues hazlo! Sea lo que sea lo que tienes dentro, lo que te apetece, ¿por qué no hacerlo? Haz un viaje, ve a clases de eso que llevas años deseando, escribe un libro, abre un blog, crea una empresa. Obviamente, hacer cosas requiere tiempo y/o dinero (aunque no todas). Mientras se pueda mantener un equilibrio, pregúntate ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?
- Ofrece tu tiempo a los que lo necesitan. Cuántas veces he oído decir: “me encantaría hacer un voluntariado, pero no tengo tiempo”. Para mí, quién dice “no tengo tiempo” está diciendo, en realidad, “no es mi prioridad”. No hace falta coger un año sabático para ayudar a los demás; hay otras opciones, como pasar una hora a la semana con un abuelito que no tiene compañía, dedicar una semana de tus vacaciones (de las tres o cuatro que solemos tener) a dar clases a niños o a ayudar en un hospital, ir a centros logísticos de la cruz roja, salir una mañana al mes a plantar árboles o limpiar playas, o pasar un fin de semana en la campaña del banco de alimentos. Hay multitud de opciones que implican salir de nuestra cómoda y calentita casa y que te harán sentir más rica que el más caro de los regalos.
- Muévete. Bailé muchísimo hasta los 18. Y por algún motivo que aún desconozco, un día paré en seco mi cuerpo, y así estuve durante años. Grave error. No es cuestión de kilos, ni mucho menos. Es salud. El cuerpo no está diseñado para estar sentado 15 horas al día, del coche o el autobús a la silla de la oficina, de ésta al coche de nuevo, luego al sofá y después a la cama. Y vuelta a empezar. A todas nos falta tiempo, por eso no hace falta aspirar a correr un maratón si no estamos acostumbradas. Levantarse media hora antes una o dos mañanas para hacer yoga, o dedicar un par de horas el domingo a ir al gimnasio, es algo relativamente factible. Y ojo, caminar no es hacer deporte… Es mejor que nada, pero no es deporte.
- Invierte más en experiencias y menos en cosas materiales. Cumpleaños, aniversarios, amigos invisibles, navidad… Mi sensación es que nos hemos vuelto algo locos con los regalos materiales. Tenemos las casas llenas de objetos, ropa, accesorios, artilugios de todo tipo. Los regalos han dejado de ser una manera de sorprender a alguien, para pasar a ser un requisito. Por un lado, no es necesario regalar siempre, y por otro, el regalo no ha de ser material en todo caso. Para mí, el regalo más preciado que alguien puede ofrecerme es su tiempo. Regala momentos, experiencias, escapadas, entradas de cine, conciertos… Regala tiempo de calidad. Si es tu aniversario, será más valioso salir antes de trabajar y pasar la tarde junto a la persona querida, que llegar a la hora de la cena con un ramo de flores y un paquete. Si es el cumpleaños de una amiga que vive lejos, cómprate un billete y ve a pasar un día con ella. El desapego a lo material enriquece el alma.
- Conoce mundo. «Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente», decía un escritor norteamericano. De un viaje jamás se vuelve más pobre, siempre se vuelve más rico. Rico en tolerancia, rico en experiencias. Visita, al menos una vez al año, un pueblo, una ciudad, o un país que no conozcas. Habla con su gente, aprende sobre otras formas y estilos de vida. Rompe las barreras de la pereza y el confort y sal al mundo. Aisladamente somos insignificantes en este planeta y la mayoría de nuestros problemas no tienen nada que ver con los grandes problemas del mundo. Salir de esta burbuja en la que tenemos la enorme suerte de pasar la mayoría de nuestros días ayuda a poner nuestros pensamientos en perspectiva.
- Desconecta del mundo digital. Qué difícil es desconectar y qué tentador es el teléfono. Sin duda, el mundo digital ofrece muchísimas ventajas, pero también algunos inconvenientes. Igual que la comentada hiperactividad, la hiperconectividad a las pantallas nos aleja de nuestra esencia. Hace unos años tomé varias decisiones, como salir de algunos grupos de whatsapp multitudinarios y apagar mi teléfono cada noche, hasta la mañana siguiente (sí, apagar, no poner en modo avión). ¿Ha pasado algo dramático? Nada. ¿Qué he ganado? Espacio en mi mente y en mi vida, descanso, tiempo de lectura y conversación. Pensemos a qué dedicábamos el tiempo que ahora destinamos a mirar la pantalla cuando no la teníamos.
- Deja los vicios. A los veinte nuestro cuerpo lo aguanta todo. A los treinta y cuarenta, empieza a dar señales. Alcohol, tabaco, comida basura, noches de fiesta interminables… Hay mucha presión social y, como comentaba en otro punto, hay que saber decir que no. La gente que critica a los que viven de manera sana me parece gente débil que utiliza ese arma porque ellos no tienen la valentía y la fuerza de vivir una vida saludable. No hay que obsesionarse con esto, pero piensa ¿qué beneficio te reportan las cuatro cervezas o la hamburguesa frente a otras alternativas menos perjudiciales? Una vez más, tratémonos a nosotros mismos como a nuestro bien más preciado. ¿Acaso pondrías a tu coche gasolina de la peor calidad sabiendo que disminuirá su vida útil considerablemente?
me ha encantado, da mucho qué reflexionar, me guardo este decálogo para consultarlo de vez en cuando!!
Magníficas reflexiones. Las situaciones que describe están muy bien analizadas. Gracias
GENIAl CARIÑO, tienes una forma de ver la vida especial, analizas las cosas muy consecuente con tus ideas. Puedes hacer pensar a mucha gente con este articulo.