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Comunicar es conectar con los otros

Los idiomas son mi gran pasión y, aunque hablo varios, el chino no es uno de ellos. Pero esa barrera idiomática no me ha impedido disfrutar de Shanghai, sus lugares y sus habitantes. 

Después de varios días recorriendo una ciudad que parece infinita, el domingo me pareció ideal para ir a conocer un parque muy apreciado por los locales. El Lu Xung Park es conocido por sus cerezos y por reunir a una multitud entre sus árboles y flores. No podía resistirme. 

Sin embargo, nada más llegar no fue el verde lo que me sorprendió sino sus sonidos. De todos los extremos parecía brotar un tipo de música distinto: instrumentos de aire entre las sombras frescas, karaokes en las glorietas, coros en los espacios más amplios. Durante 4 horas estuve rodeada de música en sus más diversas formas. 

Sin comprender las palabras, pero observando los gestos, entendí que muchos de estos músicos amateurs se ven cada domingo en el mismo lugar para compartir una tarde armónica. Sacan sus instrumentos, sus termos llenos de té y sus partituras, para deleite propio y ajeno. Por lo visto, muchas de las piezas son de música popular, porque las familias que pasean aprovechan de sumarse al ambiente, tarareando y haciendo palmas. 

Más adelante, me dejé abrazar por una voz preciosa, que resultó venir de una glorieta donde ella y un señor interpretaban una canción al mejor estilo Pimpinela. Más que cantar, contaban la historia con sus gestos y reacciones. Al terminar, aplaudí alegremente y su respuesta fue darme el micrófono, diciendo en voz muy alta “¡Karaoke!”. ¿Cómo resistirme a compartir una canción en español con ellos? 

Durante 3 minutos mágicos, canté y baile con la dama de linda voz, quien imitaba mis gestos como si de un espejo se tratara. Al igual que su interpretación, la mía trascendió el detalle del idioma, para generar una conexión completamente humana. Sus compañeros, detrás de la cámara, parecían disfrutar de la música, extraña y nueva. Ojalá hubiese podido explicarles más.

Las sonrisas que intercambiamos como despedida me recordaron que las palabras no siempre son necesarias. Una mirada atenta, unas manos al aire y un guiño cómplice nos hablan de aprobación ajena. 

Y entonces, empezaron a aparecer los coros, algunos enormes y otros de una decena de personas, de las más diversas edades, cantando de forma coordinada, armoniosa. De los estandartes que ponen en el centro, pude entender que también son grupos que se reúnen allí en el parque, cada semana. También están los músicos que les acompañan y una multitud de curiosos que cantan, sin que se pierda el tono. 

¿Cómo es que distintos grupos de cantantes amateur logran interpretar cada canción con una prolijidad asombrosa? Mi conclusión teñida de ignorancia es que los reúne el amor por la música. Ese mismo amor los hace respetar cada pieza y cantarla tan bien como les es posible. No se trata de sonar bien como individuos, sino de armonizar como colectivo. 

Así que, conmovida hasta las lágrimas, escuché atentamente a cada uno de los 4 grupos que encontré mientras paseaba y recordé por qué amo cantar: es una forma de comunicar para inspirar que no nos exige comprensión, sino atención y conexión. 

Diana Silva Franco

Periodista profesional. Comunicadora apasionada. Alma inquieta.

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