Después de una semana repleta de proyectos profesionales apasionantes, retos personales y un verano que se empezaba a apagar; me reuní con mi amiga para lo que se suponía que iba a ser tomar una cerveza y ponernos al día.
Las conversaciones se tornaron realmente trascendentales; supongo que una cerveza después de una semana larga tiene parte de responsabilidad. Mejor echarle la culpa a eso, sí.
Ella no sabe que esa conversación y que las conclusiones que extraje, se habían convertido en mi mantra. No lo sabe pero lo sospecha, porque suelo ser evidente con la gente cercana que me rodea. Un libro abierto o mejor dicho, un podcast.
Entre conversaciones laborales, recuerdos de adolescencia, risas, anécdotas familiares… se sentó en nuestra mesa una pregunta, sin avisar, que nos dejó con más cara de estúpidas (aún):
-Oye, ¿tú cómo quieres que sea un día normal de tu vida en diez años? – no contenta con esto, quise rematar y desnudar aún más la pregunta-: No, no cómo te ves en diez años, quiero decir CÓMO QUIERES QUE SEA TU VIDA EN DIEZ AÑOS.
Prometo que la cerveza supo más amarga cuando reparamos en la diferencia entre “cómo nos veíamos “y “cómo queríamos”.
De hecho, en algunos aspectos, estábamos a años luz. En otros no tanto, pero aún estábamos lejos cada una de nuestros deseos.
También prometo que, aunque amarga, ese trago supo a fuerza. Una fuerza amarga que escuece para que te muevas.
Esa pregunta se ha quedado a vivir conmigo, no quiero que se vaya de mí. Es más, siendo optimista y egoísta como buena humana que soy… esa pregunta YA me pertenece: saltó en mi mente como un espontáneo en un derby para después protagonizar la conversación y más tarde convertirse en mi brújula.
Qué cosas. Yo queriendo destensar un rato con mi amiga y acabo con la sensación de haber descubierto el mapa de la vida. No me alegré. En ese momento no me alegré.
Si lo sé no salgo.
Sí, sí, sí. Si llego a saber lo poco que estaba haciendo y que no me llevaría a lo que quiero vivir en mi futuro próximo, no hubiese salido.
Qué cómoda es la inercia… te pone el aire acondicionado cuando tienes calor y te arropa si tienes frío.
Cuando esta invitada sorpresa a tu vida en forma de pregunta llega, te das cuenta de que no puedes decir SÍ a todo. Te percatas de que tu camino es tuyo y lo hacen tus pies, no lo hace ningún zapato, por mucho tacón que tenga, por muy cómodo que te resulte. Te entristece pensar que es un camino en solitario, pues cualquiera de tus acompañantes puede desviarse en la próxima vía de servicio. Bueno, ahora que lo pienso, peor sería que te salieras en la vía de servicio que tus acompañantes eligiesen.
La dichosa preguntita te empuja a que, al día siguiente empieces a hacer cambios de timón. Cambios cortos pero firmes. Cambios que no harán que tu barco se hunda, solo se tambalee para optimizar este apasionante crucero.
¿Ves? Si lo sé no salgo.