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Carta a nuestros adolescentes

Cuando un hijo entra a la adolescencia, algo en nosotras también cambia, vivimos un duelo del que pocas mujeres hablan, algunas tal vez no lo sienten tanto, otras lo viven en silencio escondiéndolo bajo la rutina y otras incluso se avergüenzan de nombrarlo.

Yo elijo reconocerlo: lo siento en cada rincón de mi corazón y no me escondo de esa verdad.

Los hijos crecen y cuando llegan a la adolescencia, el rol de la madre se transforma, se resignifica y se reajusta.

A mi hijo adolescente…

Esta es una nueva etapa, llena de desafíos y cambios maravillosos, y hoy, hago un espacio para despedir con gratitud tu infancia.

Qué hermoso haber sido testigo de ella, volver a mirar el mundo a través de tus ojos y a través de ti volver a divertirme con lo más simple y esencial.

Momentos que no cambio por nada, como ver tu carita descubriendo el vaivén de las olas por primera vez, la risa incontrolable en el columpio, la emoción de saber que un diente estaba por caerse.

Gracias por permitirme sostener tu mano mientras tu paso se hizo firme, 

Gracias por llamarme en las noches cuando mi abrazo aún era tu refugio,

Gracias por creer tantas veces que tenías los mejores papás del mundo.

Gracias por las veces que me sentí al límite del cansancio y tus dibujos acompañados de besos remediaban todo.

Gracias por tantos juegos y cuentos, por tus preguntas creativas y tus cuestionamientos que me hicieron crecer. 

Bendita infancia, deseo que guardes recuerdos hermosos como yo lo hago, y que una parte de ella te acompañe siempre, haciéndote creer en la magia y los sueños, devolviéndote la sonrisa cuando los días no sean de colores, que tu infancia sea siempre un lugar seguro al cual en tus recuerdos puedas una y otra vez regresar y desde ahí seguir avanzando y creciendo.

A ti mamá de adolescentes

Los duelos son transiciones, nos invitan a recolocar y a resignificar. No se trata de soltar del todo, sino de integrar. Seguirás como mamá acompañando su desarrollo, pero ya no de la misma forma, pues vamos comprendiendo que es el inicio de una búsqueda de identidad, de libertad, de autonomía. Ellos también viven el duelo por dejar de ser niños pequeños, y nos toca contener y continuar. Tal vez la duda sobre si lo estás haciendo bien llegue a invadirte, pide ayuda profesional si te sientes sin recursos para manejar esta etapa. 

Permítete llorar lo que se va y abrazar lo que llega. Reconoce que no sólo tus hijos se transforman, tú también lo haces. Date espacio y permiso para agradecer la infancia compartida y confía en que tu presencia, aunque distinta, siempre sigue siendo esencial para ellos.

Que tu maternidad, ahora renovada, se convierta en un espacio nuevo de escucha, de paciencia y de amor que sostenga sus alas mientras aprenden a volar.

Mireya Thomas

Madre de dos hijos, psicoterapeuta gestalt y consultora en desarrollo humano

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