Mírate, encadenando un cuerpo tras otro, buscando calor en refugios fugaces que prenden deprisa, que arden y se esfuman dejando cenizas y polvo.
Mírate dentro.
Abrazas intentando sentir algo dentro del hueco donde antes hubo un corazón.
Quitándote la ropa antes que el miedo, huidiza, breve y vacía. Corriendo en dirección al desastre.
Ya no cierras los ojos al escuchar canciones, ya no eres, ya no esperas nada, ya no dejas entrar nadie.
Apareces y desapareces, llegas dueles y te vas.
Te miras al espejo un día cualquiera y recoges los pedazos de la niña que fuiste, uniendo piezas que ya no encajan. Esa niña dulce y naif, confiada e imprudente, un incendio de emociones que arrasa la razón y el sentido. La niña de piel limpia y zapatos nuevos que saltaba en los charcos sin miedo a ensuciarse.
Descansa en paz dulce niña.