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Argentina con sangre italiana

Hubo una época en la que Argentina se convirtió en un refugio para millares de extranjeros que en busca de hacerse la América hallaron una tierra de oportunidades donde dar comienzo a un nuevo y mejor capítulo en sus vidas y la de sus familias.

Como mis abuelos, que llegaron al país en diferentes momentos de la historia y por separado con sus respectivas familias, antes de casarse. No habrá sido fácil para ellos cuando desembarcaron en nuestra tierra, en la posguerra y con el acecho de una nueva contienda universal en casi toda Europa. Ellos eran los dos de un pueblo perdido al centro de Italia donde se trabajaba la tierra y la vida se caracterizaba por la simpleza y el aire de campo hasta que se desató la guerra y en el hemisferio norte todo cambió.

Oí comentarios sobre el pueblo durante toda mi vida, desde que nací, aunque no tenga noción de ello. Escuché historias ocurridas en ese pueblo y sobre paisanos vecinos perdidos luego de la inmigración mientras que algunos habían cumplido el mismo destino que mis abuelos.

Nunca tuve noción, al menos no de pequeña, del valor que tiene la hazaña que hicieron mis abuelos y varios de sus familiares al dejar su tierra para venir a una nueva con una cultura totalmente distinta y un idioma desconocido, sin prácticamente nada a cuestas, ni casa ni trabajo para adoptar además nuevas costumbres.

Ser nieta de dos italianos es para mí el mayor tesoro que llevo en mi sangre, en mis raíces, en mi historia. Y es el día de hoy que recuerdo como si fuera ayer las canciones del pueblo que entonaba mi abuelo, las palabras en dialecto que él y mi abuela nos enseñaban tratando de traducirlo explicándolas en un desprolijo español. Descender de una tierra que no conocés es amarla de todas maneras, porque la conocés a través del relato de quienes te dieron una historia y memorias que contar al mundo sobre sus antepasados.

Ser descendiente de italianos es conocer y comprender el idioma cuando otros italianos lo hablan pero no saber reproducirlo; es amar la lengua y la forma de expresarlo, sus modismos, su gestualidad, el tono de expresarla y la dulzura para entonarla como ninguna otra la tiene.

Ser descendiente de italianos es sentir que cuando veo a un italiano o a una italiana moverse por el mundo estoy frente a un argentino o una argentina -porque ellos al emigrar nos trajeron una identidad a este pueblo-. Es ver a un italiano o una italiana y sentirlo/a un poco familia porque más allá de la lengua hablamos un mismo idioma invisible pero sumamente perceptible al lenguaje del alma. 

Ser descendiente de inmigrantes es contar con una historia en la sangre, que se imprime por todo mi andar. Es amar un país en el que no nací pero que de alguna forma me dio la vida. Una tierra con tanta historia, tanta cultura y tanto por admirar. Una tierra que tuvo grandes dificultades pero que supo salir adelante y traer esa impronta a nuestra tierra para reforzar la cultura del trabajo digno que ya teníamos. 

Pensar en Italia es impregnarme del aire que respiraron mis abuelos en su juventud, es recordarlos una y otra vez e imaginar cómo eran de jóvenes, qué sentían cuando poco sabían de la vida y debieron aprender de golpe, es intuir su lucha y su fuerza.

Adoro la italianismo que llevo en mis venas porque, sí, yo me siento italiana.

Laura Garcia

Escritora de oficio y pasión. Amante de la naturaleza, la música y la fotografía.

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