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Amistades en tiempos de pandemia

En la época de la pandemia, hice una amiga, a una edad en la que yo creía, ya no se pueden hacer amigos así. A saber de dónde saqué la idea. Tenía entendido que amigos solo pueden ser los que se hicieron durante la época del colegio o, a lo mucho, en los primeros años de universidad, en todo caso en los primeros veinte años de la vida de uno; por eso cuando llegué a vivir a Toronto, creí que no volvería a tener amigos y guardé, como un tesoro, la fotografía en la que poso con mis amigas de Quito. La guardé como prueba de que algún día tuve las mejores amigas del mundo: que me llamaban a diario, que festejaban mi cumpleaños como si fuera el de ellas y que me escribían cartas con corazoncitos en las esquinas, pero, sobre todo quería pensar que esa foto era un talismán, quería tener en Toronto una amistad como esa: la mejor del mundo.  

En Marzo del 2020, cuando se decretó el confinamiento en Toronto, yo ya la conocía. Comenzamos a interactuar seguido; al principio enviándonos mensajes por whatsapp o emails. Pasaron unas semanas y me percaté de que ella había comenzado a seguirme en instagram y sus “likes” eran de los primeros en aparecer cada vez que yo publicaba algo. Hice lo propio y comencé a seguirla. De a poco las conversaciones y mensajes fueron más largos e incluso con audio. Ya no solo hablábamos de la escritura sino de lo nuestro, de lo íntimo, de lo que guardamos y que a veces se hace difícil compartir con otros. Mi vida, tan distinta a la suya, iba cobrando sentido en compañerismo. Palabra a palabra, en cada conversación, construimos, casi sin darnos cuenta, algo parecido a la amistad.  

Cuando al fin terminó el confinamiento, entonces aquella relación virtual pasó a ser “in person”. Conocí su casa y ella la mía. Reparamos en semejanzas que nos hermanaban y las diferencias, lejos de distanciarnos, nos acercaron en carcajadas al conocer más la una de la otra. Quien nos conociera por separado, nunca imaginaría una mancuerna así entre dos personas tan distintas. Yo soy callada y ella me hace hablar; yo me enredo contando chistes y cuando ella los dice yo rio a rabiar, yo recelo mucho de la gente, ella me ayudó a confiar.

Ahora las visitas, los mensajes y las llamadas son constantes. Nos enviamos fotos sobre cosas que nos llaman la atención en la cotidianidad, de comidas: las que nos gustan y las que no, del sol justo antes de desaparecer o de los primeros copos de nieve al caer. Nos abrazamos fuerte cada vez que provocamos un encuentro y festejamos juntas los cumpleaños. Ahora sé que cualquier tiempo es bueno para hacer amigos.

María Fernanda Rodríguez

Escritora ecuatoriana viviendo en Canadá. Escribo sobre lo que me inquieta.

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