fbpx

Abrazar lo feo

 Hace algún año que he cumplido los cincuenta. Recuerdo que mi abuela siempre decía: 

«Hija, qué bonita es la juventud y qué fea la vejez». 

Oía una y otra vez esa retahíla salpicada con varios refranes, tampoco me paraba a pensar mucho en ello… Hasta hoy. 

Me he mirado en el espejo y he pensado: ¿y esa señora quién es? La vida pasa tan deprisa y entramos en una vorágine acelerada de mil cosas que hacer todos los días que no nos paramos a respirar siquiera. 

No me reconozco. ¿Soy yo esa señora que me mira con los párpados caídos, el cuello de pavo y esa papada? Sí, soy yo. 

Con diez kilos de más, sofocos, cambios de humor, que pasa del llanto a la carcajada en dos segundos ¿En qué momento ha pasado? No he sido consciente, me ha venido de golpe, sin aviso.

Toca respirar y bajar el ritmo, saborear lo que venga y disfrutarlo. No me quiero convertir cuando llegue el momento en esa señora jubilada como las que veo por ahí, apuntada a mil actividades y con un estrés de tres pares de narices, no.  No quiero eso para mí. 

Yo quiero vivir esta etapa de mi vida de una manera lenta, no quiero prisas ni presiones, ya he corrido demasiado. Al fin y al cabo, la edad es solo un número, el espíritu no envejece nunca y, afortunadamente, el mío siempre se ha mantenido joven y con ganas de vivir.  Mi edad interior tiene eternamente poco más de veinticinco años. 

Después de asimilar mi nueva identidad, me vuelvo a mirar, me deleito, me detengo a observar ese párpado caído, ese cuello (cómo se nota el paso del tiempo en el cuello), el escote… Siempre he tenido esa parte muy bonita, o la tenía.  

Hace poco tiempo mi sobrino mayor me dijo «tía, tienes arrugado esto», tocándome el escote, y tenía razón. Desde entonces me hidrato a fondo, aunque no tenga ganas, porque no me gustó nada ver ahí esas arrugas. La piel, según vas cumpliendo años, se seca, esa es otra: te secas como una pasa. 

Me miro más a fondo y sigo expectante, analizando los cambios que se han producido en mi persona con el paso de los años. Reconozco ese brillo en mis ojos con esa chispa de ilusión que siempre he tenido y, a pesar de los años y de los daños, ahí sigue, y es emotivo. 

 ¡Qué razón tenías abuela!  Qué fea es la vejez, pero qué bonito es también todo el recorrido. 

Sigo teniendo ilusión, sigue apeteciéndome soplar ese molinillo que he visto esta mañana paseando con Dante por el parque, como cuando era pequeña. 

No lo he hecho por pudor, me he quedado con las ganas.  

La belleza de lo feo.  

Este texto  pertenece a la antología de escritoras sin síndrome de impostora “Malas Hierbas”

Yolanda González Fernández

Tejedora de sueños y bordadora de historias. Todos tenemos una historia que contar.

Comentarios

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Responsable de los datos: Square Green Capital
Finalidad: Gestión de comentarios
Legitimación: Tu consentimiento expreso
Destinatario: servidores de Siteground
Derechos: Tienes derecho al acceso, rectificación, supresión, limitación, portabilidad y olvido de sus datos.