Son tantas las veces que no encuentras las motivaciones para continuar avanzando, que cuando falta ese motor parece que no tiene sentido trazar ningún camino.
La tentación a dejarlo todo es tan reiterada, que cuando ya no tengo nada a lo que acogerme, me repito dentro de mí un discurso.
En él, están siempre mi yo del pasado, del presente y del futuro. Y es que no hay mayor decepción que el que siente uno mismo cuando echa la vista atrás y ve que no ha aprovechado el tiempo que nunca vuelve.
“Cuando tengo miedo de fallar y de desanimarme, me digo una y otra vez que de peores pasamos”
Cuando lo único que quiero hacer es rendirme, hago memoria y vuelvo a descubrir que hasta los mejores fracasaron un día.
Cuando pierdo el rumbo y veo que el camino más iluminado es abandonar, recuerdo de dónde vengo y lo que le debo a mis orígenes.
Cuando pienso que no hay motivo para seguir, proyecto mi futuro yo y olvido las excusas para perdonarme fracasos y valorar los méritos.
Cuando quiero dejar todo y me faltan las fuerzas para intentarlo, me grito a mí yo interno que todo lo anterior parecía imposible.
“Cuando pienso que estoy cansada, pienso también que me lo debo”
Cuando todo se complica y nada sale bien me concentro en relativizar los errores y magnificar la valentía.
Cuando no sé por dónde debo ir y me pierdo entre las sombras y luces pongo la vista en las personas que admiro y me dibujan unas alas.
Cuando las cosas me sobrepasan finjo que soy de nuevo una niña y recupero esa mirada que tuve un día alimentada de curiosidad y admiración por todo lo nuevo que hay por descubrir.