Berghain, un éxito.
Berghain, una tendencia.
Berghain, una expectativa.
Berghain, una desmentira.
Cuéntame tu verdad,
y te diré de qué careces.
¿Cuándo nos hemos convertido en seres tan básicos, idólatras, crueles y consentidos? Tiempo sin pasarme por aquí, tiempo escuchando detenidamente. Profunda designa, pudiera haber contando con ese susurro en la escucha, pero no fue así. Tiempo recibiendo gritos.
La sociedad no habla, no versa, no canta y, menos, susurra. Grita sin reparo, haciéndolo sin derecho, convirtiéndolo en una realidad, traccionando agresividad bajo el paraíso de un sistema nacido y pensado para agradar. ¿A quien?
Me asusto al verte a lo lejos, acercándote con mil dígitos, atravesando mi alma sin permiso.
Déjame.
Dejadme.
No os pertenezco.
Donde están esas dulces palabras, esa humanidad de serie, regalada. Dime dónde quedaron tus gestos, tu interés en conectar, en estar pendiente y presente.
Dime, dónde estuvimos y dónde estás.
No lo quiero gracias. Quedároslo. Bailad al ritmo del abismo, aplausos al malo de la película. Porque sí, siempre lo hay. Allí donde estés. Quedároslo.
Pero a mí, dejadme en el berghain verdadero. El que os da pereza escuchar. El que no es vuestro tecno. Entrad y quedaros en vuestra oscuridad. A mí, dejadme respirar.
Porque mis pulmones son multiplicadores.
Y a tí querido, no te endulzaré el oído.