Hace bastantes años empecé a seguir en Instagram a Carmen Osorio, una creadora de contenido que técnicamente no debería generarme mayor interés. El perfil hablaba sobre todo de maternidad, un tema que incluso ahora me pilla bastante lejos. Sin embargo, su forma de comunicar me enganchó. Era auténtica, sabía llegar. Así que me quedé a escuchar la historia que tenía que contar.
Y fue a través de sus palabras como conocí, desde un testimonio en primera persona, la pesadilla que supone las temidas palabras “no hay latido” para una mujer embarazada. Claro que sabía que los bebés pueden perderse, pero nunca me había parado a plantearme el dolor que puede suponer esa noticia.
Hasta entonces no había sido el momento de hacerme esas cuestiones, pero su forma de contarlo me dejó poso. Qué importantes son las redes cuando se utilizan como altavoz. Sin saberlo, estaba preparando el terreno para el acompañamiento que tendría que hacer más adelante.
Años más tarde, llegué a la edad en la que amigas y conocidas se iban quedando embarazadas. Las más cercanas compartían conmigo algunos detalles del proceso, también los más amargos: muchas de ellas perdieron un primer bebé en las primeras semanas de gestación.
Hasta entonces no sabía que era tan común, ni siquiera ellas lo sabían. Y se terminaban culpando envueltas por el miedo de que les volviera a ocurrir. Porque no se habla de todas las veces en las que no puede ser: la maldita costumbre de no contar la buena nueva hasta después de tres meses “por si pasa algo”. Por si pasa la vida, por si pasa la naturaleza, que es la que tiene la última palabra.
Aunque la maternidad es un tema que todavía no me toca, me interesa mucho como persona, como amiga y como mujer. Para saber qué decir o no en un momento tan complicado, me parece fundamental hablar de la realidad que hay detrás de los babyshowers y los gender reveals. No obviemos el poder curativo de un testimonio a tiempo.