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Mi último sueño Part.1

Desde hace ya bastante tiempo tengo períodos en los que me despierto con energía, pero después de 2 a 4 horas de trabajo me siento completamente sin fuerzas. Revisé la causa más común de este estado mío: la anemia ferropénica. Nada crítico. Además, últimamente, casi todas las noches me despierto 4–6 veces o bien entre las 3 y las 4 de la madrugada, no duermo durante una hora o incluso hora y media. Otras personas, a menudo, me dicen que ya se levantan cansadas

Muy a menudo solemos echarle la culpa del mal dormir a la pereza, a la escasa actividad física o a la falta de fuerza de voluntad a la hora de organizar una rutina nocturna. Pero a mí me empearon a interesar cuáles son las causas reales de los trastornos del sueño y de dónde aparecen. Y, sobre todo, qué podemos hacer con ello.

En los cuestionarios que rellenan mis clientes hay todo un bloque de preguntas sobre el sueño de sus perros y gatos. Esto da una idea clara de qué es lo primero que hay que cambiar si queremos modificar el comportamiento. Mientras tanto, en mi idioma existe una frase hecha: “ya dormiremos cuando estemos muertos”, que de alguna manera resta valor al tiempo invertido en dormir.

Bill Clinton decía que las peores decisiones de su vida las tomó cuando estaba sin dormir lo suficiente y agotado.

El hecho de que hoy en día hayan aparecido especialistas del sueño —los llaman somnólogos— indica que empezamos a comprender la importancia excepcional de este tercio de nuestra vida. Dormir no es un lujo, sino un recurso básico de supervivencia. Al acumular 20 horas de déficit de sueño (por ejemplo, si durante 10 días duermes 6 horas en lugar de 8), el organismo humano pierde un 40% de su eficacia y empieza a ver el mundo en negativo. Lo más sorprendente es que la mayoría de esas personas privadas de sueño están convencidas de que el no dormir bien no afecta para nada la calidad de sus decisiones ni su manera de ver la vida.

El sueño en los animales salvajes es una función evolutivamente equilibrada. Ellos duermen exactamente lo que necesitan, y las fases de su sueño se distribuyen de tal manera que contribuyen a la supervivencia y al bienestar. Si algún animal durmiera sistemáticamente menos de lo que requiere, eso reduciría la rapidez de sus reflejos, la agudeza de su atención y, en consecuencia, sus posibilidades de sobrevivir. La evolución habría “descartado” esa estrategia como perdedora.

Un león no puede dormir menos de 15 horas. Y no porque sea un vago redomado (aunque, desde el punto de vista humano, su comportamiento con las hembras merecería un capítulo aparte). Sino porque, de otro modo, tomaría malas decisiones en la caza (elegiría a la presa equivocada), se debilitaría por el hambre, se quedaría sin fuerzas para aparearse con las hembras y lo mataría otro león. En los animales salvajes, la calidad del sueño está directamente relacionada con el estado de salud, la amenaza real, el estrés y el hábitat.

Estrategias evolutivas del sueño

En algunas especies, la estrategia es la reducción del tiempo de sueño. Por ejemplo, los elefantes marinos duermen unas 2 horas al día durante las migraciones (en comparación: en tierra pueden dormir más de 10 horas). Durante el sueño se observan episodios cortos de sueño de ondas lentas y de sueño REM, y la fase REM ocurre mientras realizan “inmersiones a la deriva” a gran profundidad en el periodo de desplazamiento.

En otras especies, la estrategia es la segmentación. Los loris llevan un estilo de vida nocturno muy marcado: son activos de noche y de día tienen largos períodos de reposo. Su sueño está segmentado: no un bloque largo, sino varias fases de sueño durante el día. El tiempo de sueño varía según la estación y el entorno (temperatura, disponibilidad de comida).

En otras especies, la estrategia es el sueño unihemisférico. Delfines y algunas aves muestran un sueño en el que un hemisferio cerebral duerme mientras el otro se mantiene despierto. Esto permite cumplir con la recuperación necesaria y permanecer atentos.

Las investigaciones demuestran que el sueño en los animales salvajes es un proceso adaptativo, estrechamente vinculado con la salud y la calidad de vida.

Factores que influyen en el sueño de los animales y de nosotros

Estrés agudo y hormonas del estrés

En animales que han sobrevivido recientemente a un ataque de depredador, a una herida o a conflictos sociales, el nivel de cortisol permanece elevado durante un tiempo. Los monos que han perdido a un pariente cercano empiezan a dormir menos y a despertarse con mayor frecuencia.

El cortisol reduce la profundidad del sueño, sobre todo afecta a la fase REM, crucial para la flexibilidad cerebral, la atención y el estado psicoemocional. Cuanto mayor es el nivel de hormonas del estrés, más microdespertares aparecen. Es decir, no se completan ciclos de sueño.

Es un mecanismo de defensa: el animal debe permanecer “en guardia”, y un sueño profundo lo haría vulnerable. Pero cuando el nivel de cortisol baja, el sueño se normaliza.

Si tú estás en una situación parecida, no corras a “apagar el cerebro” viendo una película. Mejor vacía en papel todo lo que tengas en la cabeza y haz un poco de estiramiento suave o un paseo tranquilo. El movimiento calmado es un gran aliado en esta lucha. Piensa en un perro que, tras un paseo activo, juega en casa con movimientos lentos y elásticos con su juguete, justo antes de quedarse dormido.

Dolor y enfermedades

En animales heridos o enfermos, el sueño es más corto. Es la doble trampa del “cerebro bromista”: el sueño es necesario para recuperarse, pero precisamente por la lesión se interrumpe, ya que el animal está más vulnerable. Además, enfermedades crónicas como artritis o pancreatitis en animales mayores no les permiten dormir profundamente.

En animales domésticos a menudo vemos una especie de siesta superficial que reparte el sueño en más horas, pero que sigue siendo ligero, con numerosos microdespertares.

A ti también te puede pasar: quizás no sientas un dolor agudo, pero al girarte tu cadera manda una señal al cerebro y este te despierta. No ignores esas “señales silenciosas”.

Trastornos neurológicos

Epilepsia o disfunción cognitiva en animales mayores (análoga a la demencia) también pueden provocar alteraciones del sueño en fases tempranas. El cerebro está sobrecargado de estímulos y no logra calmarse.

Cada vez más estudios vinculan el Alzheimer con el sueño, cuyos trastornos pueden ser un biomarcador 10–15 años antes de los síntomas clínicos. En todos los mamíferos se forma β-amiloide, incluidos ratones, perros y primates. El β-amiloide es un subproducto de la actividad neuronal. Normalmente el cerebro sabe eliminar esa “basura”. Cuando el proceso falla, se acumula y aparece el riesgo de neurodegeneración.

El mecanismo principal de limpieza es el sistema glinfático. En 2012 se describió como el “sistema de limpieza del cerebro”. Funciona durante el sueño (sobre todo en la fase NREM profunda): los espacios entre células se amplían un 60%, el líquido cefalorraquídeo circula con más fuerza y “lava” el cerebro de amiloides y otros metabolitos. Es decir, el cerebro literalmente se “lava” mientras dormimos. Incluso en peces, los “estados similares al sueño” se acompañan de una activación de limpieza cerebral.

Trastornos respiratorios: apnea

En animales salvajes en su hábitat casi no hay datos científicos sobre apnea, pues resulta muy difícil de medir. Sin embargo, en roedores y primates en condiciones de laboratorio se han registrado episodios parecidos.

En humanos se añaden causas propias: tabaco, alcohol, sobrepeso. Pero la medicina hoy lo controla con CPAP, férulas orales o cirugía.

Oksana Galán

Especialista en comportamiento de animales, escritora y autora de libros y guías sobre comportamiento de animales, fundadora de la marca de accesorios para perros y gatos Biointellect.

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