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Respondiendo a María Pombo

Si de algo he tenido que hacerme experta en estos últimos dos años es en los precursores del lenguaje, en las prepalabras. 

El primer signo del lenguaje lo efectuamos desde el mismo momento en que nacemos: El llanto. El llanto es la forma más primigenia de comunicación. Los bebés lo emplean para comunicar cualquier necesidad básica que tengan: frío, hambre, dolor, malestar, sueño… Y es tarea del adulto descifrar a qué se refiere en cada momento. Después vendrán los balbuceos, y, con suerte, irán viniendo muchas otras: el señalar con el dedo, los monosílabos, las onomatopeyas, luego palabras sueltas, para más tarde unirlas e ir formando frases. 

Pero, en esencia, la base de todas ellas está en la imitación: el niño oye al adulto e intenta reproducir los mismos sonidos que está escuchando, al principio simples balbuceos a los que no da una intención comunicativa, para más tarde dotarlos de un significado.

Ocurre lo mismo a la hora de desarrollar habilidades motoras o incluso cuando se trata de interpretar señales no verbales, gestos… La base de todo ello es la imitación. Los niños, a través de las neuronas espejo, asimilan lo que observan de su entorno y son capaces de imitar estos patrones en un futuro. Seguro que más de una vez te has encontrado a ti mismo/a repitiendo la misma frase que solía decir tu madre o aquel gesto que siempre hacia tu tía. Acabamos repitiendo los patrones de aquellos que nos precedieron. 

Pero, ¿acaso no ocurre lo mismo con la escritura? 

La base de la escritura es la lectura. Leer a nuestras ancestras, empaparnos de sus letras y al principio tratar torpemente de reproducir lo que ellas hicieron, sin saber bien qué queremos decir, como ese niño pequeño que comienza a hablar con su lengua de trapo. Para, más tarde, retomar ese ejercicio con nuestras propias letras, con nuestra propia voz. 

Pero, al igual que el niño sería incapaz de hablar si viviera aislado, sin estar rodeado de otros a los que imitar. Es imposible concebir la escritura sin la lectura, de manera aislada. Somos fruto del legado de las que nos precedieron. Nuestras prepalabras han nacido a raíz de sus palabras y ojalá las nuestras, algún día, den origen y sean precursoras de las que están por venir. 

No creo que el acto de leer nos haga mejores comparativamente que otros que no leen, pero sí tengo el claro convencimiento de que leer nos convierte en una versión mejorada de nosotros mismos y ya solo por eso vale la pena. 

No dejéis nunca de leer. 

No dejéis nunca de escribir.

Alba Gómez Pachón

Lectora empedernida. Escribir es mi mejor forma de terapia.

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