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El cuerpo en pausa

Si no rindo

decepciono

Si no hago

vaga

Si no puedo

fallo

Y si fallo

desespero

El cuerpo no espera 

y yo no puedo

Con todo, con nada

Pausa. 

¿Qué bonito, no? Así puesto es poesía, pero lo lees y se te pone la piel de gallina. Resuenas, lo sientes, lo haces propio. No puedes más. A tu alrededor ruido y movimiento. Estás subida a un tren que se salta estaciones, que no tiene botón de parada, alguien se llevó el martillo de la ventana de emergencia. No puedes salir. Es urgente que llegues al final. ¿Cuál es el final? ¿Cuál es la última parada? No importa, desde dentro se oye por los altavoces “no puedes parar ahora”. 

Nos levantamos cansadas, atravesamos el día en piloto automático y caemos rendidas por la noche con una sensación de no haber hecho suficiente. Vivimos con una agenda apretada, el cuerpo tenso y la mente llena. Hasta el descanso lleva su propia agenda. ¿Sabes que hay personas que reservan sus cenas y comidas de vacaciones en abril? Personas que se van de vacaciones en julio o en agosto. ¿Esto qué es? ¿Qué estamos haciendo? 

Cansadas de correr

Hemos caído, chicas. Estamos muy dentro. Nos dejamos llevar y ahora somos parte de una cultura que se basa en la obediencia silenciosa de la productividad. En el arte de multiplicarnos sin que se note el desgaste.

Y funciona más o menos así: trabajamos, cuidamos, sostenemos, organizamos, solucionamos. Nos convertimos en expertas del multitasking, en malabaristas del tiempo, en el engranaje invisible que hace que todo funcione. Y lo hacemos tan bien, que nadie se da cuenta de lo agotadas que estamos. Bueno, o sí se dan cuenta pero…alguien tiene que hacerlo, ¿no? 

Entonces viene la gran pregunta, ¿qué pasa cuando nos paramos? Cuando dejamos de producir. Cuando no contestamos un mensaje, cuando decimos “hoy no”. Probablemente estés leyendo con ganas de que aparezca un: no pasa nada. Sorry, pero no, sí que pasa. Pasa algo horrible: la culpa. Un zumbido en el oído que nos susurra que deberíamos estar haciendo otra cosa. Ahí está la trampa, nos creemos que parar es sinónimo de fracaso, de fallar, de no poder más y no somos capaces de admitirlo. 

El piloto automático como anestesia

Vivimos en el cuerpo como si fuera un vehículo prestado. Lo empujamos, le exigimos, lo ignoramos y solo lo escuchamos cuando duele, a veces eso es demasiado tarde. El resto del tiempo lo tratamos como una herramienta de trabajo: debe rendir, debe estar disponible, debe responder.

El cuerpo tiene memoria. Cada vez que te forzaste a seguir cuando necesitabas parar. Cada vez que te dijiste, venga que esto tiene que salir. Cada vez que le negaste el descanso con la excusa de “una cosa más”.

¿Qué pasa? que el cuerpo es sabio, dicen, y un día se planta, algo que tú no haces. Te ha estado mandando señales y tú pasando. Entonces se persona en tu vida nuestra querida amiga ansiedad. Que en lo que se ciñe a nuestra realidad, no es un muñequito naranja gracioso y tierno. Es una mierda. Aparece la fatiga, el insomnio, los dolores. El cuerpo avisa, pero estamos demasiado ocupadas para escucharlo. Y ahora que hablamos de autocuidado, aprender a escuchar el cuerpo es un acto radical de amor propio.

Cuando el mundo exige que nunca desconectes

No sé tú, pero yo creo que hay culpables de lo que estamos viviendo, con nombre y apellidos. Lo tengo bastante claro. No es plan de señalar públicamente, pero digamos que la creación de los smartphones y las redes sociales han sido decisivas y han marcado este punto de inflexión en nuestra vida. 

El trabajo llega por correo. Las urgencias familiares, por WhatsApp. La vida social, por Instagram. Las notificaciones no paran. El móvil nunca se apaga. ¿Cómo nos vamos a apagar? Es como desaparecer. 

Estamos hiperconectadas, pero más solas que nunca. Porque estar siempre disponible no es estar acompañada. Es estar invadida y vivir sin espacio para ti.

La ansiedad de estar al día, de no dejar a nadie sin respuesta, de cumplir con todo, de ser eficiente, amable, resolutiva y presente…agota. La hiperdisponibilidad nos convierte en una especie de sombra digital de nosotras mismas.Decir “no” también es una forma de cuidar tu salud mental. 

Aquí va mi propuesta, en la que confieso que estoy trabajando, porque es difícil, muy difícil salir de la rueda. Empieza por algo pequeño: establece horarios de no respuesta. Decide un momento del día en el que tu móvil esté en modo avión, aunque sea simbólico. Apaga las notificaciones de redes, que no se esté encendiendo todo el rato, solo ves lo que quieres, cuando tú quieres. Y si sientes que no puedes “desaparecer” sin más, avísalo. Que sepan que te vas a empezar a cuidar. 

Parar incomoda a todo el sistema, seamos la resistencia

No es casual que el descanso se perciba como una amenaza. Un cuerpo que descansa es un cuerpo que no produce, que no rinde, que no genera. Por eso nos incomoda tanto ver a alguien que se permite parar.

Parar es una forma de desacato. Un acto político, una microrevolución. Es mirarle a los ojos a una sociedad que te exige ser útil todo el tiempo y decirle: hoy no. Hoy no soy productiva. Hoy solo soy.

Claro que no es fácil. Hemos aprendido que solo tenemos derecho a descansar si antes hemos cumplido, solo si lo merecemos, si ya tachamos todo de la lista. ¿Sabes qué? el descanso no es un premio, es una necesidad biológica, emocional y espiritual.

¿Qué pasaría si el cuerpo dejara de ser un obstáculo entre nosotras y la productividad? ¿Si dejara de ser algo que hay que moldear, empujar, superar y se convirtiera en un refugio? Un lugar al que volver.

Volver al cuerpo no es fácil cuando llevas años exiliada de él. Cuando lo has usado como escudo o lo has sentido como jaula. Pero volver es posible y se hace de a poco.

No quiero ser la mejor 

Hay otra trampa que nos atrapa a muchas: la trampa de “superarnos siempre”. Ser mejores en el trabajo, en la pareja, como madres, como creadoras, como amigas, como mujeres. ¿Y si no quiero ser la mejor? Este verano he leído mucho, por suerte, y ha habido dos libros que me han marcado mucho en esta línea. 

Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh, es la historia de una mujer que decide dormir un año entero. Un acto de fuga, sí, pero también una crítica feroz a un mundo que solo permite existir si estás produciendo. Una terrible crítica en muchos aspectos a un sistema que te lleva al límite. En una narrativa muy similar, en El descontento, Beatriz Serrano pone en palabras esa sensación contemporánea de estar haciendo todo “bien” y aún así sentirse vacía. No falta nada, pero tampoco hay deseo. No hay disfrute, solo tareas. ¿Estamos viviendo o estamos sobreviviendo? 

La vida se nos va en cumplir. Y se nos olvida vivir.

Parar no es rendirse, ni abandonar. Es encontrarse y elegir. Desde siempre he odiado esa frase que dice “Elegir es renunciar” No, elegir es decidir.

Cuando aprendemos a detenernos, dejamos de correr detrás de una idea de éxito que nunca se alcanza, y empezamos a construir una vida que sí se siente vivida.

Tu cuerpo no es un campo de batalla ni una máquina de rendimiento. Es tu casa y merece descanso. Así que párate un momento. No pasa nada. El mundo seguirá girando, pero esta vez, tal vez, no te arrastre. Te devuelva.

Luli Borroni

Escritora desde que aprendí a juntar letras. Amante de la lectura y la buena vida.

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