fbpx

Nos deseo tiempo

Desconozco cómo será el postoperatorio. Siento que es la primera vez en mi vida que el control no tiene cabida. Y aunque sea consciente de que no lo tiene tampoco en otras ocasiones, ahora ni por asomo.

Son sensaciones nuevas, días complejos y a la vez genuinos. Nuevos enfoques emocionales y miles de matices hasta ahora desconocidos en emociones tan básicas como el miedo o la felicidad. Todo junto, haciendo shake it! shake it! en mi cuerpo.

Me operan, por primera vez en mi vida.

Desde que aprendí que el nódulo Frida (nombre que le asigné) me acompañaba, he pasado por varias etapas: algunas de negación, otras al considerar alternativas y otras en las que he cuestionado la medicina actual (con mucho gusto), informándome sobre cómo debería ser la operación: “porque claro, a ver si al cirujano se le va a escapar la mano y la lía”. Miedo y control. Eso era todo.

Cada cual lleva su proceso (y claramente dependerá de la urgencia del mismo), pero si algo he reafirmado es que es de vital importancia cuestionarse y cuestionar las cosas (sin caer en excesos), que las elecciones que se van tomando sean informadas y no obedecidas por un miedo sistemático; en definitiva, atender el conocimiento que tu cuerpo te comunica y entender que rendirse y confiar es principalmente un buen consejo que me doy a mí misma, pero que también te lo doy a ti, que estás leyendo este texto ahora.

El nódulo, de nombre Frida, alza el vuelo para abandonar mi cuerpo, y le estoy eternamente agradecida por su dilatada estancia desde noviembre del año pasado, cuando emprendimos el viaje juntas. Hemos atravesado momentos más o menos difíciles, de charlas íntimas y vulnerables, de incertidumbre y de estrés, de no saber y pretender saberlo todo. En definitiva, de la mano de Frida y aprovechando la no casualidad de que a mi abuela materna le ha salido también una bola de 4 cm en la tiroides, he decidido investigar y aprender un poco más sobre mi linaje y familia.

He empezado por escuchar y he acabado desmontando frases fáciles y hechas, como que todo es hereditario. Condenas a las que nos sometemos creyendo que nos ha tocado lo mismo que a un familiar cercano y que “vaya putada, pero es lo que hay”.

A base de acercarme un poco más a la historia del amplio árbol genealógico en el que he encarnado, he podido conocer un poco más y aceptar los dolores que cada componente arrastraba, dificultades que han atravesado y que han hecho ruido, y otras que han transitado en silencio y que incluso han impedido que cumpliesen sus sueños. Sueños que, en ocasiones, ni siquiera conocían tener.

Conocer mis raíces me ha llevado a reconocer ciertos patrones generacionales sin hacerlos míos y a abrazar aquellos que venía arrastrando para transformarlos a mi favor. Tradiciones que quiero llevarme a una nueva etapa y otras que mejor las dejo en la historia, sin remover mucho más el tiempo ya construido entonces.

A lo largo de este período y a propósito del tiempo, algo tan establecido y a la vez tan abstracto, también he aprendido que existen dos formas en las que este se encarna: el que te viene impuesto desde fuera, siendo este el promedio de cómo participamos y construimos desde el tiempo creado por otros; y el tiempo que elegimos crear desde dentro.

Sin ánimo de saltarme las reglas socialmente normalizadas, personalmente decido ponerle más esfuerzo y ganas al segundo. Tiempo que quizás pueda verse más lento, comodón, o que genere molestia porque, claro, “es que tú no tienes hijos a quien atender”, o “dos trabajos de los que vivir”. Eso es correcto, no los tengo ahora, pero ninguno lo descarto en un futuro.

A lo que me refiero cuando hablo de tiempo elegido es a cómo respetar los momentos que dedicamos a nuestros pequeños disfrutes diarios, excluyendo necesidades y dependencias superfluas. Cada cual con los suyos, pero momentos como los que nos regalan los primeros sorbos de café por la mañana, que, aunque se den en unos pocos minutos por las prisas, son oro; una buena charla mirándose a los ojos con atención; unas risas en bucle que parecen infinitas y que, en realidad, no duran más de unos minutos, por algo en lo que tú y esa persona casualmente habéis coincidido en que era gracioso; o recordando batallitas pasadas. El silencio de aquel instante antes de quedarte dormido, tumbarte en el césped y mirar al cielo, verlo todo y nada simultáneamente; permitir que tu cuerpo baile cuando escucha una canción que le mueve por dentro; el apagón.

Momentos en los que la ansiedad no dirige tu vida, sino la presencia.

Momentos en los que, en realidad, volvemos al origen sin preocuparnos en demasía por hacer, sino por estar.

Nos deseo tiempo, porque las ganas confío en que no deberían dejar de existir.

Con amor,

Elena

Elena Chiriatti

Sagitariana muy venusina. Escribo para comprender(me) y acompañar a quien le resuene.

Comentarios

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Responsable de los datos: Square Green Capital
Finalidad: Gestión de comentarios
Legitimación: Tu consentimiento expreso
Destinatario: servidores de Siteground
Derechos: Tienes derecho al acceso, rectificación, supresión, limitación, portabilidad y olvido de sus datos.