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Otra vez septiembre

Los primeros rayos del sol atraviesan la hierba del parque filtrándose entre los árboles centenarios, con sus troncos majestuosos; anchos y poderosos. Los chopos y los pinos coronados con sus generosas y abundantes copas se mecen en un soplo de eternidad hasta el cielo, susurrando, mientras me vigilan como guardianes ancestrales.

El sol me da la bienvenida en mi paseo diario con Dante brillando en lo alto pintándolo todo de colores dorados, y yo me detengo a observar el rocío de la mañana en forma de gotas translúcidas posadas en las hojas. La ciudad comienza a despertar, se despereza tímidamente ante las primeras horas del día. 

Cruzo al otro lado del parque, sin pausa, pero sin apresurarme, quedan pocos minutos para que empiece la inmediatez de las prisas, esas prisas que no nos llevan a ninguna parte, pero que forman parte de nuestro escenario diario, el que habitamos, en el que actuamos, en el que no tenemos tiempo para nada porque no nos paramos ni a respirar porque estamos muy ocupados, muy estresados, muy comprometidos con nuestras responsabilidades diarias, en el que no tiene cabida la calma y en el que nos pasa la vida por encima en cuanto nos descuidamos, invadiéndonos en forma de ansiedad sin ninguna piedad ni contemplación.

Todo eso ocurrirá en unos pocos minutos, se acerca la hora punta, la hora a la que tengo que ceñirme porque tengo que trabajar y cumplir con un horario, esa es mi realidad, como la de tantas de nosotras, además tenemos reunión a primera hora porque nos están cambiando el programa informático y está siendo caótico, pero ahora mismo este tiempo congelado es mío, solo mío y me pertenece. 

Quiero todos los amaneceres y todos los despertares de esta vida para mí, tengo todo un día por delante que anhela ser vivido, dándole la importancia que se merece porque es otro día más de mi vida. Otro día más que transito por este mundo, además es otra vez septiembre.

Camino sobre la hierba sintiendo como el rocío de la mañana humedece mis zapatillas aún de verano. Ese olor a hierba mojada que deleita mis sentidos y se cuela por mis fosas nasales haciéndome sonreír. 

El otoño se deja sentir apresurado a estas horas tempranas, con ganas de invadir todo el espacio. Después del tórrido verano que hemos pasado, esta sensación de frescor es gratamente bienvenida. 

Fantaseo con el escenario que se dibuja ante mí. Los aspersores riegan el parque formando un pequeño arcoíris con los rayos del sol ante mis ojos. Es un momento mágico. Me imagino pequeñas hadas diminutas habitando ese espacio, esos seres fantásticos que viven en los bosques. 

De pronto me invade una suave brisa seguida de una dulce fragancia y las veo, son dos y llevan una carretilla de madera en la que van depositando gotas de rocío que en sus pequeñas manitas son enormes, curiosamente no se convierten en agua cuando las dejan en la carretilla. 

Las observo con detenimiento, me encantan las hadas y me entrego a esta experiencia surrealista que estoy viviendo. Me invade una sensación de paz y armonía y me dejo llevar por esa espiritualidad y esa conexión con la naturaleza.

Están totalmente afanadas en su tarea, absortas en su labor, trabajan en equipo, las dos juntas en su empeño de recolectar las gotas. Hacen unos pequeños ruiditos, sutiles y armónicos comunicándose entre ellas y yo las entiendo.  

Tienen que darse prisa y acabar pronto su labor porque según vaya avanzando el día, las gotas perderan su forma actual convirtiéndose en agua y rompiendo la magia. Necesitan capturarlas en su forma sólida para poder llevarlas al mundo de las hadas, almacenarlas en su despensa y tener reservas. El agua es vida en cualquiera de sus estados, sólido, líquido o gaseoso y para ellas es un bien preciado y necesario.

Van las dos vestidas con un vestidito verde; una es rubia, la otra es morena y tienen unas antenitas que mueven con mucha gracia, creo que la rubia me ha guiñado un ojo, la sonrío y ella ríe moviendo su cola de caballo coqueta, sus alas son translúcidas y atrapan los colores del arcoíris en todo su esplendor con su aleteo. 

Son sumamente delicadas y etéreas aleteando de un lado para otro en una danza armoniosa a la que me entrego embobada. En ese momento en el que estoy absorta deleitándome con la belleza de las alas de las hadas, Dante me distrae porque corre a saludar a un perro y yo voy detrás de él, cuando vuelvo y fijo nuevamente mis ojos en el lugar en el que estaban, observo con frustración que han desaparecido. 

Miro a un lado, miro al otro y no las veo, me entristece enormemente no poder seguir disfrutando de ese momento y habérmelo perdido, que rabia me da, ¡yo las he visto!, o ¿ha sido una alucinación? ¿Un efecto óptico motivado por los rayos del sol y la hora tan temprana? Definitivamente no, no estoy dormida y creo en las hadas. Me consuelo con la esperanza de encontrarme con ellas cualquier otro día.

Es hora de volver, tengo que dejar a Dante en casa, coger el bolso e irme a trabajar, pero es otra vez septiembre y nada puede salir mal. 

Estamos en el mes esperanzador, el mes de los nuevos propósitos como si de un uno de enero se tratara, en el que estoy segura de que tú al igual que yo inicias nuevos retos.

Si soy; me apunto al gym, después de un verano en el que ha sido imposible, al menos para mi seguir haciendo ejercicio. Dejo el azúcar y las harinas (aunque esto he de confesar que me dura poco, soy golosa), inicio una dieta “saludable”. Me propongo instaurar de una vez por todas el hábito de la escritura en mi vida, porque soy escritora y si no lo hago así no avanzo y no puede ser de otra manera. Se tiene que convertir en una rutina fija de una vez, sin procrastinar ni un día más. 

Me pongo un horario, al menos tengo que escribir dos días a la semana. La constancia me hará llegar a mi meta, tengo que ser constante. Tengo que intentar gestionar de una forma más eficiente la parte de las tareas domésticas en mi vida para que no me invadan, aunque hay que hacerlas me pesan cada vez más, me superan.

Puedo hacerlo, lo sé, ¡Pero me cuesta tanto seguir a largo plazo con las rutinas! No pasa nada, yo me lo propongo y lo que dure estará bien. Después de pasarme algunos años intentando luchar contra mi dispersión innata, sintiéndome mal por no saber canalizar el exceso de inquietudes que confluyen en mí me he cansado de pelearme contra mi naturaleza y me he aceptado, ya no lucho con mi dispersión, soy inmensa, soy infinita, soy diversa y no es bueno ni malo, soy simplemente yo.

Septiembre, mi mes añorado, el verano ha sido tremendo y tú no te has hecho mucho de rogar sorprendiéndonos con una bajada de temperaturas que al menos en las primeras horas del día nos permite respirar. Estás aún en pañales, casi recién nacido. 

Prepárate porque te pienso exprimir, necesito sentirte, necesito vivirte, no quiero perderme nada, te quiero todo, enterito, para mí.

Llego tarde, me tengo que montar en el tren de la prisa un día más, no queda otra. Cruzo otra vez el parque para coger el autobús, de camino la vuelvo a ver con su cola de caballo rubia y su vestidito verde, es preciosa, me sonríe. 

Yolanda González Fernández

Tejedora de sueños y bordadora de historias. Todos tenemos una historia que contar.

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