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Somos peces ahogados en amor

Hay una frase que me quedó hace días de una exposición de arte que fui  y que de alguna manera, siento que podría definirlo todo, somos peces. No por azar, tampoco por capricho, y mucho menos porque me gusten esos animales, sino, porque nadamos en un mar que no siempre está calmo, y aun así seguimos. Seguimos aferrados, como si la corriente, que muchas veces es sinónimo del tiempo, no hubiera erosionado los sentimientos.

Digo que somos peces, porque sabemos cambiar de dirección cuando hace falta, porque no tenemos miedo a perdernos en el océano y luego reencontrarnos, porque entendimos que, a veces, fluir también puede ser elegirse. Y porque, aunque el mundo esté lleno de otros, de formas distintas, con distancias inmensas, hay conexiones que no se sueltan, vínculos que la corriente no arrastra. Pero lo más humano de nosotros, como peces, es que, aun siendo animales que necesitan del agua, nos ahogamos. Y nos ahogamos de la forma más humana posible… en el amor.

A veces me pregunto qué es eso, el amor. No como palabra suelta, sino como una experiencia fugaz y eterna a la vez. ¿Qué es el amor cuando nos envuelve? ¿Cuando nos delata hasta en el silencio? ¿Qué es cuando nos hace vulnerables, pero también invencibles? —Como en Tú y yo, invencibles, de mi autora favorita, Alice Kellen—. Hay días en los que amar se parece a flotar en calma. Y hay otros en los que se siente como una marea que arrasa con todo: nos desborda el corazón, las emociones… y hasta las lágrimas. Mientan si quieren, pero todos lloramos alguna vez por amor.

Siento que el amor no tiene una forma definida. Es como el agua misma, toma la forma del recipiente que lo contiene. En mi caso, varía. A veces siento que está en un frasco pequeño, donde no le encuentro mucho protagonismo, pero hay otras veces en las que lo veo reflejado en una pecera gigante, llena de todo eso que me enseñaste que pasa cuando se tiene amor. Amar, para mí, es extrañar, es esperar. Amar es una sonrisa o una mirada cómplice, amar fue reírme fuerte y encontrarte mirándome con una leve sonrisa en los labios. Amar fue mirar el mar sentada sobre una piedra grande. Amar también es ver a mis abuelos hablar. Es escuchar a mi papá decirle a mi mamá que se ve linda. Amar es un abanico infinito, uno que no ofrece garantías ni certezas. Amar es sentir, simplemente, porque no sabes, ni quieres, dejar de hacerlo.

Y cuidado, el amor nunca es perfecto, ni cómodo, ni fácil. A veces está hecho de ausencias, de silencios prolongados, de palabras que se quedaron a mitad de camino. Pero el amor, también está cocinado con esperas con sentido, con latidos que se sincronizan sin estar cerca, con una presencia que puede habitarte en la memoria y en la piel, aunque el cuerpo no esté.

Y sí, puede ser intenso, inesperado, impredecible, y hasta irrompible, pero otras veces es todo lo contrario, el amor puede ser desalmado, confuso, puede estar lleno de preguntas sin respuesta. Puede doler. Y sin embargo, se queda, y como peces humanos que somos, lo elegimos todos los días. A veces se instala como una canción que no puedes dejar de escuchar, o como una certeza muda, que habita el corazón y se enciende con pequeños latidos acelerados, a veces se queda con esos recuerdos que juegan con el arma más poderosa —y de doble filo— que existe, la memoria y los recuerdos. Y es ahí donde entiendes que intentar explicarlo es inútil. Porque el amor no se explica. Se vive, se siente, se cuida, se respira como si fuera aire, aunque a veces duela más que cualquier falta de oxígeno.

Yo lo vivo así. Sin medidas, con todo. Porque no sé querer de otra manera, y porque imaginarme haciéndolo distinto me suena vacío. Porque cada vez que creo que ya está, vuelve. Porque no se despega con nada. Porque, aunque nadie más entienda la forma en que cada uno ama, nosotros lo seguimos sintiendo. Y eso, en el fondo, al menos a mi, me alcanza. El amor me hace escribir, pensar y hasta esperar. Porque amar no siempre es tener. A veces es simplemente saber. Saber que algo existió. Que algo capaz, hasta sigue ahí. Que, de alguna forma, no se va. Y aunque no se diga, aunque no se repita, aunque no salga a la luz… vive.

Somos peces, sí. Pero peces que sienten como humanos, que aman como humanos. Que se entregan como humanos. Y que, en medio de este océano inmenso en el que vivimos, encontraron algo que nos mantiene nadando y no nos deja bajar los brazos. Aunque a veces duela, aunque no siempre se entienda y aunque hasta a veces aparezca solo para traer dudas o inquietar, resignarnos al amor… sería renunciar a una razón más para vivir como la especie mas vulnerable que existe, como humanos que sienten mucho.

Luciana Lavaque Gallardo

Soy una estudiante de comunicación social Argentina, apasionada por el café, la escritura y los viajes.

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