Cai rendida a los pies de la nostalgia
Recuerdo la cara de Andrea, mi psicóloga, cuando le dije negada que lo nuestro se terminó por la distancia, no me hacía entender que una amistad no fallece porque quince kilómetros no son suficientes. Ella no me podía explicar, por qué los mensajes no me iba a contestar, y todas las semanas una excusa diferente me iba a dar.
A veces me pregunto si no es la nostalgia la que está viva y yo soy pasajera en su cuerpo. Es por eso, que cada vez que iba a la ciudad pasaba por su edificio, como un viejo ritual, para recordar nuestro pasar, las veces que reíamos y nos despedíamos apuradas. Me senté en la puerta de su edificio, ¿aún vive ahí?. Quise tocar el timbre, como durante tanto tiempo hice. ¿Queres pasar? dijo un hombre que abría la puerta, “no gracias estoy esperando a alguien”, contesté. Estaba esperando olvidarme, pero estaba embebida en añoranza. Cerró la puerta que nunca mas abrí y lo vi subirse al ascensor donde tantas veces apreté el botón del tercero.
La siguiente vecina cerró nuevamente la puerta y me encuentro en la parada, mi esperanza luchando su última batalla. Me subo al 102, sabiendo que todavía le debo un adiós.
Ese año, no recibí un feliz cumple de su parte, y el siguiente tampoco, y este año mucho menos.
Como quien tiene misterios sin resolver, preguntas sin respuestas o un por qué colgando de cada techo, yo nunca conseguí esa explicación, nunca se disculpó, ni me saludó con un adiós. Cada año en su cumpleaños algo dentro de mí desea no felicitarla, pero como una vieja costumbre, me hago aparecer por un instante en su mente.
Todavía pienso que cuando eramos mejores amigas fueron los años mas felices de mi vida, y ya se que eramos practicamente niñas, y que no teníamos ni idea de la vida, pero todo era más simple. Vivíamos a una cuadra, volvíamos juntas del colegio, a veces almorzaba en tu casa, otras veces tomábamos la chocolatada, de noche hacíamos pochoclos, pero nuestras risas, esas carcajadas retumbaban en toda la cuadra. Todavía tengo esperanza, de que aquellas paredes las guardan como tesoros genuinos, porque hace mucho no las escucho. Siento que luego de casi tres años, ya no te extraño. Ya no vivo en las memorias, ya no te conozco.
No se nada de tu vida y vos nada de la mía. Tengo cinco fotos de nosotras en mi galería, y tres las sacamos en Buenos Aires, que extraño que ahora paso por esas calles bastante seguido, y una vez vos estuviste ahí al lado mío.
Tengo la creencia de que las personas se cruzan en nuestras vidas para enseñarnos algo, vos me dejaste muchas cosas, lo más importante, es que las mejores amistades son pacíficas.
El otro día salí con una chica porque insistió, estaba cansada y no tenía ganas pero fuí igual. La cita fue tranquila y tuvimos conversaciones banales, pero hay algo que me contó que me llegó como pocas cosas en la vida. Me reveló la razón por la que te fuiste. Esto yo lo sabía, no era ningún misterio lo juro, pero no lo quise aceptar, no tenía la fuerza mental. Kiara me contó que tenía una amiga muy cercana que se hizo influencer (no fué mi caso), se empezó a juntar con otras personas pero ella seguía viéndose con ella. Me relató cómo, poco a poco, se convirtió en otra persona, se dió cuenta que su amiga ya no era quien solía ser, no había hecho nada malo, pero cada vez que hablaban ella esperaba encontrar un atisbo de la chica que era hace cinco años y no la podía encontrar. Es por eso que de un
día para otro no le contestó mas. Le pareció menos cruel que explicarle algo difícil de expresar, que seguía buscando a la persona que conoció en un principio. Así que por más que su amiga llamó, la invitó a planes o le mandó mensajes, ella no respondió.
Me quedé helada, el aperol se volvió mas amargo de lo normal y cambié de tema.
Las noches en el techo mirando las estrellas y comiendo galletas juntas se fueron con la brisa de esa madrugada.
Las mañanas en las que la profesora nos callaba por nuestras risas y conversaciones eternas se fueron como las letras borradas del pizarrón.
Las tardes merendando en El Ateneo se fueron como el último trago frío del café.
Vos te fuiste y nunca había terminado de dejarte ir, porque necesitaba una justificación. En realidad solo quería un adiós que me demostrara, que alguna vez me consideraste hermana.