Desde mi nacimiento, siempre fui una persona ansiosa por demás. Tendría que haber nacido en Febrero y nací en Diciembre. Digamos que salí pronto del horno y por no tener la cocción adecuada, tuve una pequeña parálisis cerebral. Lo cual derivó en una hidrocefalia, lo que se podría decir como que el agua que drena por todo el cuerpo para ser funcional, no llegaba al tanque principal, lo cual me transformo en una persona poco “normal”. Una persona discapacitada, aunque cabe aclarar que solo soy una de las pocas personas que están diagnosticadas, porque muchas otras deben serlo, pero no estarían notificadas por especialistas.
Dejándome de bromas, desde antes de tener uso de razón, por estos motivos, a 6 meses de mi nacimiento, yo ya estaba en un quirófano, con mi vida en riesgo. Luego llego el momento de andar, y por caminar como pato, secuela de mi discapacidad, tuvieron que operarme ocho veces más, las piernas, para poderme enderezar y yo caminar lo mejor posible. Y yo tratando de hacer una vida estándar, lo mejor que me fuera posible. En la época del bachillerato, me caigo en la calle, por no estar la misma en condiciones, por inoperancias políticas de mi barrio y termino internada en observación, más de un mes, con una hemorragia interna en el hígado, la cual se absorbe en un quiste hepático, que nunca se supo si lo tenía antes de la caída o a causa de la misma. Paralelamente a esto, mi familia y yo, le hicimos juicio a la municipalidad, por los daños ocasionados. Aunque le anticipo a la persona que está leyendo, (por si no sabe), hacerle juicio al estado, es algo de años y sumamente desgastante y frustrante. Como bien dijo mi abogado en su momento, le estábamos haciendo juicio a quien le da de comer al juez, en un país donde lamentablemente la corrupción y el chantaje, está a la orden del día (la Argentina). Casi 20 años de tire y afloje con la justicia y presentando pruebas por demás, para que pese a apelar varias sentencias, la justicia determine que yo estaba en total coherencia, teniendo un trabajo y estudios dignos, y que la herida de 50 puntos que tenía en el hígado, me la podría cubrir con cualquier prenda, que hacer un juicio por eso no era justo. Minimizando y desvalorizando mi fuerza de voluntad, el fingir estar todo bien, cuando se sabe de publico conocimiento la importancia que lleva la imagen para una adolescente en ese entonces. En ese entonces, en el año de la caída, donde estuve mas de un mes internada, operada y con la mala suerte de tener la herida infectada por un virus hospitalario, por supuesto que me quede libre en el bachillerato entre tanto caos. Pero esa, no fue excusa suficiente para frenarme pese a todo. Como buena niña resciliente, rendí todas las materias a final de curso, para no ver a mis amigos en un curso más arriba y mi vida fuese más calvario de lo que ya era.
La herida del hígado, no se me infecto solo una vez. Se infectó también el catéter de la válvula que llevo desde mi nacimiento y que era un riesgo tocarla en ese momento. Pero aun así, hubo que entrar una vez mas al quirófano, y quejarme de ese mal trago, no tenía mucho sentido, ya que no tenía otra opción. Ademas, siendo tan pequeña (teniendo 16), parecía no valer mi opinión. Lo curioso, era que según los médicos, para la medicina, ya era mayor de edad y yo elegía que metodología podrían usar. Los médicos siempre están ahí, para remarcarte todo lo que esta fuera de lo normal. Como si fuésemos robot y cuando algo no cuadra, hay que descartar. Desarmar, amputar y volver a armar. Así fue, como poco a poco me fui armando, de a pedazos, un poco cortados. Entrando en mi adultez y viendo como yo misma me iba arreglando. Intentando entrar en el sistema general de los adultos, para poder existir. Buscándole un sentido a la vida, por el cual vivir. Tomando las cicatrices, como parte de la corteza que empecé a construir en mi, esa que me dejo el umbral de dolor muy alto, con rajaduras, pero sin ánimos de partirme. Con la imagen de mujer valiente e irrompible frente a todo el mundo, aunque eso hasta el día de hoy, a veces, me hace sentir algo poco creíble.
Cuando empecé a hacerme la idea de que quizás, luego de haber tenido tantas intervenciones de riesgo, en un corto lapso, no iba a tener más; acercándome a la copa de la vida, me empecé a independizar. Ya tenía mi propio trabajo, vivía sola, una carrera universitaria y la vocación de lo audiovisual y cantar. Sin dejar de lado mi salud, siempre tenía algún motivo para algún hospital visitar. Por chequeo, porque sabía escuchar a mi cuerpo y sentía cuando algo había mal. Los que alguna vez me escuchaban o veían mi actitud en el hospital, creerían que estaba estudiando medicina. Lo mío siempre era, es y será, lo social y audiovisual audiovisual. Y también podría decir, la fuerza de voluntad, porque cada vez que juntaba papeles de estudios, operaciones o tenía que llenar algún papel por burocracia, era mas consciente de todo lo que había pasado en tan poco tiempo y saber que eso no era lo que me daba de comer o me generaba dinero al menos, no me hacia ninguna gracia. Para el sistema de la salud pública, estoy mal saliendo de los parámetros de la normalidad, pero no tan mal, como una persona muy mayor que no se puede ni levantar. Ese punto medio, que a grandes rasgos, parecía estar todo bien y normal, era lo que me obligaba y siempre me obligo, a pagar los tratamientos que me corresponden, de manera particular. La forma romántica y sutil que tienen de decir los especialistas esta situación, es enfermedad congénita. Algo de nacimiento que puede mejorar, pero no curarse del todo. Y a estas alturas, creo que lo que más tengo congénita, es mi consciencia. El hecho de saber quién soy, lo que palie por sobrevivir y ser quien soy hoy, pero todo solo toma cierta cuota de valentía y valor, un poco banal, donde la sociedad toma la fuerza de voluntad, como algo mágico y en contra de su propia voluntad. Como si fuese algo que nos viene incorporado al nacer y a cada uno le vienen distintas dosis.
Déjenme decirles, que la fuerza de voluntad, no es algo que entrene desde mi nacimiento, por gusto propio, sino porque no me quedo elección. O quizás si, porque puede que la opción de cruzarme de brazos y ser la mantenida de mis padres de por vida, siempre estuvo ahí. Pero se que en algún punto, cuando ya fuera mayor, me iba a reprochar y castigar más, por ser consciente de que pude ser alguien más que una persona que simplemente superaba intervenciones y no lo hice. Siempre fui una persona muy curiosa y pensativa, donde cada vez que algo me hacía ruido y no me cerraba la idea, sentía el impulso de hacer algo, de resolverlo como pudiera, una llamada repentina que recibía siempre desde el instinto.
Cuando tenía el tallo de este árbol bien armado, empecé a tener unas molestias muy fuertes en las muelas, lo cual mi dentista, atribuyo la causa a mis muelas de juicio. Pero al hacer una placa panorámica, noto que había algo más. Algo que nadie se podría haber imaginado. Tenía en la mandíbula 3 manchas, que indicaban ser tumores y uno de ellos ya ocupaba media mandíbula. Dos años nuevamente, pasando por doctores, inspecciones, tratamientos y dos intervenciones. Aparentemente, eran quistes benignos llamados queratoquistes. Sacados los quistes, la ecuación tuvo solución.
Luego de la pandemia y haciendo un poco de introspección, entendí que ese entrenamiento de fuerza de voluntad y formas de aprender a mirar la vida desde distintas perspectivas, era algo que se podía estudiar y ejercer laboralmente. Algo que se relacionaba con el psicoanálisis y se llamaba coaching. Me lo puse a estudiar, como toda acción que tomo rápidamente, cuando se me cruza algo por la cabeza. Me metí tan de lleno en el tema, que me becaron en una escuela en Europa y teniendo los recursos que tenía (la ciudadanía, familia, dinero para sacar los pasajes), no tarde mucho en hacer la pasantía.
La aventura empezó con tres meses de vacaciones que me debía mi trabajo de Argentina y sumado una excedencia de seis meses. Nueve meses en total, todo un embarazo para gestar este limbo de mi identidad que aún me quedaba por desarrollar. Aun habiendo renunciado a mi único y mejor trabajo pago de Argentina, lejos de mi familia de origen, habiendo dejado toda mi vida alla, sigo con la sensación de querer y ser alguien mas que simplemente supera adversidades quirúrgicas en su vida. Quiero ser alguien que dignifique la fuerza de voluntad como se merece y hasta ahora, creo que lo vengo haciendo bastante bien, aunque todavía me quede mucho camino por recorrer.
En el sendero de adaptación, como toda emigrante, entre los estudios médicos que me hice, volvieron a salir los mismos quistes en la mandíbula. A lo cual los médicos de España, ya no lo vieron como una simple casualidad o mala suerte. Se pusieron en campaña, no solamente para quitármelos nuevamente, sino para investigar si todo esto, no sería la causa de un síndrome muy raro y poco frecuente, llamado síndrome de Gorlin. Síndrome, que justificaría las intervenciones desde mi posterior nacimiento. Algo que para mis seres queridos, sería algo demasiado rebuscado, como si los especialistas no tuviesen nada mejor que hacer, que buscar algún diagnostico raro. Yo debo admitir, que su diagnostico, no me hizo ninguna gracia, pero de alguna forma, me hace sentir que el puzzle de mi vida, se termina de armar y eso me da cierta paz.
Aunque para estar 100% seguros, de yo tener este diagnóstico raro, faltan algunas pruebas (como el análisis genético), toda esta situación me hizo mas aun comprometerme conmigo misma. Demostrarme que esa sensación de no estar convencida cuando la mayoría me decía que el tener tantas cirugías, era solo mala suerte o que Dios le da sus peores batallas a sus mejores guerreros, era por algo. Que el hecho de tirar siempre para delante, nunca fue en vano. Que el escribir mi historia, para que se recuerde el valor en sí mismo que tiene la fuerza de voluntad, va a valer la pena, además de cumplirme el sueño de ser una escritora. Y que congénita mi consciencia, siempre fue, mas aquí y ahora.