El silencio también da miedo, en el llega el golpe, sabes que va a llegar, en cualquier momento, en cualquier conversación, en cualquier risa, en cualquier portazo, en cualquier enfado.
Tu provocas la rabia. Tú te llevas el golpe. Se te afina el oído como al de un animal. Escuchas las puertas, las llaves, los movimientos, las pausas, los armarios, las sillas, el coche… Intentas adivinar el siguiente ataque. Estas preparada. Te convences que lo has estado desde siempre. Esperas el golpe. No se recuerda el primer golpe, se siente eterno. Toda una vida. Una vida perdida, una vida golpeada.
Deja de latir el corazón, no tienes pulso solo respiras. No sabes cómo, pero sigues respirando.
Las noches son de súplica. Las bestias duermen y, tú puedes escuchar su placido sueño. No hay sueño para ti, solo súplica. Suplicas no llegar al alba. Pero el frio amanecer llega, y tiemblas.
Otro día, otro golpe.
Las lágrimas queman tus mejillas. Sollozas. Te levantas, porque eso es lo que se hace cuando se sigue respirando. No te recuerdas ya sin las ojeras y la mirada vacía.
Las bestias respiran contigo. No piensas por si te escuchan. No sonríes por si te ven. El dolor pesa. Ya ni sientes ni padeces. La pena te consume. Los días se hacen cortos y las noches se hacen largas. Y ahí estas tú, otra vez siendo el golpe, suplicando piedad. No hay piedad. Deseas con todas tus fuerzas cerrar los ojos y no volverte despertar.
Desear suena lejano, de otras vidas.
Cierras los ojos.
Y ahogas tu llanto hasta agotar las pocas fuerzas que te quedan. Te preguntas si se pueden acabar las lágrimas.
Llega el silencio, ese que da tanto miedo. Te desvaneces en ese silencio. Entonces, un susurro, un runrún, una voz.
TÚ voz.
No quieres escuchar. Cada vez es más fuerte, insiste en ser escuchada.
Te dejas llevar por la llamada de tu interior, que siempre ha estado sonando, pero no te has podido parar a escucharla. Amanece. Sigues respirando, ya con voz. Eres tú, pero de alguna manera nunca volverás a ser la misma. Lo sabes. No existe el siempre. Algo ha cambiado, algo está ardiendo.
Algo va a arder.
Y de repente no sabes cuando empezó, pero si sabes cuando va a acabar. Tú también eres una fiera. Tú también tienes voz. Tú voz es tan fuerte que también da miedo. Siempre ha estado ahí, solo te tienes que parar a escucharla.
¡Basta!
No recuerdas el primer golpe, pero si recuerdas el último.