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Hay personas con las que estás, y hay personas con las que eres

Hace poco escuché esta frase: “Hay personas con las que estás y hay personas con las que eres”, y desde entonces no he dejado de pensar en ella. Se quedó resonando en mi mente como una campana que no deja de sonar en lo más hondo del pecho. No solo por la belleza de sus palabras, sino por la verdad que esconde. Porque a veces, la vida no se nos revela en grandes discursos, sino en frases sencillas, como susurros que nos sacuden el alma cuando menos lo esperamos.

Y es que estar con alguien no siempre significa estar presente. Ni siquiera significa compartir la vida. A veces uno está con otro como quien ocupa un asiento vacío, como quien pasa el tiempo sin tocar nada realmente. Como quien sonríe sin mostrar los dientes del alma. Porque hay vínculos que no sanan, sino que sostienen la costumbre. Relaciones que se viven más en la superficie que en el corazón. Personas que te acompañan, pero no te sienten. Conversaciones que llenan los silencios, pero no tu soledad. Compañías que más que aliviar, distraen.

Y luego, de vez en cuando, llega alguien distinto. Alguien con quien no tienes que pedir permiso para existir. Con quien puedes sentarte en silencio sin necesidad de justificar tu silencio. Alguien que no espera que seas siempre luz, porque también sabe abrazar tu sombra. Alguien con quien eres, sin esfuerzo, sin máscaras, sin miedo. Son esas almas que no solo están a tu lado, sino que entran dentro de ti como si ya conocieran el camino. No necesitan mapa para encontrar tus grietas. No preguntan por qué duele, solo se quedan mientras duele. Y al hacerlo, alivian. No porque te rescaten, sino porque te recuerdan que no estás sola en medio del naufragio.

Con esas personas, todo cambia. Te das cuenta de que no todos los vínculos están hechos de palabras. Que hay miradas que abrazan mejor que unos brazos, y silencios que calman más que mil consejos. Con ellas, puedes llorar sin tener que explicar por qué. Puedes decir “no estoy bien” y no sentirte una carga. Puedes hablar de tus sueños sin que parezcan exagerados, y de tus heridas sin sentir vergüenza.

Porque esas personas no te exigen que seas fuerte. No esperan que tengas todas las respuestas. No te admiran por lo que aparentas, sino por lo que eres cuando no finges. No te miran desde la altura del juicio, sino desde la hondura del amor. Y cuando te encuentras con alguien así, todo lo demás se vuelve más claro. Empiezas a notar cuánto tiempo has pasado rodeada, pero no acompañada. Cuántas veces dijiste “estoy bien” solo para no incomodar. Cuántas veces te reíste por no llorar, te callaste por no discutir, te escondiste para no perder. Empiezas a distinguir. A entender que no todas las presencias sanan, que hay palabras que lastiman más que el silencio, y que hay abrazos que, lejos de contenerte, te vacían. Empiezas a elegir. A buscar menos el bullicio y más la paz. Menos lo instantáneo y más lo verdadero. Menos cantidad y más profundidad.

Porque con el tiempo, comprendes que el alma no se entrega a cualquiera. Que abrirte a alguien no es un gesto pequeño. Que ser tú, completamente tú, en medio de este mundo que aplaude las apariencias, es un acto de valentía. Y esa valentía sólo se manifiesta cuando sabes que estás a salvo. Cuando estás con alguien que no intenta moldearte, sino comprenderte.

Hay personas que te prestan oído, y personas que te prestan el alma. Personas que te oyen hablar, y otras que escuchan lo que no dices. Hay quienes comparten tu camino y quienes comparten tu carga. Y eso es diferente. Eso es sagrado.

Con esas personas con las que eres, no tienes que hacer esfuerzos titánicos para mantener el vínculo. Porque no se trata de cumplir expectativas, sino de fluir juntas. De reconocerse, incluso en el caos. De encontrarse, incluso después de perderse. De saberse imperfectos, pero presentes.

Y quizás, lo más hermoso de todo, es que esas personas no siempre llegan cuando las buscas. A veces, llegan cuando te has cansado de buscar. Cuando ya no finges, cuando ya no te vistes para impresionar, cuando ya no temes ser tú. Llegan como respuesta a una versión tuya más honesta, más libre, más rota quizás, pero también más real. Son vínculos que no están marcados por la intensidad, sino por la autenticidad. Que no te sacuden el corazón con promesas, sino que lo sostienen en silencio. Que no buscan ser eternos, pero son inolvidables. Y cuando uno ha experimentado lo que es ser con alguien, ya no vuelve atrás. Ya no se conforma con vínculos vacíos, con relaciones de paso, con cariños tibios. Ya no toleras el afecto que duele, ni el amor que te pide dejar de ser tú.

Porque descubrir lo que es ser con alguien… es también descubrir lo que es ser contigo. Y eso, en esta vida ruidosa, acelerada y a veces tan superficial, es una bendición.

Así que si tienes a alguien con quien eres, celébralo. No importa si es una amiga, un amor, un hermano del alma, un refugio inesperado. Celébralo. Abrázalo con gratitud. Protégelo con ternura. Porque esos vínculos no abundan. Porque esas almas son hogar. Y si aún no lo has encontrado, no desesperes. A veces la vida espera a que dejes de correr para mostrarte lo que de verdad importa. A veces, ese encuentro empieza por ti: por atreverte a ser, incluso cuando nadie te ve. Por dejar de adaptarte a lo que no te abraza. Por empezar a honrar tu propia voz.

Porque en el fondo, no se trata solo de encontrar a alguien con quien ser, sino de convertirte tú también en alguien con quien otros puedan ser. Que tu presencia no sea solo compañía, sino descanso. Que tu escucha no sea solo atención, sino acogida. Que tu amor no sea sólo presencia, sino profundidad.

Porque en este mundo tan lleno de ruido, lo más revolucionario sigue siendo esto: ser. Y permitir ser.

Elisa Jhoselinia Susanibar Carlos

Una escritora y apasionada por la poesía.

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