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Guía para regresar al lugar donde fui feliz

Después de varios años viviendo fuera, me surge la idea de tomar unas vacaciones y regresar a mi país de origen, pero a la par de ese pensamiento me llega un dilema, una sensación bittersweet que Joaquín Sabina me recuerda en sus canciones: al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.

Claro que tengo recuerdos maravillosos de mi tierra, claro que hay gente a la que quiero abrazar fuerte y besar; también comida que deseo volver a probar y aromas, como el de las rosas y el café, que anhelo percibir con la fuerza con la que brotan solo allá. Pero también es cierto que siento latente el temor de dañar las felices memorias que hasta ahora me han acompañado. 

Yo crecí en un barrio sin parque, pero poco importó porque con los vecinos nos encargamos de que aquella calle pavimentada y con adoquines se convirtiera en nuestro espacio de recreación. Los límites de la cancha de fútbol, básquet y hasta béisbol se medían entre las paredes de pintura gastada de una casa a la otra. Los escasos árboles y ocasionales autos estacionados en las veredas eran los espacios perfectos para ocultarnos mientras jugábamos a las escondidillas. Luego de un tiempo, esos mismos adoquines fueron senderos de los primeros amores. Sobre esas calles yo contaba secretos, cantaba canciones y hasta dejaba caer algunas lágrimas por los primeros amores. Esos recuerdos son lo Sweet del dilema. Sin embargo, desde la última vez que estuve en mi ciudad, muchas cosas han cambiado y por eso ahora la necesidad de una guía, o algo parecido, para regresar a ese lugar donde fui feliz se vuelve necesaria

Ni todo depende de nuestra voluntad ni podemos vivir ajenos al contexto.

Durante el tiempo que he vivido fuera me he enterado de los cambios en el barrio: de que algunos vecinos se han mudado, que han quitado los árboles; y de que las casas, algunas han sido demolidas y ahora convertidas en edificios. Los autos tienen prohibido parquear en las veredas y los chicos, que cada vez hay menos, ya no salen a jugar. En las calles ya no hay ni risas, ni secretos, ni siquiera lágrimas que secar. Las calles son solo los espacios de las sombras. Esto es lo bitter del dilema.

La vida es una cadena de tristezas y alegrías, eso todos lo sabemos, y quizá la fórmula para manejar el dilema bittersweet esté en regresar sin expectativas. En mi caso volver sin el espejismo de encontrar a la jovencita que fui; ella ahora solo vive en mis recuerdos. Regresar sin expectativas para no sufrir de rotura de corazón. Regresar sin expectativas para mantener intactas las memorias de mis ayeres felices en mi país, memorias pavimentadas con adoquines, con paredes de pintura gastada y risas que brotaban sin esfuerzo. Memorias que cada tanto se encienden para recordarme que el lugar donde fui feliz ahora solo vive dentro de mí.

María Fernanda Rodríguez

Escritora ecuatoriana viviendo en Canadá. Escribo sobre lo que me inquieta.

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