Seguro que en más de una ocasión has escuchado frases como “me dijo esto, pero estábamos discutiendo”, como si una discusión diera licencia para cualquier insulto, palabra hiriente o incluso actos que en otras circunstancias serían inaceptables. La enajenación momentánea parece haberse normalizado hasta el punto de que todo se justifica en el calor del momento, pero ¿de verdad debería ser así?
Muchas veces nos encontramos en la misma dinámica: “Me dijiste algo que me dolió”. Y la respuesta es: “Estábamos discutiendo”. Como si esa sola frase sirviera para borrar el dolor. Pero aunque en una pelea a veces se dicen cosas sin pensar, lo que no se puede evitar es el impacto que esas palabras tienen. Porque no puedes elegir que algo no te duela, aunque la persona que lo dijo no lo “pensara” o no lo “sintiera” de verdad.
Yo, personalmente, intento no sentir dolor, intento entender el contexto, intento racionalizar lo que ocurrió. Puedo decirme a mí misma: “lo entiendo, yo también he dicho cosas que no debía en discusiones”, pero el cuerpo no siempre responde a la razón. La memoria emocional asume el golpe antes de que tuviera tiempo de pensar con calma y procesar el contexto. Es como si el dolor llegara primero, y la explicación o justificación después. El problema es que, aunque entendamos que en una discusión se dicen cosas sin pensar, eso no elimina el hecho de que se dijeron, en voz alta y, a menudo, repetidas veces.
A veces parece que las discusiones son una excusa. Como si fuéramos a discutir porque tenemos algo que decir que no nos atrevemos a sacar en un momento de calma. Entonces, peleamos para tener el permiso de soltarlo todo, en voz alta, y con la seguridad de que luego podremos justificarnos diciendo: “No lo dije en serio, estábamos discutiendo”. Como si eso anulara el peso y el dolor de las palabras. Pero el hecho es que, aunque lo dijiste en una discusión, lo dijiste.
El problema aquí es como hemos normalizado el daño en medio de una discusión, como si fuese parte natural del proceso. Nos cuesta mucho aceptar que la ira y el enojo nos pueden llevar a actuar de manera violenta, ya sea verbalmente o físicamente. Y lo más preocupante es que a menudo minimizamos ese daño diciendo “lo dije sin pensar” o “no era en serio”.
Y no me refiero a que alguien no pueda decir lo que siente o piensa, no podemos temer el dolor que eso nos pueda causar, ya que puede revelar algo importante sobre nosotros mismos o sobre la relación. En esas verdades se reflejan heridas emocionales que necesitamos sanar, pero sin eximir de responsabilidad a quien las señala, aunque haya sido sin querer.
Puedes decir cosas o puedes callarlas, eligiendo con mucho cuidado lo que se dice y teniendo en cuenta las consecuencias de nuestras palabras, porque no todo lo que se dice es apropiado y mucho menos está exento de responsabilidad. Además, el otro también tiene el derecho de responder, ya sea con otra “gran verdad”, ignorando o, incluso marchándose. La responsabilidad no solo recae en quien expresa, sino también en quien recibe.
Puedes expresar tus pensamientos y sentimientos, aunque esto suponga ofender o herir, siempre y cuando estés dispuesto/a a asumir las consecuencias de tus palabras y actos. Pero sé valiente, no utilices el medio de la discusión para ganar una batalla. Atrevámonos a decirlo también en la calma, mirándonos a los ojos y siendo sinceros con nosotros mismos y con la situación que estemos atravesando.
Si has herido a alguien, ya sea con palabras o con acciones, es tu responsabilidad repararlo. Y si tuviste la falta de sensibilidad de hacerlo en público, entonces deberías tener el valor de arreglarlo en público. No vale esconderse detrás de excusas como “estábamos discutiendo”. No podemos seguir justificando la violencia, ni emocional ni física, bajo el pretexto de una discusión. Las peleas no deben ser un campo libre para el daño. Tenemos la capacidad de reconocer cómo nuestras acciones y palabras afectan a los demás, incluso en los momentos de mayor enfado. La excusa de “estábamos discutiendo” ya no vale. ¿Tú qué crees? Te leo.