Y un día se hartó
de intentar encajar,
de beberse la vida descafeinada,
de limar sus aristas para entrar en una horma que la asfixiaba,
de pedir perdón y permiso por ser de todo menos normal,
de que todos los adjetivos con los que la definían
llevaran irremediablemente delante un “demasiado”,
de escuchar hablar de vestir santos,
de sentar cabeza, de arroz pasado,
de que siempre intentaran buscarle una media naranja
cuando ella de eso no quería ni un gajo,
de posar para la foto con su mejor sonrisa,
cuando, lo que de verdad quería era huir de allí
y saltarle los dientes a las normas de un portazo.