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No conocemos el arte de saber cambiar

“Viajar es marcharse de casa,

es dejar los amigos

es intentar volar.

Volar conociendo otras ramas,

recorriendo caminos

es intentar cambiar”.

Gabriel Gamar

Cambiar fue lo último en lo que pensé cuando tuve que migrar. Saber que dejaría el nido me colocó en el territorio del extrañamiento, es decir, que tenía la certeza de que echaría de menos muchas cosas, rutinas, lugares, personas, clima e incluso sabores a los que estaba acostumbrada, pero muy poco pensé en todo lo que cambiaría con ese viaje que pretendía llevarme a vivir en otras tierras.

Cuánto cambiaría yo, la que me iba y cuánto cambiarían ellos, los que se quedaban.

No somos conscientes de los cambios que ocurren en las personas con las que nos relacionamos a diario porque la cotidianidad tiene esa propiedad de atenuar ciertos rasgos físicos y emocionales, de tanto verlos a veces nos da igual, nos parece que han estado ahí siempre, nos acostumbramos a esa risa, a ese rostro, pero eso no ocurre cuando de por medio está la distancia. Luego de un tiempo de ausencia, cuando volvemos a ver a quienes nos eran frecuentes, notamos las transformaciones, los cambios nuestros y de los otros. Somos entonces capaces de ver el pelo cano, las arrugas; incluso las risas que antes nos contagiaban de alegría podrían ahora parecernos exageradas. 

¿Cambiamos o cambiaron?

Sin el reconocimiento del cambio los vínculos afectivos (familiares, románticos y de amistad) podrían salir lesionados. Cambiamos los que vivimos en otro entorno, en otra cultura, los que nos fuimos y también cambiaron ellos, a los que dejamos de ver porque la vida en sí es un constante cambio.  

Mantener una buena relación a distancia comprende duplicar esfuerzos por ambas partes; no solo el que se va, también le toca luchar al que se queda. Las llamadas, los mensajes, las cartas, los videos; hoy en día hay varios medios para alimentar la comunicación y que la distancia física no sea tan severa, pero aquí me pregunto yo ¿Qué pasa si del otro lado de la línea no hay respuesta? ¿Qué pasa si los esfuerzos surgen de un solo lado del teléfono? 

Aquella persona que solía escribirme de repente ha dejado de hacerlo. La que en cada cumpleaños solía llamarme, ahora tiene otras cosas qué hacer y se ha olvidado de la fecha. La reunión en zoom ha dejado de ser atractiva para reunirse a conversar. La gente ha cambiado, la llama se extingue y la distancia se agranda todavía más. ¿Es que no conocemos del arte de saber cambiar?

Aún duele el recuerdo de todo aquello que dejamos al migrar. 

“Viajar es volverse mundano,

es conocer otra gente,

es volver a empezar”.

Gabriel Gamar

María Fernanda Rodríguez

Escritora ecuatoriana viviendo en Canadá. Escribo sobre lo que me inquieta.

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