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¿Por qué no reaccionamos ante los problemas “ajenos” o de otros colectivos?

El último artículo de Cayetana (No son 72 monstruos. Son tus vecinos, tus hermanos, tus amigos) me ha hecho reflexionar mucho sobre uno de los aspectos que aborda, por qué no se escucha a los hombres apoyar o denunciar los casos de abuso y violación de mujeres… Y me lleva a una pregunta mucho más general y a abordar la cuestión desde otro punto de vista: ¿Por qué las personas no reaccionamos ante los problemas que “consideramos ajenos” o de otros colectivos?

Nuestra naturaleza y psicología nos llevan desde pequeños a una búsqueda incansable por la aceptación exterior. Cuando un bebé nace, aprende que para sobrevivir necesita el amor de su padre y de su madre, a medida que crece buscará pertenecer a grupos en la escuela, en la universidad… eso nos da seguridad porque, en cierta forma, alivia la sensación de soledad con la que venimos al mundo.

Pero esto ha creado, desde siempre, diferencias y división. Como he comentado, es casi natural sentir que pertenecemos a una clase, a una raza, a una cultura, a un partido político, nos identificamos con un grupo de música, con un estilo de vestir o con un equipo de fútbol. A través de todo ello sentimos que creamos nuestra identidad. Es más fácil definirme cuando me identifico con las características de unos pocos y, al mismo tiempo, encuentro alivio en ser alguien que forma parte de algo.

De hecho, existe una palabra que lo define: “colectivo”, esto es, un grupo de personas con actividades e intereses en común.

El sistema político y empresarial lo saben y lo utilizan, y nosotros caemos en la trampa, en lugar de apoyarnos, nos enfrentamos. Logran la fricción para que nunca estemos de acuerdo en nada y, así, que no podamos potenciar los grandes cambios, es más fácil controlar a un pequeño grupo, que a la humanidad.

El mundo se ha construido a través de divisiones invisibles, ya sea geográficamente por países, comunidades, regiones, ciudades, idioma o lengua. O en otros aspectos económicos o culturales: sexo, clase social, religión, creencias, edad…

Pero ¿y si me empiezo a cuestionar estas creencias y barreras? Porque en realidad, los grandes problemas se repiten en todas partes… la pobreza, la discriminación, los abusos, pero si solo unos pocos se sienten identificados con ese problema, la fuerza que se oponga a ellos será menor; el gobierno, los políticos y las esferas que tratan de controlar el sistema, ganan, nosotros perdemos.

Y, sí, reconozco que no podemos involucrarnos en absolutamente todos los problemas del mundo, pero de forma más o menos activa podemos apoyar, hablar, ayudar, denunciar, como dice Cayetana, que se nos escuche de alguna forma, que para algo tenemos las redes sociales y no es solo para subir fotos en la playa… menos aparentar y más solidaridad.

Mi pregunta es, ¿qué pasaría si los hombres se empezaran a sentir identificados con los problemas de las mujeres y las mujeres con los de los hombres? ¿Qué pasaría si todos comenzáramos a replantar y poner soluciones en los problemas de pobreza de otro mundo, aunque tengamos la suerte de tener las necesidades cubiertas? ¿Qué pasaría si todos comenzáramos a apoyar y luchar por la libertad y derechos de grupos minoritarios?

Yo te respondo a todas estas preguntas y a muchas más que podría escribir, que si nos unimos, que si somos una fuerza, entonces vendrán los grandes cambios. Lo que nos une es mucho más fuerte que lo que nos separa, todos somos lo mismo, pero no todos vivimos las mismas circunstancias.

Marian Moure

Experta en marketing sostenible y ético, comunicadora, divulgadora y formadora

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