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La reflexión de vida que me enseñó un limonero

Mi limonero murió. 

A decir verdad, no era mío, era de uno de mis hijos que cuando era pequeño se lo pidió a los Reyes Magos, en una carta con letra digna de un niño de 4, la cual además de tenerla guardada en una cajita de cosas especiales, la tengo guardada en la mente y el corazón: “Queridos Reyes Magos: les pido un árbol de limones que voy a cuidar, un libro y un traje de caballero”.

Recuerdo su alegría mientras lo plantaba en el jardín. Era apenas una plantita pequeña cuando llegó, y mucho tiempo estuvo así, chiquito, con un follaje verde y frondoso, pero sin dar fruto. Y de pronto, se volvió el árbol más generoso. Siempre teníamos limones grandes y jugosos, que fueron a ser parte de muchas carlotas de limón, jarras de limonada, acompañantes de ensaladas, de tacos y muchas cosas más. Y sorpresivamente, un día comenzó a secarse. Así, de la misma forma que cuando comenzó a producir limones…de pronto… sin previo aviso, y sin explicaciones. No le faltaban cuidados, agua, ni amor. Vinieron los expertos y encontraron plaga en las raíces. Aún hicimos un último esfuerzo, siguiendo indicaciones, pero no fue suficiente, no se pudo salvar.

Qué lindo ver que en el mundo aún hay personas empáticas, aquellas que entienden lo que está en el corazón de los otros. Ellos, los expertos en huertos y plantas sabían el cariño que teníamos por ese árbol, y nos regalaron un pequeño limonero, sin fruto aún. “Sabemos que no sustituye al otro, porque cada árbol es especial” le dijo a mi hijo con un tono de voz suave y una mirada que sólo puede tener quien entiende que perder un árbol también duele.

Yo no he podido sacar al otro de la tierra, sigue en pie, seco, pero en pie, y me rehúso, como si en el fondo tuviera un atisbo de esperanza por verlo renacer.

Pero hoy, finalmente entendí… 

  • Que hay cosas que por más que uno quiera, ya no renacen.
  • Que la ilusión de lo que existió no revive lo que está dañado de raíz.
  • Que la temporada de abundancia no incluye garantía de eternidad.
  • Que es maravilloso disfrutar lo bueno mientras dura.
  • Que los recuerdos mágicos estarán en un rincón de la memoria a la que será fácil acceder, y con ellos, el agradecimiento a lo que fue. 
  • Que lo especial siempre encontrará un espacio en el corazón.

El nuevo arbolito ya tiene cuatro brotes pequeños. Nuevos limones y platillos nos esperan. Así va la vida, cerrando ciclos y comenzando nuevos. Despedirnos con amor de lo que ya no renace y maravillarnos de lo nuevo que surge. 

Aquí y ahora, es momento de remover la tierra. 

Mireya Thomas

Madre de dos hijos, psicoterapeuta gestalt y consultora en desarrollo humano

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