Sus manos estaban llenas de sangre y su hermana de dos años tirada en el suelo, no recordaba nada, estaba congelada, como si asimilara todo en cámara lenta, la idea de que quizás ella lastimó a su hermana, la paralizaba. A lo lejos, el sonido de la ambulancia sonaba cada vez más cerca, de pronto su padre entró tumbando la puerta, la sacudió para sacarla de alguna especie de trance, pero en seguida vio a su otra hija tirada en el suelo llena de sangre, la tomó entre sus brazos, pero no se movía, no respiraba, estaba muerta. Desde ese incidente nadie habla de lo ocurrido. En ese entonces ellas tenían 10 años, eran gemelas, en la autopsia la causa de muerte fue por fuertes lesiones cerebrales traumáticas. Han pasado dos años y nadie habla de aquella tarde, ni de la muerte, ni que su hija no ha dicho ninguna palabra desde aquel día. Hasta hoy.
-Mamá, sabes dónde está mi hermana- apenas suelta aquellas palabras, su madre se congela, un frío invade sus piernas, sus lágrimas caen automáticamente, no puede creer que haya vuelto a hablar, pero mucho más allá, no puede creer lo que está diciendo.
-Hija, me escuchas- su madre se pone enfrente, los ojos de la hija miran a la nada, le habla, pero no responde. Después de unos segundos, su hija gira su cabeza en dirección al techo, no deja de ver hacia arriba, su mamá la mira y no comprende nada, en los ojos de su hija se refleja algo, trata de acercarse, mira desde lo profundo de sus ojos, desde el alma y se da cuenta, lo sabe, porque los ojos son la ventana del alma de las personas, y en aquellos ojos vacíos no se ve, sino que la madre lo siente. Se da cuenta que la que está con ella ya no es su hija, ya no es desde hace dos años, cuando por una extraña coincidencia, algo se apoderó de ella, justo antes de matar a su hermana a golpes.
Aquel día, habían muerto las dos.