Hoy voy a hablar de una de las emociones más intensas que se nos vetó como mujeres, impidiéndonos sacarla a la luz, la “ira”.
Hace poco tiempo, como muchas de vosotras, no sabía manejarla para mi propio interés. Era una emoción desconocida, ya que, como mujer que soy, en una sociedad todavía gobernada por el espectro masculino que es el predominante y efectivo, siempre la había ocultado, derivando sus efectos en otra emoción: “la culpa por sentirla”. Emoción que me apresaba en un tormento de retorcidas espigas como los maizales que nunca son cuidados con esmero.
No sé a ciencia cuándo se nos prohibió demostrar esa emoción, en beneficio del género masculino, para convertirnos en sumisas damiselas, dejando a la reina que llevamos dentro escondida en nuestro interior. Más o menos, a través de mi lógica curiosa para entender el mundo, he llegado a la efectiva conclusión de la separación de la ira como representación femenina de la masculina.
En la antigüedad había diosas que representaban a la ira. Ahora detallo a algunas de ellas: Sekhment (Egipto, diosa de la ira transformadora), las Erinias, las Furias romanas como Lisa (diosa de la ira frenética, la furia sobre todo en la guerra). Después llegó el cristianismo y con él, la ira quedo relegada a Dios, sólo él y su representación. A partir de ese momento la ira era una expresión masculina. La mujer fue relegada a ser una representación del demonio y a convertirse en una posesión de su amo. Para qué íbamos a sentirla sino valíamos casi nada o nada.
Desde ese momento hasta la actualidad, la ira ya no era representación femenina. Se nos prohibió, la ira era cosa de hombres. Sólo podíamos sentirla de puertas para dentro, perjudicando nuestra salud porque muchas veces no sabíamos ponerla nombre y nos llevaba a la desesperación más absoluta. La mostrábamos y nos convertíamos en endemoniadas o mujeres de carácter complicado. La guardábamos y reventábamos por dentro.
Para mí si lo pudiese reflejar en un color para describirla sería el bermellón que te atrapa y no quieres dejar de contemplarlo. Es un color lleno de energía, ya que la ira bien empleada es movimiento, proceso de cambio.
La ira no significa que saques a la bruja que llevamos dentro, y su carencia tampoco significa que seamos dulces damiselas necesitadas de caballeros andantes. Lo mejor es encontrar el equilibrio vital, es una emoción que nos aporta vitalidad, nos ayuda a resolver conflictos, y nos informa de situaciones injustas, amenazantes y frustrantes. Es por lo tanto necesaria en nuestro desarrollo personal.
La ira es la exposición de muchas situaciones que guardamos de un enfado, es una necesidad de liberación para encontrar de nuevo la calma. Para encontrar el equilibrio tenemos que pasar por el proceso de regularización de la ira antes de saltar y convertirnos en unas ogras monstruosas.
Según lo veo yo, consiste en buscar e identificar qué es lo que nos molesta para comunicarlo con asertividad, trabajar la empatía, practicar el respeto a los demás como respeto a uno mismo, sin ceder al resentimiento. Podemos utilizar técnicas de relajación para que nuestros pensamientos no se conviertan en bucleríanos y, lo más importante de todo, poner distancia para poder desde la calma hallar la solución.
Hace unos días estuve leyendo sobre la ira y me llamo poderosamente la atención esta frase: “La ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro. William Shakespeare”.
Y es cierto que, si la ira es manejada correctamente, ya no es necesario que muera el otro ya que el otro ya no será la causa de nuestro mal y no nos importará, porque ya no puede influir en nuestro estado emocional. Conocemos y sabemos cómo actuar en tales circunstancias para que nos influya positivamente y hacer lo que nuestro Yo interior necesita, y no lo que necesitan los demás que debemos hacer, pero con elegancia e inteligencia emocional.
Por lo tanto, la ira bien empleada es necesaria y un buen recurso para evolucionar como persona y no nos la tenemos que prohibir por ser mujeres. Somos mujeres libres y con mucho que ofrecer al mundo. Así que, hermanas, saquemos la ira que llevamos guardada desde hace tantos siglos, pero de manera inteligente. Conclusión, la ira también es femenina y nuestra.