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20 años de la operación “libertad” iraquí

Se cumplen 20 años del inicio de la Guerra de Irak, uno de los eventos más devastadores e impactantes de Oriente Medio. Fue un conflicto que empezó un jueves 20 de marzo de 2003 con la invasión de este país por parte de Estados Unidos, después de que la administración del entonces presidente estadounidense George W. Bush decidió intervenir en el país, al margen de Naciones Unidas. Ese mismo 20 de marzo, los noticieros de todo el mundo abrieron con imágenes de Bagdad, siendo bombardeada de forma masiva por misiles pertenecientes a Estados Unidos y a la coalición internacional. 

Así comenzó la invasión a Irak, un conflicto armado fundamental para entender Oriente Medio en los próximos años.  La guerra duró casi 9 años, hasta la retirada de las tropas estadounidenses en diciembre de 2011 que dejó al país sumido en el caos y con conflictos internos. Esta guerra se recuerda como la segunda guerra del Golfo y fue bautizada por el entonces presidente norteamericano, como “Irak Freedom”, Libertad para Irak. 

Hussein, de líder a enemigo de Washington 

Antes de ahondar en este enfrentamiento, es necesario comprender que sucedió para que este caos estallara. Hussein llevaba ya 24 años en el poder cuando se produjo la invasión en 2003. Mantuvo las riendas del país gracias a lo controló con mano de hierro. Además, era un dictador sobre el que caían numerosas denuncias por asesinatos masivos contra opositores. 

Sin embargo, no siempre fue rival de Estados Unidos. En 1980, contó con el apoyo de Washington en su guerra contra Irán. Desde la Revolución iraní de 1979, Irán se convirtió en el mayor enemigo en la región para Estados Unidos y la guerra de Irak contra ellos fue motivo suficiente para apoyar a Hussein. 

Esta situación cambió a partir de 1990, cuando Hussein invadió Kuwait, otro de los aliados históricos de Estados Unidos en Oriente Medio. Estados Unidos inició la Primera Guerra del Golfo y expulsó de Kuwait a las tropas iraquíes. Esto fue el origen del deterioro de su relación. 

En la década de 1990, los episodios violentos fueron aumentando, con campañas de bombardeos masivos de Estados Unidos y Reino Unido contra Irak. Esto empeoró tras los atentados del 11-S en septiembre de 2001 y la “guerra contra el terror” lanzada por el expresidente George W. Bush. 

El exmandatario lideró una campaña de persecución contra el terrorismo yihadista que comenzó con la invasión del régimen talibán en 2001, con el apoyo de Naciones Unidas, y que siguió con Irak. Desde Estados Unidos se intentó demostrar que el régimen de Hussein era un peligro para la estabilidad internacional y que había formado parte de la financiación de grupos terroristas. De hecho, Bush incluyó a Irak dentro de su conocido “eje del mal” internacional, junto con Corea del Norte e Irán. 

Estados Unidos lideró una coalición de ejércitos occidentales. George W. Bush encontró apoyo de naciones como Corea del Sur, Dinamarca, Australia, Polonia, España y algunos países latinoamericanos como Honduras y Nicaragua, que enviaron tropas al país. Otros se opusieron a cualquier intento de invasión, como Alemania o Francia, debido a la falta de pruebas contra Irak.  El Consejo de Seguridad de la ONU también rechazó la invasión y la catalogó de “ilegal”, pero esto no detuvo su puesta en marcha. La operación se produjo el 20 de marzo de 2003 después de un ultimátum lanzado por Bush a Hussein desde Portugal, unos días antes. 

Una guerra rápida que se prolongó en el tiempo 

El 20 de marzo de 2003, las tropas occidentales asaltaron Irak por mar, aire y tierra con una superioridad abrumadora y consiguieron hacerse con el control en apenas una semana. Sadam Hussein y sus principales secuaces se escondieron mientras los estadounidenses entraron en Bagdad cinco semanas después sin apenas resistencia, para desmantelar las estructuras del Estado iraquí y establecer un gobierno provisional de ocupación, otra larga historia.

La toma de la capital dejó imágenes que han pasado a la historia, como el derribo de la estatua de Hussein por los ciudadanos que celebraban su caída. El 1 de mayo, George W. Bush, subido a un portaaviones, pronunció su famoso discurso: “las principales operaciones de combate en Irak habían concluido”. Pero, en realidad, el conflicto no había hecho nada más que empezar. 

Estados Unidos se jactó de haber devuelto la “libertad” a los iraquíes y comenzó a construir lo que sería un futuro Estado democrático. Sin embargo, Irak no es un país heterogéneo, en términos étnicos y religiosos. Por lo que vacío de poder tras la caída de Hussein y la debilidad de los gobiernos democráticos fue el caldo de cultivo perfecto para que se iniciara una violencia sectaria y una guerra civil en el país. 

Por su parte, a finales de 2003 el ejército estadounidense capturó a Sadam en un zulo cercano a su ciudad natal. Las imágenes del dictador, con pelo y barba larga, tras su detención dieron la vuelta al mundo. El exmandatario fue juzgado por un tribunal iraquí y sentenciado a muerte en 2006 por crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, su ejecución en la horca tampoco apaciguó el enfrentamiento de una sociedad sumida en una espiral de violencia. 

El casus belli 

El principal motivo defendido por Estados Unidos y sus aliados para justificar la invasión fue la presunta posesión de armas de destrucción masiva por parte de la dictadura de Hussein y que esto suponía un peligro inminente para la comunidad internacional. Este tipo de armamento incluye las armas biológicas, las nucleares y las químicas.

Otra de las máximas bajo la cual la administración Bush justificó la guerra fue derrocar el gobierno de Sadam Hussein, que había gobernado en dictadura durante más de 20 años (1979-2003), y así colaborar en el establecimiento de la democracia en Irak, algo que fue recibido con esperanza por algunos sectores de la población iraquí. Además, los servicios de inteligencia estadounidenses vinculaban a Sadam Husein con el grupo terrorista Al Qaeda, responsable de los atentados del 11-S en el World Trade Center y el Pentágono, una serie de ataques terroristas en los que murieron cerca de 3.000 personas. 

Sadam Husein ya se había enfrentado a Estados Unidos en 1991 durante la Guerra del Golfo, un conflicto para controlar Kuwait, un pequeño país con grandes reservas de petróleo. En este sentido, muchos historiadores señalan que el verdadero motivo de la Guerra de Irak era hacerse con la producción de petróleo en esta región, una de las más ricas del mundo.

Ninguna de estas alegaciones se pudo demostrar posteriormente  

Estas acusaciones se mostraron falsas con el paso de los años. Se demostró que Irak no tenía armas de destrucción masiva ni ningún programa de desarrollo de armamento nuclear o químico. De hecho, antes de la invasión, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) había inspeccionado las instalaciones iraquíes y no encontraron ninguna prueba.  No obstante, esto no impidió que Estados Unidos y el resto de países iniciaran el ataque. El argumento de las armas de destrucción masiva se repitió desde todas las instituciones y a través de todos los medios para crear temor entre la población y conseguir el apoyo de la opinión pública. 

El propio Bush reconoció en una entrevista en 2008 que el mayor error de su mandato fue creer que realmente existían armas de destrucción masiva en Irak, basándose en los informes de los servicios de inteligencia. Este fallo de los servicios de inteligencia confirmó el carácter ilegal de una intervención militar que muchos denunciaron antes de producirse. 

Respecto a la relación entre Sadam Hussein y Al Qaeda en cuanto a los atentados del 11-S, nunca se encontraron pruebas que demostraran el vínculo entre ambos. Hussein, aunque era un dictador sanguinario, no financió a grupos terroristas islamistas, ya que también eran enemigos de su poder. 

Las consecuencias de la guerra 

Han pasado 20 años desde el inicio de esta guerra, pero sus huellas perduran hasta el día de hoy y las consecuencias han sido muy importantes. La sociedad iraquí no encontró la libertad ni la estabilidad que esperaba y la catástrofe se vio agravada por la incapacidad estadounidense de planificar lo que vendría tras la invasión. 

Los bombardeos estadounidenses provocaron la muerte de miles de civiles. Las fuentes más conservadoras cifran el total de muertes iraquíes en 151.000 (100.000 según Iraq Body), de los cuales 34.000 serían soldados de Saddam y el resto civiles; otros cálculos cifran las bajas de iraquíes en 1.033.000. 

En cuanto a los soldados estadounidenses, murieron en combate más de 4.600 y miles más murieron por suicidio tras regresar a casa. Además, la guerra costó a Estados Unidos más de 2 billones de dólares.  

 Después de que el dictador fuera ahorcado tal y como Bush deseó públicamente, se produjeron saqueos en varias ciudades iraquíes, ante la inacción de las tropas estadounidenses. Edificios públicos, tiendas, museos, palacios presidenciales… fueron objetivo de robos y destrozos. 

La caída de Sadam reveló al mundo la realidad política iraquí, con profundas y graves divisiones religiosas (chiíes y suníes) y étnicas (kurdos, árabes o yazidíes) que afloraron con vilurencia y crearon un escenario de todos contra todos y todos contra las fuerzas de ocupación. 

En este sentido, Washington también contribuyó a enfrentar grupos entre sí. Primero favoreció a líderes chiíes que controlaban el Gobierno del país y dio cobertura a milicias policiales que sembraron el terror. Posteriormente, creó en Irak un ejército paralelo al oficial, integrado por miembros de la resistencia suní principalmente. Les entregó armas a cambio de lugar contra Al Qaeda con la promesa de que posteriormente entrarían a formar parte de los cuerpos de seguridad iraquíes. Sin embargo, Washington terminó retirando su apoyo económico y los integrantes pasaron a operar con sus propios objetivos. 

En este sentido, la conquista solo supuso el inicio de una larga guerra entre los ocupantes y los grupos armados compuestos por leales a Sadam, exmilitares, militantes yihadistas, funcionarios del antiguo régimen y milicias chiíes. 

En Irak también desaparecieron los derechos humanos. Se filtraron imágenes de indescriptibles abusos y actos de tortura cometidos por la policía militar y agentes de la CIA en los centros de detención. Según Amnistía Internacional, la participación de los estadounidenses en la guerra de Irak se tradujo en violaciones generalizadas de derechos humanos como ataques indiscriminados y desapariciones forzadas. 

Sin embargo, a pesar de todo lo sucedido, las víctimas siguen esperando justicia. Al contrario, lo único que han conseguido en este tiempo ha sido la impunidad. Siguen sin aplicarse ningún tipo de consecuencias a los principales responsables de la administración estadounidense y ninguno ha comparecido ante la justicia por los crímenes perpetrados en Irak. 

En estos centros de detención algunos presos se empaparon de doctrinas extremistas y desvirtuadas del Islam. En la cárcel bajo mando estadounidense Camp Bucca, fue arrestado en 2004 Abu Baker Al Bagdadi. Tras su paso por esa prisión, Al Bagdadi se convirtió en 2010 en el líder del Estado Islámico de Irak (ISIS). 

Por tanto, lejos de suponer la paz, la salida estadounidense dio lugar a un incremento de la violencia sectaria que se reflejó en la aparición del Estado Islámico (ISIS), que tiene su génesis en una facción de Al-Qaeda en Irak que surgió durante la invasión estadounidense. En este sentido, el ISIS irrumpió con fuerza en Irak con una violencia que anonadó al mundo entero.

Consecuencia de esta desestabilización en la región, hizo que más de 9 millones de iraquíes se encontrasen desplazados fuera de sus fronteras. Eran personas que huían de los bombardeos, del sectarismo y de la represión y muchos llegaban a Europa arriesgándose la vida. 

También se produjo una grave crisis económica que tuvo efectos claros en la inflación de los precios. Esto aumentó los índices de pobreza: una cuarta parte de los iraquíes vive por debajo del umbral de la pobreza, según datos oficiales y una parte importante de la población no puede permitirse cubrir sus necesidades básicas.

Además, la corrupción ha impedido que las ayudas de cooperación lleguen realmente a la población y sirvan para reconstruir hospitales, escuelas, redes de saneamiento y carreteras que se destruyeron durante la guerra. Los jóvenes solo ven como opción de futuro irse del país. 

Irak en la actualidad

A finales de 2019, estallaron protestas contra la corrupción, el despilfarro, la injerencia de Irán, la inseguridad y los nulos avances. La población se movilizó en las calles exigiendo un cambio. Estas protestas duraron meses y lo único que lograron fue que el gobierno respondiera brutalmente, dejando más de 600 civiles muertos. 

A estos problemas se suma la decadencia de las infraestructuras. Dichas deficiencias se traducen en cortes de electricidad, fallos en el suministro de agua y carreteras hundidas. Además, todavía queda mucho camino por recorrer en la protección de los derechos humanos. Todo ello se convierte en una lucha constante para los 42 millones de iraquíes, especialmente el tercio que vive en la pobreza. 

En octubre de 2021, un año después de las elecciones parlamentarias, tras múltiples disputas y enfrentamientos armados entre los partidos políticos alineados con las Unidades de Movilización Popular y el Bloque Sadr se formó un nuevo gobierno. 

El jefe del gobierno Mohamed Shia al Sudani prometió luchar contra la corrupción ya que Irak se sitúa en el lugar 157 de 180 en el índice de corrupción de Transparencia Internacional. Sin embargo, bajo su mandato la situación no ha cambiado y la estabilidad sigue siendo una esperanza en Irak. La libertad de expresión sigue siendo inexistente, no hay avances en la investigación de las muertes provocadas en las protestas de 2019 y juicios injustos son solo algunos ejemplos de como 20 años después de que las tropas estadounidenses entraran en Irak prometiendo libertades, estas están todavía muy lejos de alcanzarse. 

El nuevo gobierno se ha comprometido a proteger las libertades públicas y los derechos humanos. Sin embargo, hoy en día siguen presentes las consecuencias de la invasión y no se han resuelto las violaciones de los derechos humanos perpetradas por los responsables. Además, en la actualidad se siguen produciendo violaciones de derechos como los derechos de las mujeres, el de protesta y el derecho a la vida. 

Además, cerca de la mitad de su población nació después del inicio de la invasión y hace frente a dificultades para encontrar empleo en una economía que depende del petróleo. En enero de 2021, la tasa de desempleo superó el 20% y afectaba principalmente a los jóvenes. 

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Nuria Bravo

Periodista y Economista. Apasionada de las letras, los viajes y la naturaleza.

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