Ayer 1 de octubre de 2025 el mundo recibió una noticia devastadora: la muerte de Jane Goodall, a los 91 años, en California. La primatóloga británica transformó para siempre la manera en que pensamos sobre los animales, la naturaleza y, en última instancia, sobre nosotros mismos. Pero su vida fue también un ejemplo de resistencia feminista, pues irrumpió en un campo científico dominado por hombres, desafiando normas establecidas y convirtiéndose en referente para otras mujeres científicas.
Hoy, al despedirla, no solo recordamos sus descubrimientos sobre los chimpancés, sino también la revolución silenciosa que impulsó en torno al rol de las mujeres en la ciencia.
Una niña con un chimpancé de peluche
Nacida en Londres en 1934, Jane Goodall creció en una época en que las mujeres tenían pocas opciones profesionales fuera del hogar, la docencia o la enfermería. Desde niña soñó con ir a África y estudiar a los animales salvajes. Sus aspiraciones parecían imposibles: no tenía dinero, no había estudiado una carrera universitaria y el campo científico estaba dominado por hombres.
Aun así, se aferró a su pasión. Su primer compañero de aventuras fue un chimpancé de peluche llamado “Jubilee”, regalo de su padre, que para muchos simbolizó esa temprana conexión con un futuro que parecía vedado. Lo que para la sociedad era una fantasía infantil, para Jane era una promesa.
El impulso de Louis Leakey y el inicio en Gombe
Fue el paleoantropólogo Louis Leakey quien confió en ella. Leakey valoró que no tuviera prejuicios académicos y la envió en 1960 a estudiar a los chimpancés de Gombe, en Tanzania. Era un movimiento arriesgado: una mujer joven, sola, en la selva africana, con escasa formación formal.
Pero Goodall demostró lo que la intuición femenina y la observación paciente podían lograr: descubrió que los chimpancés usaban herramientas, que tenían vínculos emocionales complejos, que resolvían conflictos y que incluso podían organizar ataques violentos. Rompió el dogma científico de que los humanos éramos la única especie capaz de fabricar y utilizar herramientas.
Ciencia con rostro humano
Goodall se apartó del método rígido masculino que dominaba la etología. En lugar de asignar números a los chimpancés, les dio nombres: David Greybeard, Flo, Fifi. Reconoció personalidades, emociones, relaciones afectivas. Para muchos científicos de su tiempo, ese acercamiento era poco “serio”, incluso “anticientífico”.
Pero su estilo —más empático, más humano— terminó revolucionando la disciplina. Reivindicó que la sensibilidad también es un método válido: observar desde la empatía no resta objetividad, la enriquece. Jane probó que la ciencia no tenía por qué estar divorciada de la compasión.
La ciencia también es cosa de mujeres: las “Trimates”
Jane Goodall no estuvo sola en esta hazaña. Louis Leakey impulsó a otras dos mujeres que, como ella, marcaron época en la primatología:
- Dian Fossey, que dedicó su vida a los gorilas de montaña en Ruanda. Su activismo y su entrega radical le costaron la vida: fue asesinada en 1985. Fossey mostró al mundo la vulnerabilidad de los gorilas frente a la caza furtiva y los convirtió en símbolo de la conservación.
- Biruté Galdikas, que viajó a Borneo en los años setenta para estudiar a los orangutanes. Su trabajo, que continúa hasta hoy, ha sido fundamental para la protección de estos grandes simios amenazados por la deforestación.
A este trío se les conoce como las “Trimates”, y todas compartieron algo en común: eran mujeres que, contra todo pronóstico, se adentraron en selvas y montañas para estudiar a los grandes primates en libertad. En un tiempo en que la ciencia era territorio masculino, ellas demostraron que la pasión y la perseverancia podían romper cualquier barrera.
Feminismo desde la selva
Jane Goodall no se definió siempre como feminista en el sentido militante, pero su vida fue un acto feminista en sí mismo. Rompió moldes, ocupó espacios prohibidos, lideró proyectos internacionales y construyó una autoridad intelectual que pocas mujeres de su generación pudieron alcanzar.
Demostró que una mujer podía dirigir un equipo, desafiar dogmas científicos y, además, inspirar a miles de jóvenes a seguir sus pasos. Su método de investigación fue criticado no solo por sus innovaciones, sino también porque provenía de una mujer. Sin embargo, ella perseveró, validando que las mujeres podían marcar la agenda científica global.
Activismo y esperanza
En los años setenta, Goodall decidió dar un paso más allá de la investigación. Fundó el Instituto Jane Goodall, que hoy funciona en más de 25 países, y el programa Roots & Shoots, que involucra a jóvenes de todo el mundo en proyectos de conservación y justicia social.
Defendió causas incómodas para la ciencia tradicional: la lucha contra la experimentación con animales, la crítica a la ganadería industrial, la denuncia de la deforestación. Su activismo ambiental estaba atravesado por una mirada ética, pero también feminista: el cuidado, la empatía y la interdependencia como valores fundamentales.
Un eco en las nuevas generaciones
El legado de Jane Goodall no se mide solo en premios —Premio Príncipe de Asturias, Medalla de la Libertad de EE. UU., Mensajera de la Paz de la ONU—, sino en las miles de mujeres que siguieron sus pasos. Hoy, la primatología, la conservación y la biología tienen un rostro más diverso y más femenino gracias a ella.
Biólogas, ecólogas y activistas como Claudia Olea en Chile, Juliana Machado en Brasil o Gladys Kalema-Zikusoka en Uganda continúan esa estela: mujeres que trabajan en condiciones difíciles para proteger la vida silvestre y, a la vez, promover comunidades humanas más justas. Todas son hijas intelectuales de Goodall, Fossey y Galdikas.
El adiós a una voz necesaria
La muerte de Jane Goodall marca el final de una vida extraordinaria, pero no de su influencia. En un mundo atravesado por crisis ambientales, desigualdades y guerras, su mensaje resuena con más fuerza que nunca: cada persona importa, cada acción cuenta, cada día es una oportunidad para marcar la diferencia.
Con su partida, se apaga una voz, pero se multiplican los ecos. Jane Goodall nos enseñó que los chimpancés son parientes cercanos, que la ciencia necesita empatía y que las mujeres pueden liderar transformaciones globales.
Un legado feminista y universal
Al recordar a Jane Goodall, también recordamos a las mujeres que con ella abrieron la selva y la ciencia: Fossey, Galdikas y tantas otras. Ellas demostraron que el feminismo también se escribe en los bosques, en la observación paciente, en la defensa de quienes no tienen voz.
Goodall no solo estudió chimpancés: cambió la relación del ser humano con la naturaleza y abrió un camino para que más mujeres participen en esa misión. Su vida fue un puente entre especies, pero también entre géneros, generaciones y culturas.
Hoy, al despedirla, queda la certeza de que su ejemplo seguirá vivo: en cada joven que se atreve a soñar con cambiar el mundo, en cada mujer que irrumpe en la ciencia con determinación, en cada comunidad que lucha por un planeta más justo y más habitable.