Nadie gritó. Nadie lloró. Simplemente dejó de venir. Esteban solía ocupar el asiento frente a Julia todos los miércoles, en la misma mesa del café que nunca cambiaba su música de fondo. Hablaban de libros, a veces del clima, raramente de sí mismos. Ella lo valoraba, o al menos eso creía. Pero una semana no…
Redactoras























































































































































































































































