Eras una razón para volver, para volver a esa ciudad, a mis raíces, a mi sangre. Eras ese momento para abrazar, oler tu cuerpo, sentir tu forma, quedarme en ti y esperar a que tus manos volvieran a rozarme, que tus ojos volvieran a traspasarme. Y ese momento en que borramos la inocencia, ese momento en el que brotaron los sentimientos escondidos, en el que nacieron miradas nunca sentidas. Mis piernas me llevaron a ti, provocando ese roce de piel, tu dibujaste mi pelo agarrando con fuerza mi cuello y fue ahí cuando con tan sólo una mirada, te dije: “No pares”.
Volví a llamar tu atención, provocando el habla de tu boca, sacando de ella sentimientos y palabras bloqueadas. Y de nuevo sentí tu fuerza por detrás, determinando mi rendición, sintiendo mi rebelión fijando mi mirada en ti y sin evitar esa sensación, te supliqué: “No ceses” .
Y fue ahí cuando te mostré mi instinto animal cuando mordiendo mis labios lentamente te hablaron mis ojos, esos que hablaban a esa mirada moruna que ha sido protagonista de mis debilidades y recuerdos constantes. Tú, en ese momento, justo en ese instante, caíste ante mis encantos más poderosos y me susurraste que querías sentirme, que deseabas sentirme.
Intentos constantes imaginaban ese momento. Vivirte, tenerte, he deseado, te he deseado.
Quiero sentirte… palabras que fueron repetidas constantemente desde tu sexo, desde tu boca. Eras verdad, eres un sueño, eres ese ser tan inalcanzable y a la vez tan mío. Tus manos alcanzando mi sexo, yo permitiendo el suceso, tus dedos sintiendo mi intimidad y el tiempo parado gritando eternidad.
Te despediste sentenciando palabras llenas de deseo. Tu y yo debemos zanjar algo. Mi boca calló por un momento y solo mis ojos te respondieron: Tu adiós atravesó con un cuchillo mis sentidos de nuevo.
