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¿Qué está pasando en Afganistán con las mujeres?

Afganistán

Vayamos por partes. Estamos en Asia Central. Zona de fronteras de puño reciente, borrosas, tanto por su propio génesis como por las explosiones mundiales y la herencia fría. En ellas se integran tradiciones y culturas tan parecidas como opuestas. De geografía muy extensa, montañosa, a momentos desértica, repleta de valles. El tradicionalismo de sus comunidades está marcado por las religiones, etnias, tribus, clanes. Y ya con esos ingredientes podemos imaginar la salsa que sale de ahí. Como apunta un proverbio afgano:

“Yo y mi país contra el mundo.
Yo y mi tribu contra mi país.
Yo y mi hermano contra mi tribu.
Y yo contra mi hermano”

Resumamos y remontémonos a los años ‘70, por no entrar en ancestrales disputas territo-ideológicas, ya sabes, que si yo llegué primero, que tú me has invadido, que mi dios es el único porque el tuyo no existe, que tu piel es diferente, que lo pone en una piedra. Bueno. Pues en los ‘70 los comunistas afganos llegan al poder. En aquel momento la temidísima URSS era potencia y rival mundial occidental. Abarcaban medio mundo, en el que, de hecho, había incluso mayoría musulmana. Pero su ideario, comunista, era ateo, promulgaba fisión entre religión y Estado, el panaeslavismo, herencia zarista, ni se contemplaban -prohibían- las manifestaciones públicas religiosas.

Todo lo contrario al Islam, o a la ley de la sharia, una extrema interpretación del Corán, con su férreo afán de unir vida privada y vida pública en su ideario radical islamista. En Afganistán los rusos pretendían apoyar al comunismo incipiente, pero gran parte de la población lo sintió como invasión, porque aun existiendo entre ellos el Islam, recordemos que son ateos. Es así cómo grupos afganos intentan entonces rebelarse. Los luchadores, los muyahidines. Aquí es cuando entra el “salvador occidental” (los que ahora el capo occidental mete en aviones) armando a los combatientes para reafirmar la democracia liberal frente al comunismo soviético. Más de 10 años de guerra entre rusos, americanos, afganos, comunistas, musulmanes y radicales del Islam.

Llegan los ‘90, empieza a caer la URSS, el territorio se desintegra, las fronteras se quiebran, cada grupo busca su cobijo y las tropas soviéticas se marchan. Los muyahidines derrocan el poder. Ya no están los comunistas laicos, ahora llegarían los talibanes, que, ironías de la vida, pasan de libertadores a tiranos. Y de ahí, a santuario de Bin Laden, cuna de Al Qaeda, enemigo del anterior amigo, kalashnikov occidental. Llevaban años cobijando terroristas y manteniendo relación con núcleos yihadistas del sur de Asia. Pasa el 11-S. En octubre de 2001 vuelven los americanos. Ahora para desarmar a quienes en los ‘70 armaron. Querían matar a Bin Laden, claro, y alguna que otra cosilla más que se les había perdido por ahí. Había que restaurar el orden, vaya. Entre 2004 y 2021, guerra mediante, hay una especie de República Islámica, pero los fundamentalistas talibanes seguían ahí, en falso sigilio, armándose y armándola. Ahora que las tropas occidentales se están marchando, ahora que los talibanes han vuelto, vuelve aquella interpretación radical de la religión.

¿Qué pasa entonces con las mujeres?

Pues para que te hagas una idea, en 1976 Zahara iba al cole en minifalda, tonteaba con su nuevo ligue y escuchaban juntos a los Rolling Stones. Veinte años después a su hija le prohiben la música, le ponen un velo en la cabeza y la lapidan por besarse con un chico. Grosso modo (por que están en ello) esto es lo que la nieta de Zahara no podrá hacer a partir de ya si se mantienen los preceptos que abogaron en los ‘90:

  1. Trabajar. Salvo que sea en casa, o en hospitales. Pero tranquilas, que dicen los de ahora que están valorando que puedan ocuparse de más cosas.
  2. Salir de casa solas. Tienen que ir acompañadas. De un hombre, claro. Y no cualquiera, alguien de la familia.
  3. Estudiar. Aunque ahora dicen que sí podrían, pero separadas de los hombres, por supuesto.
  4. Ir a la moda. Ni de coña. Algunas por miedo ya usan el burka, pero el yihab es obligatorio. En su momento ni uñas pintadas ni productos cosméticos ni zapatos de tacón, y esto es lo más tremendo: ni “colores sexualmente atractivos”. Ya ves.
  5. Reír, hablar con chicos, tocarse. Prohibido. Azote o lapidación.
  6. Subirse a un taxi. ¿Estamos locos?
  7. Vida pública. Bueno. Esto no hacía falta ni ponerlo. ¿Mujeres en el gobierno?
  8. Ser vistas o fotografiadas. Ojo. Ventanas opacas para que desde la calle no se las pueda ver.
  9. Presencia en los medios de comunicación. Já.
  10. Ser libres.

Las chicas están borrando su historial de redes sociales para no ser acusadas… de lo que sea. El nuevo gobierno sigue formándose, es probable que algunas de estas reglas vayan modificándose, ojalá que aflojando y no restringiendo. Según el Índice del Terrorismo Global Afganistán es el país del mundo más afectado por el terrorismo. No será fácil. Pero hay cierta esperanza: según las encuestas de Asia Foundation, a una gran parte de la población afgana (al parecer bastante más de la mitad) le preocupa la libertad de expresión, de prensa, de la mujer y la pérdida de ayuda internacional. En cualquier caso, otra involución más para la mujer en Afganistán. Mientras por todo el planeta la mujer está librando una lucha por ganar espacio en la vida pública, en Afganistán la lucha es otra. Una lucha por la vida. Por no perderla.

Carmen Corazzini

Periodista, chica del tiempo, cazadora de terroristas, cinéfila y presentadora.

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