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¿Por qué se educa a los jóvenes sobre enfermedades físicas y no mentales?

¿Cómo te sentís? ¿Te hicieron esta pregunta hoy? ¿Recordás cuándo fue la última vez que se lo preguntaste a otra persona? ¿Sabés la respuesta a esta pregunta?

Desde pequeña, si alguien me preguntaba “¿cómo estás?” yo respondía “bien”, siempre bien, nunca mal, o más o menos, porque no me permitía verme a mí misma como temía que los demás me viesen. Con el correr de los años empecé a decir “no sé” cuando me sentía mal, porque el no estar bien seguía siendo sinónimo de fracaso para mí.

Hoy ya no soy la niña que reprimía su sentir. Mis amigas decían “estás creciendo” y me lo tomaba con gracia porque me sentía una planta a la cual regaban para que sus raíces dieran fruto entre tanta sequía. Irónicamente soy esa planta: aprendí a regarme con el agua de mis propias lágrimas para sobrevivir y evolucionar.

Entre el ramo de títulos que cargo, soy una militante fiel de la salud mental. Mientras crecía, no recibí información en el ámbito educativo sobre mis emociones y mis sentimientos, pero sí sobre padecimientos físicos. ¿Por qué se educa a jóvenes y adolescentes sobre enfermedades físicas y no sobre patologías que yacen del desbalance químico en nuestros cerebros? No recuerdo tampoco a mi familia o conocidos adultos sostener una información que fuera de ayuda a la ansiedad que para vista ajena era una exageración constante; o que corriera por los medios información sobre los trastornos de conducta alimentaria que ponían sobre tantas compañeras o amigas un cartel de palabras que las impulsaba a caer más y más en esa oscuridad, siendo, justamente, esos medios de comunicación quienes ponían sobre su panorámica un canon hegemónico completamente inalcanzable en sanidad; y la lista es interminable. Los medios de comunicación funcionan como caja boba para, al final del día, producir lluvia de rosas en el sector de marketing.

Cuando tuve que elegir una carrera me decidí por psicología. Plot twist: descubrí que no conseguía mantener mi vista sobre la lectura más de un minuto, me encontraba leyendo y luego en mi mente aparecía un lapso desconocido que, al hacer memoria, se asimila mucho a una escena eliminada de la película que ya viste mil veces. No recordaba cómo, pero eran suficientes unos segundos de lectura para que al momento siguiente me quedara viendo la pared en blanco e incluso me fuera necesaria alguna actividad que implicara movimiento físico y/o mental. A principios de 2021 conocí a un chico que me dijo “tengo TDAH”, mientras compartíamos la hiperactividad de la música electrónica y su producción.

Tengo mucho para decir sobre la salud mental, pero no soy una profesional capacitada para hablar sobre cuestiones técnicas. Hablo siempre sobre experiencias propias y de personas conocidas, además de verbalizar en conjunto con las herramientas impartidas por mi mamá, psicóloga social.

Sostengo que hablar sobre nuestras emociones y sentimientos son la base de la salud mental. Pueden existir múltiples patologías, síndromes, trastornos o enfermedades mentales, pero si no hablamos sobre cómo nos sentimos resulta imposible indagar más profundo. Es momento de informarnos, no sólo en octubre por ser el mes de la salud mental, sino siempre, continuamente, entre amistades, entre familia, entre medios.

Escuchemos a los y las jóvenes que presenten alertas, escuchemos a cualquier persona que pida ayuda -incluso sin el uso de palabras, pero con una serie de advertencias-. Informarse requiere de empatía y esa misma podría incluso salvar una vida. La salud mental es tan importante como la salud física.

Entonces, volvamos al principio: ¿cómo te sentís hoy?

Valentina Romero

Autora de Asado violento y Caminantes. Fundadora de Júpiter producciones.

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