Parece que se me pegan todos últimamente, quizás se trate de algún magnetismo extraño que voy desprendiendo sin darme cuenta.
Se sentó durante aproximadamente 15 minutos, y en todo ese rato no dejó de mirarme ni un segundo. Me sentí incómoda, así que lo miré con la intención de intimidarlo y que dejara de hacerlo con tanta fijación. Para mi sorpresa, descubrí en él un semblante tranquilo, calmado, incluso sonriente.
De repente, ya no me sentí incómoda porque no había maldad en su mirada. Eso me pellizcó el corazón. Me recordó a los niños que en su inocencia se quedan mirando fijamente a alguien sin disimular, algo que a nadie le molesta.
¿Por qué, en cambio, cuando lo hace un loco nos resulta raro?
Este loco me miraba como quien contempla un cuadro en un museo. Como quien se maravilla ante un atardecer. Como quien mira la foto del chico que le gusta a escondidas, sin que nadie lo sepa.
El loco hace ruido, es descuidado y habla alto, por eso todo el mundo sabe quien es. Por eso todos lo señalan. Por eso todos saben quién es el loco aquí.
Me gusta pensar que es por eso por lo que destaca entre la multitud. Creo que el loco, dentro de su locura, se despoja de lo políticamente correcto para volver a ser un niño sin importarle lo que piensen los demás, supongo que ya no tiene tiempo para parar en lo insignificante.
Y resulta que el tiempo es el mismo para el loco que para el cuerdo, solo que cada uno decide qué reloj comprarse y qué medida ponerle.
Yo mido mi tiempo en minutos de gloria, los que invierto en reflexionar sobre estas cosas, en mirar desde cerca los pequeños detalles que nadie quiere ver, incluso detalles que pocos se atreven a ver.
Al final, no es el loco quien me contempló a mí, sino que yo terminé contemplándolo a él.
Y qué bonito es saber mirar esa locura suya desde cerca, aunque todo haya pasado en apenas 15 minutos. 15 minutos de gloria para seguir aprendiendo. 15 minutos de gloria llenos de libre locura. Y otros 15 minutos más para seguir mirando tu foto sin que te des cuenta.
Las miradas se encuentran a través una habitación atestada, se enciende la chispa de la atracción. Conversan, bailan, se ríen. Ninguno está en busca de una relación seria pero de alguna manera una noche puede convertirse en una semana, después en un mes, en un año o en más tiempo.
Zygmunt Bauman.